Estamos en la
mitad del verano.
Durante
veintiséis años he pasado parte de esta calurosa estación en la Sierra de
Madrid, pero en un lugar un tanto peculiar.
Una pequeña
urbanización de pequeños pisos con una magnífica zona común, lo que propicia
estar mucho tiempo en la piscina, en el club social, en la pista de tenis, en
el parque infantil, en las zonas verdes, resumiendo, en la calle.
Esto es como un
pequeño pueblo con ciento sesenta viviendas, ocupadas por gentes variopintas,
que han ido cambiando con el paso del tiempo.
Lo que se
concibió como segunda vivienda de unas cuantas familias de Madrid que querían
huir de la capital, se ha convertido en vivienda habitual de muchas familias de
diferentes nacionalidades. De hecho tenemos como vecinos a casi toda la
comunidad búlgara del pueblo.
Pero un grupo
cada vez más reducido, seguimos siendo “los antiguos” o “los de Madrid” y hemos
pasado juntos muchísimos veranos, media vida.
Nos conocemos,
conocemos a nuestras familias, hemos compartido bodas, nacimientos, entierros,
fiestas veraniegas, cenas comunitarias, campeonatos de cartas, competiciones
infantiles, misas fin de verano……..
Compartimos el
dolor de los padres que perdieron a su hijo desaparecido en la nieve, o el de
la madre que perdió al suyo en el incendio de Alcalá 20, o más recientemente la
tragedia del “Madrid Arena” que tocó muy de cerca a personas de esta
urbanización o el tren de Santiago de Compostela que también rozó a alguno de
nuestros vecinos.

Hemos visto
crecer a nuestros hijos y forjar amistades de las de toda la vida y ahora
empezamos a ver nietos que han vuelto a llenar la piscina de niños.
Hemos madurado
o envejecido al mismo tiempo que el pueblo ha crecido y nos ha dejado rodeados
de modernos chalets, en nuestro micro-espacio.
Y una noche
cualquiera, te sientas con las amigas en la terraza a disfrutar de un helado y
comentas lo ocurrido desde el verano anterior, cotilleos, peleas, rencillas,
embarazos, divorcios, carreras universitarias acabadas, otras por empezar,
abuelos con achaques, personas que han perdido su trabajo o que lo han
encontrado.
Y me da por
pensar que, un verano más, estoy compartiendo mi vida con las mismas personas,
personas, la mayoría, que no son mis amigos, ni son individualmente importantes
en mi vida, pero que configuran un mosaico que hacen que mis veranos sean cómo
son y que, sin ellos, habrían sido muy diferentes.
Sin duda es para mí un lugar especial.