domingo, 25 de enero de 2015

Treinta años no es nada…

Querido hijo:
Hoy cumples treinta años y no voy a decir, como se suele hacer, que se me han pasado en un suspiro. Y no lo digo, porque me he puesto a rememorar tu vida y hemos compartido muchísimas cosas como para que se me hayan pasado volando.
Eso sí, el cajón de mis recuerdos los ha conservado intactos, con todos los detalles para que no se me olvide nada.
Cuando naciste no me dejaron disfrutar de ti nada más que unos segundos, porque hacía mucho frío, pero ya no se me iba a olvidar tu cara redonda y tu cabeza pelona.
Eras un niño querido y deseado que culminaba el proyecto de familia ideal que habíamos diseñado: dos hijos y, si puede ser, parejita.
Fuiste un bebé muy bueno, con un vozarrón desproporcionado para tu tamaño. A partir del año, decidiste que en este mundo había que destacar, y tú destacabas con tu voz, tus berrinches,  tu cara de enfado, con el ceño fruncido y tus rizos rubios.
Pero también eras un niño amoroso, que me llenabas de besos y abrazos y te encantaba estar a solas conmigo.
Fuiste creciendo y me convertí en tu “guarda-secretos”, que no querías compartir con nadie. Tus primeros amorcillos, tus dudas, tus enfados.
Procuré ayudarte en lo que pude aunque siempre has sido muy independiente y has tomado tus propias decisiones, sin demasiados consejos.
Tu forma de ver la vida te ha hecho ganarte el apelativo cariñoso de “enanito gruñón”, porque tienes que estar muy, muy convencido para decir que sí a las cosas espontáneamente, sin pensarlas, sopesarlas, estudiarlas y “gruñirlas” o de "papote" entre tus amigos, porque pareces el padre de todos.
Durante todos estos años, has sido el pequeño de la casa, mi pequeño, pero hace tan sólo tres días, Victoria, tu sobrina, te ha quitado el puesto. Da igual, sigues y seguirás siendo mi niño, ese que se empinaba para darme un beso y que ahora, yo de puntillas, se encoje para darme un enorme abrazo de los que sabes que tanto me gustan.
Y todo esto se resume en dos bonitas palabras:

TE QUIERO

martes, 20 de enero de 2015

Iguales

No puedo dejar pasar la noticia sobre el archivo del caso de Esperanza Aguirre.
Empiezo por decir que nunca creí que se fuese a considerar delito, como ordenó que se tramitara la Audiencia Provincial, en contra de la opinión del juez, y que se quedaría en falta.
Pero de ahí al archivo, va un abismo.

Hace años, tuve un percance con la Guardia Civil, y, en la denuncia inicial, se consideró que yo no tenía razón porque la palabra de la autoridad, es decir la pareja de guardias civiles, valía más que la mía, por lo que me instaban a presentar pruebas.
Presenté las pruebas y tuvieron que darme la razón, pero una vez recurrida la primera sentencia.

En el caso de Esperanza Aguirre, la palabra de la autoridad, es decir los dos agentes de movilidad, tenía que prevalecer sobre la palabra de ella, e incluso sobre la del agente de policía municipal de paisano, que actuó de testigo y puso en duda lo declarado por los agentes.
En primera instancia, tendría que haber sido condenada por un delito de faltas y, con posterioridad, una vez que ella hubiese recurrido,  el juez habría escuchado al testigo, e investigado las cámaras de la zona y, si no lo tenía claro, habría archivado el caso.

Vamos, que se la tendría que haber tratado como a cualquier español, pero claro los tiempos políticos mandan, y para todo esto que yo he expuesto, no había tiempo antes de la convención nacional del Partido Popular del próximo fin de semana, a la que Dña. Esperanza tiene que llegar sin mancha.
Aunque creo que el quitamanchas que se ha utilizado, ha dejado cerco.