martes, 23 de abril de 2013

MIR


A cualquiera de nosotros le ha atendido alguna vez un MIR. Son médicos que están aprendiendo una especialidad durante cuatro o cinco años.

Lo que no todos saben cuándo les atiende un médico joven, un médico interno residente, es su historia.

Primero hay que tener un bachillerato con nota media de sobresaliente, para que, una vez hecha la selectividad, obtengan una media final cercana al nueve sobre diez.

Después de una carrera universitaria de seis años, muy difícil y con muchas horas lectivas, tantas, que es prácticamente imposible que se pueda compaginar con algún trabajo, acaban la carrera,  pero no son nada.

Cómo médico «a secas», a lo más que pueden aspirar es a un contrato en una residencia de ancianos o en algún hospital de provincia pequeña haciendo urgencias.

Le permiten colegiarse, pero trabajar es casi imposible, hay que hacer el MIR.

Durante el último año de carrera, la mayoría de los estudiantes se matriculan en una academia para  a preparar el examen.

Una vez aprobada la última asignatura, hay que empezar a estudiar, repasar y volver a repasar todo lo aprendido durante los últimos años.

Y en enero, normalmente el último sábado, por la tarde, se enfrentan a las cinco horas más temidas desde que iniciaron esta aventura. Todos salen diciendo lo mismo, se acabó el suplicio. «La suerte está echada».

Luego vienen las notas iniciales, las preguntas impugnadas, las notas definitivas y el número obtenido, el que te servirá para elegir plaza antes o después que los demás.

En el tiempo que transcurre desde el examen hasta el día de la elección, se dedican a visitar los hospitales que les gustan y las especialidades que podrían elegir.

Hay que llevar las cosas claras y varias opciones, ya que los anteriores pueden querer lo mismo y no llegar a tu turno.

Todos los médicos de España eligen en Madrid en el Ministerio de Sanidad. Esto es algo que la tecnología no ha variado.

Las dos semanas que dura la elección, la puerta del Ministerio, frente al Museo del Prado, es un hervidero de gente joven y de sus familias.

¡Qué nervios los días previos ante la pantalla del ordenador viendo en directo cómo desaparecen las plazas más preciadas!

Cuando llega el momento, el día D, hora H, que les han asignado en función de su nota, entran en el salón, y presencian cómo sus compañeros de fatigas, los que han sufrido lo mismo para llegar hasta aquí, durante unos minutos se convierten en sus enemigos, les pueden quitar la plaza soñada. Y dicen su nombre, sube, elige y le dan su credencial y la enhorabuena.

Pero no siempre es feliz el elector. En muchas ocasiones se han roto sus sueños, aunque con su número, ya lo imaginaba.

Será un MIR pero no en el hospital que quería, o en la especialidad que le habría gustado, o en otra ciudad, lejos de los suyos.

Hay algunos que no acuden al Ministerio. Prefieren renunciar, volver a intentarlo el próximo enero.

A mediados de mayo se incorporarán a sus puestos de trabajo. Porque no nos engañemos, son médicos aprendiendo pero, a su vez, mano de obra barata, muy barata.

Serán el «último mono» al que todos mandan, el que más guardias hace, el que tendrá que esperar un año para tener un «R» pequeño al que poder mandar un poco y poder ser el «penúltimo mono».

Pasarán cuatro o cinco años en el hospital elegido y, cercanos a la treintena, eso en el mejor de los casos, tendrán que empezar a buscar trabajo...

Pero eso ya es otra historia.

domingo, 14 de abril de 2013

El secuestro de mi barrio


Llegó el sol que tanto estábamos esperando.
Y con el buen tiempo, nos echamos a la calle a disfrutar de sus rayitos.

Yo soy lo que se llama madrileña castiza y vivo en los límites del llamado “barrio de los Austrias” hacia la zona del Palacio Real.
Este es mi barrio de toda la vida. En él he nacido, en él conocí a mi marido y en él he criado a mis hijos y los he visto crecer y abandonar el nido y el barrio.

Pero mi barrio me lo roban en cuanto empieza el buen tiempo.

Los bares de copas, los restaurantes y El Rastro no son cosa exclusiva de la primavera pero con esta estación llegan los que deciden pasar el día en las terrazas y tirados en los parques, ensanchamientos de acera y cualquier sitio susceptible de tumbarse.
Y lo hacen sin ningún respeto a los que vivimos aquí.
Aunque el Ayuntamiento prohibió hace mucho tiempo el consumo de alcohol en la calle, aquí no se cumple, porque no hay nadie que se lo recuerde, ni les multe.
Ya lo denuncié hace años, publicaron mi queja en “cartas al director” de varios periódicos, y se abrió una incidencia en la Junta Municipal de Centro, que le pasó la “patata caliente” a la Policía Municipal, que no pudo o no supo poner ninguna solución.
Lejos de mejorar, ha empeorado por dos motivos principales: Al Ayuntamiento le es mucho más rentable dar licencias para terrazas que multar a unos infractores, y la ley anti-tabaco ha favorecido el “alterne” en la calle.
Las terrazas se llenan y entonces empiezan “los tumbados”, aunque hay algunos que prefieren directamente “ocupar” las aceras que sentarse en una terraza.
A todo esto hay que añadirle que vienen en coche. Cuando los dos aparcamientos cercanos se saturan, se forman inmensas caravanas de coches recorriendo todas las calles en busca de un huequito para aparcar.
Les valen esquinas, pasos de cebra, plazas de minusválido, vados permanentes, ensanche de portales, cualquier cosa. Saben que es muy difícil que les visite la autoridad y les multe.
Tampoco respetan las direcciones de las calles, entran por dirección prohibida para atajar o evitar el atasco de la calle siguiente.
Y después, cuando se han bebido varias cervezas o lo que sea, deciden que no se pueden ir a su casa con la vejiga llena, no vayan a enfermar y utilizan las esquinas para evacuar todo el sobrante, porque les da igual, no es su barrio y ni se plantean que aquí vive gente que va a tener que soportar el olor de sus meadas.

De verdad que no exagero nada, que a cualquiera que le explicas donde vivo te contesta “genial, vaya ambientazo” pero es que yo no estoy de “marcha”, yo vivo aquí, es mi barrio y me gusta y no soporto que me lo “secuestren” cada primavera.

viernes, 5 de abril de 2013

INDIGNACIÓN


Siempre he dividido la clase media en tres subclases:
La media alta, la media baja y la media sin adjetivo.
A esa media sin adjetivo pertenezco y he pertenecido siempre.

He pasado por momentos mejores y peores, cómo todos, y he ido superando las diferentes etapas económicas pasito a pasito.
En algunas situaciones he tenido la oportunidad de “barrer para adentro” llevándome lo que no era mío, vía comisiones por adjudicación o inflando alguna factura, por supuesto a pequeñísima escala.
Y no lo he hecho, y tengo la conciencia tranquila y camino con la cabeza bien alta. Lo mío es mío porque me lo he ganado.

Por eso no entiendo, no me cabe en la cabeza, lo de la Infanta.

Una persona que, desde su cuna, lo ha tenido todo. Que se ha educado en los mejores colegios, que no sabe lo que es aprovechar el vestuario de un año para otro, ni ir en metro o autobús, ni vender papeletas de lotería para los viajes fin de curso, ni ahorrar con trabajillos en verano para comprarse un coche…….y comento estas nimiedades por compararla con la clase media sin adjetivo, que ya sé que hay gente muchísimo peor a la que estas comparaciones le parecerían absurdas.

Pues eso, que teniéndolo todo, hasta un marido guapo, deportista, educado y de familia bien, acepte el trapicheo en el que se ha visto involucrada.
Porque a mí no me vale la presunción de inocencia.
Una persona, el marido,  que no tenía bienes ni propiedades cuando se casó, no puede hacer una fortuna suficiente en cuatro años para comprarse una mansión de seis millones de euros, más la obra de otros dos millones, creo.
Y no puede ser que su mujer, casada en régimen de gananciales, no se enterase de esos ingresos millonarios, ni del tren de vida que llevaban, superior casi al que tenía en el “austero” palacio de sus padres.
Y firmaba, por firmar. Sin leer, sin preguntar.
Y no veía jamás los saldos de sus cuentas, comunes, ni oía conversaciones.

No me vale, insisto, porque llevo casi treinta y cinco años casada, y mi marido me puede haber “ocultado” algún gastillo, porque la contabilidad del banco la lleva él, pero desde luego sé lo que tenemos y lo que no tenemos, lo que ganamos y lo que no ganamos y que el dinero no llueve del cielo.

Que decepción, que indignación.
Me duele porque es la gota que colma el vaso. 

Y me duele porque me pregunto: ¿Es que esta señora no ha aprendido nada de cómo se deben hacer las cosas o es que es así cómo lleva viendo toda la vida que se hacen las cosas?