domingo, 1 de agosto de 2021

Carta a Ari en su 30 cumpleaños


Querida Ari: 

Cuando escribo alguna carta a los abuelos, para que lean desde su estrella, o a algún miembro de la familia, casi siempre a mis nietas, tú las compartes con todo tu cariño. En esta ocasión,  eres la protagonista indiscutible.

Un jueves de hace treinta años,, cuando los teléfonos móviles existían solo para unos pocos, yo estaba en la piscina, con el inalámbrico de Ana, a la que le llegaba la cobertura desde su casa, esperando la llamada que me anunciase que habías nacido y que mi hermana estaba bien. Esa misma tarde fuimos a conocerte y, desde ese momento, hemos compartido todo lo bueno y malo que ha pasado en nuestras vidas.

Eres mi sobrina, mi ahijada y mucho más.

Te criaste con mis hijos,  me llamabas «la tía mamá». En mi casa diste tus primeros pasos, en «la casita de la sierra», como ahora la llaman mis nietas, celebraste tu primer cumpleaños y pasaste muchos y muy divertidas vacaciones, cada verano.

Cuando comenzaste el cole, comías en mi casa cada día y le contabas a tus amigas lo riquísimo e inmejorable que era el arroz blanco con tomate y las salchichas que hacía tu tía.

Y fueron pasando los años, y reuniendonos cada uno de agosto para celebrar tu cumple, riéndonos cada Navidad, soñando cada día de Reyes, siempre juntos. Solo este virus que nos ha cambiado la vida ha logrado separarnos, pero aún así, buscamos el único lugar en el que podíamos estar todos en Navidad: El Jardín Botánico y su Navidad Encantada.

Lo que nos reímos con la creación del «comité de boda», Almu, tu madre, tú y yo, para tomar decisiones en torno a la boda de Almu, con las pruebas del vestido y las meriendas que venían después.

Luego, con el embarazo de Almu, cambiamos el nombre del grupo por el de «comité del bebé» y así se ha quedado, para contarnos cosas, para seguir compartiendo.

Te convertiste en una preciosa dama de honor que, rompiendo todos los esquemas, ocupabas la parte de atrás del coche con el padrino, tu tío, porque nadie pensó que el coche solo tenía dos puertas y la novia, Almu, tuvo que ir delante. Lloraste cuando te entregó su ramo, porque también hay lágrimas de felicidad.

¡Qué orgullosa me sentí en tu graduación!, te habías hecho mayor y habías cumplido tu sueño de ser maestra.

Ahora disfrutas de preciosos momentos con tus tres sobrinas, esas que te quitaron el título de la pequeña de la familia y a las que les encanta que les cuentes cuentos y que juegues con ellas.

Cumples treinta años, y yo recuerdo cada momento como si hubiese sucedido ayer y espero seguir sumando maravillosos recuerdos. Solo me queda desearte toda la felicidad del mundo.

Un millón de besos.