miércoles, 26 de octubre de 2016

La encina


Leo con pena la noticia aparecida en prensa sobre las nuevas instrucciones que la iglesia Católica ha dado para los difuntos, en el documento titulado “Instruccion Ad resurgendum cum Christo”
En mi familia, tenemos una tumba familiar en el cementerio de la Almudena, que se acabará perdiendo porque sigue estando a nombre de mi abuelo y cambiarla implica, ya lo he preguntado, que nos presentemos en el notario todos los herederos de mi abuelo, casi nada…
Cuando murió mi padre, su voluntad fue ser incinerado, y la cumplimos, pero mi madre se negó a enterrarle en la tumba familiar porque, llegado el momento, no podríamos enterrarla a ella al no tener el apellido de mi abuelo, por lo que depositamos sus cenizas en un columbario, un nicho pequeñito, en alto, frio e impersonal.
Nunca volví.
Diez años después dejamos las cenizas de mi madre en el mismo sitio, en alto, frio e impersonal.
Tampoco volví.
Los recuerdo cada día, los añoro, los escribo cartas que publico en este mismo blog, y otras que no publico, que quedan solo para mí, pero no voy al cementerio.
Pero tengo unos amigos, grandes amigos, que tienen una casa en un maravilloso valle, con un inmenso jardín, lleno de árboles. Muchos de esos árboles tienen su historia, porque los hemos plantado sus amigos, sus hermanos, hay uno por cada niña de la familia y hay uno muy especial, una encina que guarda en sus raíces las cenizas del abuelo.
Ese abuelo que siempre soñó con tener esa casa, tal y como es y que la disfrutó muy poco tiempo.
Siempre que los visito, envidio ese jardín, esa encina, porque me encantaría tener un lugar así en el que mis padres estuviesen juntos, bajo un árbol, a mi padre le hubiese gustado un madroño, como buen madrileño, y que yo contemplaría con una sonrisa, pensando en ellos.
Ese si sería un lugar para volver.

¿No es bueno? ¿No es de buen católico?

Pues, sinceramente, no lo entiendo.

viernes, 21 de octubre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (5)

Los atardeceres

Una de las cosas que más me han gustado en este viaje ha sido los espectaculares atardeceres que he contemplado.
La fecha escogida, a caballo entre agosto y septiembre, en la que la caída del sol se produce a partir de las siete y media, da lugar a poder contemplar, cada día, el atardecer en un lugar diferente, a una buena hora.
Manhattan es una isla, rodeada por tres ríos y los reflejos del sol sobre el agua, son especiales.
El primer atardecer que contemplé, como ya he contado aquí, fue en el piso 102 de la One World Trade Center. Fue especial poder ver como el sol se escondía en Manhattan al mismo tiempo que se encendía la ciudad.
También, en altura, lo vi desde los pisos 67 a 70 del Rockefeller Center. Aquí nos trataron mucho peor que en el Word Center, muy masificado, con una espera que resulta pesada y en la que contemplas un vídeo de la historia del edificio que, con tanto calor y tan mala organización, no lo disfrutas. El personal me pareció estúpido, con caras de pocos amigos.
Aún así, había elegido subir a éste y no a otro para ver de cerca el Empire Estate, de día y de noche, por lo que me centré en este mágico edificio. La vista del Chrysler, otro de mis preferidos, queda semiescondida por otro que tiene delante.
Como soy muy romántica, no faltó el beso con mi marido, con el Empire al fondo, peliculera que es una.
También pudimos ver el atardecer en Central Park, que lo habíamos visitado por la mañana y merecía la pena verlo desde las alturas.
Mi siguiente atardecer fue desde Brooklyn, contemplando la otra orilla del East River.
Ya desde el barco que nos había paseado cerca de Liberti Island, habíamos ido siguiendo la caída del sol, pero al llegar a este animado barrio, lo pudimos ver todavía reflejado en el rio, haciendo que el puente brillase, y los edificios tomasen unos coloridos diferentes.
Cuando el atardecer se convirtió en noche, paseamos los  1825 metros que tiene el puente de Brooklyn, despacio, esquivando bicis y personas, mirando las luces del cercano puente de Manhattan y de los edificios que, nuevamente, tenían una silueta distinta.

No tan conocido ni frecuentado es el puente de Qeensboro, también llamado de la calle 59, que une Manhattan con Long Island en Queens. Nosotros lo íbamos a ver de una forma especial, desde el funicular de Roosevelt, que lleva a la isla del mismo nombre.
Como curiosidad os diré que sólo existen otros dos teleféricos en Estados Unidos que se utilicen como trasporte público, uno en Nueva Orleans que cruza el Mississippi y otro en Portland.
El sol ya caía en la isla y convirtió la celosía del puente en un contraluz dorado. El sky line de Midtown, que no habíamos visto desde este lado del East River, nuevamente espectacular y es que me quedo sin adjetivos. El sol rojizo, el cielo más bonito desde que llegamos con nubes que anunciaban un cambio de tiempo.
Al fondo, el edificio de Naciones Unidas, el Chrysler y, sobre todo, el rio.

Y mi último atardecer fue el más inesperado. Realmente íbamos buscando el High Line, parque urbano elevado que han hecho recientemente sobre una antigua línea de ferrocarril.
Paseamos por Chelsea, hasta la ribera del río Hudson, también convertida en un parque con miradores. Al llegar nos encontramos con el sol cayendo, rodeado de amenazantes nubes, ya que se esperaban los coletazos de una tormenta tropical, y un espectáculo de color que fotografiamos una y otra vez. Enfrente New Jersey, oscureciendo frente a nosotros.
Encontramos el High Line y lo recorrimos, ya de noche, con un ambientazo. Es un paseo diferente que merece la pena.

No puedo acabar esta entrada sin comentar algo que también me ha impresionado, vivir el amanecer en el avión, que impone, porque te parece estar formando parte del paisaje.

lunes, 17 de octubre de 2016

El engaño de un gran premio

El pasado sábado se falló el Premio Planeta, acto que seguí en directo, expectante por conocer al ganador y al finalista.
Corrí a poner en internet que la ganadora había sido Dolores Redondo, ya que era una autora conocida por mí, aunque soy de las pocas personas a las que no le ha seducido leer su trilogía del Baztan.
Del finalista, Marcos Chicot, no sabía nada, pero enseguida amigas y compañeras del club de lectura me hablaron de su obra.
Y tan contenta, me fui a la cama.

Cual ha sido mi sorpresa cuando empiezo a leer en facebook que ganador y finalista se conocen de antemano, que están pactados y que es todo un montaje.
Tal ha sido mi indignación que he comenzado a indagar por mi cuenta, a tirar de la lengua a quien me ha querido contar algo, a buscar en la web y, el resultado final, ha sido decepcionante.
Desde hace muchísimos años, desconozco si es así desde su comienzo, el premio se pacta con el autor, que es invitado a presentarse con un contrato previo que, en ocasiones, se ha firmado varios meses antes del fallo.
Lo mismo o parecido, se hace con el finalista.
Entre todos los participantes, más de 500 obras en esta ocasión, se escogen ocho que acompañen a los dos agraciados en la finalísima que se celebra la noche de Santa Teresa, cada 15 de octubre.
Estas obras han sido leídas por gente de Planeta, y sólo las diez últimas pasan a manos del jurado, que las lee íntegras o se limitan al resumen que le preparan y que le adjuntan al libro.
Estas novelas suelen ser de escritores poco conocidos, para que el público vea que cualquiera puede llegar a esta final, aunque sea su primera novela, aunque no le conozca nadie.

Este es el gran engaño.

Poniendo como ejemplo a la flamante ganadora, Dolores Redondo: Está a punto de estrenarse la película “El guardián invisible” basado en una de sus novelas. Gana el premio Planeta, venden, porque para eso es el premio mejor dotado y que más se vende, reeditan su trilogía del Baztan, aprovechando el estreno de la película y negocio redondo.

Por supuesto,  no siempre se cumplen estas reglas, por diferentes motivos, pero eso sí, siempre desde la manipulación, porque esto es un gran negocio en el que lo último que importa es la buena literatura.

Hay otros autores, a los que han ofrecido ganar el premio y no han estado interesados.
¿Razones? No siempre es el amor propio y la integridad. También hay números de por medio. Si saben o intuyen que van a vender mucho, no interesa porque pierden en el porcentaje que se lleva el autor, ya que en el Planeta hay un número de ejemplares limitado a un 5% en lugar, del 10% habitual.
Por eso hay autores de renombre, que trabajan con esta Editorial, que no lo han ganado y, probablemente, no lo ganen nunca.
Porque otro tema es que siempre lo gana alguien de la casa. Que no van a arriesgar 601.000 euros con un desconocido que encima trabaje habitualmente con la competencia.

En fin, que algo me habían contado pero yo no me podía creer que fuese de esta magnitud, y que políticos, gente de la cultura y hasta los reyes, participen en un espectáculo que es, a todas luces, un engaño.
Que otorguen directamente el premio, pero que no hablen de la palabra “concurso”, ni de la de “finalistas”, porque es reírse de los autores y del público en general.


Como bien me ha dicho una amiga, estableciendo una comparación, ahora que sé que los Reyes Magos son los padres, nada será igual. 

jueves, 13 de octubre de 2016

EL PREMIO

Como no podía ser de otra manera, en estos escritos de mesa camilla, hoy os voy a dar mi opinión sobre la polémica del día, la concesión del premio Nobel de Literatura a Bob Dylan.
No voy a juzgar si me gustan o no los premiados en años anteriores, porque seguro que hay muchos que sería muy discutible si lo merecían, pero lo que tenían todos en común es un buen número de libros publicados y una trayectoria en el mundo literario.
Bob Dylan ha publicado dos libros, y ha cantado un total de 645 canciones de las cuales muchas, no ha escrito él.
Que es un gran cantante, que ha movido masas, que sus letras han sido todo un símbolo para varias generaciones, no lo discute nadie, pero que sea merecedor del premio porque canta poesía, es mucho decir.
He leído, esta tarde, críticas de todo tipo, positivas y negativas.
Varios han coincidido en decir que es el juglar del siglo XXI y que la literatura, al fin y al cabo, comenzó con los juglares cantando. También argumentan que puede ser un empujoncito para leer poesía.
Sobre lo segundo, disiento, porque sus seguidores durante más de cinco décadas, si no han leído poesía, no la van a leer porque le hayan concedido el Nobel.
En cuanto a que es un juglar, no lo dudo, pero la literatura se trasmitió oralmente durante siglos, no necesariamente a través de juglares.
Por otra parte, ¿os imagináis que un Papa hubiese recibido el Premio Nobel por lo bien que escribía sus encíclicas y lo que ayudaba a la gente con ellas? Se podrían considerar magníficos ensayos e igual animaban al público a leer este género tan poco extendido entre los lectores.
Admiro a Dylan pero no me ha parecido bien la decisión de la academia sueca. Si no hay Nobel de Música, que lo creen o que cambien el de Literatura por Artes, pudiendo premiar a cantantes, cineastas, pintores, arquitectos, etc.

Y si nada de esto se puede hacer, Dylan se tendría que haber quedado sin premio.

sábado, 8 de octubre de 2016

EL POLLO

Leyendo una receta de cocina con relato incluido, en el blog de cocina de Mayte Esteban, me ha recordado algo que me pasó hace muchos años.

Éramos jóvenes, muy jóvenes. Yo tendría veinte años y los que me acompañaban, mi marido, sus hermanas y los novios de sus hermanas, veintitantos.
Aunque siempre he sido muy de ciudad, en una época en la que nuestra economía siempre andaba muy floja, una solución económica de pasar algún fin de semana o algún puente fuera de Madrid, era ir de acampada al Pantano de El Burguillo, entre los pueblos de El Tiemblo y El Barraco, en la provincia de Ávila.
Ahora la acampada libre está prohibida pero en 1980, estaba permitida y era muy común en la parte del pantano que no estaba casi urbanizada.
Llegamos el viernes, aprovechando un fin de semana primaveral, montamos las dos tiendas, y nos fuimos a tomar algo a El Tiemblo.
La cena la solucionamos con unos bocadillos que traíamos preparados desde Madrid.
Un café de pucherillo, que nunca faltaba en nuestras salidas, conversaciones a la luz de la luna haciendo planes de futuro, algún cigarrito y a dormir.
El sábado pasamos un día agradable, paseamos, jugamos a las cartas, y los chicos se bañaron en el pantano. Nosotras aprovechamos para tomar el sol sin la parte de arriba del bikini, la palabra "top less" no se usaba, nos pareció que el agua estaba demasiado fría para bañarnos.
De madrugada nos sorprendió una tormenta de esas que hacen historia, nos tuvimos que guarecer los seis en la tienda más fuerte, porque la otra quedó inservible cuando se hundió por el peso del agua.
Recoger y marcharnos era impensable con la que estaba cayendo, así que dejamos que fuesen pasando las horas sin dormir, por miedo a que la tienda tampoco resistiese y, por fin, dejó de llover y contemplamos un bellísimo amanecer con arco iris incluido que, con los años que han pasado, todavía recuerdo.
Dedicamos la mañana a secar un poco todos los accesorios de  camping, aunque luego necesitarían estar varios días en el patio de mi cuñado para poderlos plegar y guardar.
Habíamos comprado un pollo que cocinamos en el camping gas, porque nos gustaba hacer comidas caseras, nos servían de entretenimiento y ya teníamos experiencia suficiente para que nos saliesen bastante bien a pesar de los escasos medios con los que contábamos.

Con todo recogido y nuestro pollo al ajillo listo, nos dispusimos a comer para iniciar la vuelta antes de que en la famosa carretera de los pantanos se hiciese una caravana de varias horas.
Un golpe de viento, un traspiés, un codazo, nunca supimos lo que pasó, pero la sartén  se fue al suelo. No teníamos más comida, solo la barra de pan que iba a acompañar el pollo.
Nos miramos, buscamos el culpable, nos enfadamos por la mala suerte del fin de semana...
Yo me agaché, cogí un trocito de pollo, lo limpié de la arena que lo rebozaba y probé a comérmelo.
Hacer lo que queráis, pero la tierra casi ni se nota y no parece que tenga hormigas, les dije.
Todos probaron, todos me dieron la razón y no dejamos ni un trocito de aquel pollo rebozado en arena del pantano.
La anécdota nos sirvió para reírnos durante muchas otras salidas que hicimos juntos en los dos años siguientes, incluso con algún bebé.

No me había vuelto a acordar hasta ahora, tampoco he vuelto a hacer camping y, por muchos motivos, ya no existe esa bonita relación de amistad y camaradería, pero eso ya es otra historia.


jueves, 6 de octubre de 2016

LA FUERZA DE EROS, mi opinión.



MARÍA JOSÉ MORENO (1958) nació en Córdoba (España), donde reside. Escritora, psiquiatra y profesora titular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Córdoba.
Se inició en el ámbito de las publicaciones con artículos científicos y libros en el campo de la Psiquiatría. En el año 2010 quedó finalista en el Certamen de Novela por entregas (ediciones Fergutson) con su novela «Vida y milagros de un ex». Publicada en 2011 en formato eBook, consiguió más de cuarenta mil descargas. Actualmente está a la venta bajo el sello B de Books. En 2012 publicó «Bajo los tilos», novela de corte intimista que estuvo más de un año en los top de ventas de las plataformas digitales más importantes y que Vergara (Ediciones B) publicó en papel en enero de 2014.
La trilogía del Mal ha sido publicada por Ediciones Versátil.

Un club selecto de pedófilos actuando impunemente en la red. Dos niñas asesinadas y otra desaparecida. Un secuestro. Una intensa investigación policial. contra un despiadado asesino en la que perder es morir.

Mi opinión:

Hace unos días fuí a la presentación de “La fuerza de Eros”, como os conté aquí y, en contra de lo que me gusta hacer, no había leído el libro que se presentaba. 

Bueno ya lo he leído y he puesto, como su autora, punto final a la Trilogía del Mal.
Aunque compré “La fuerza de Eros” el mismo día que salió en digital, he buscado una semana en la que, por tiempo, pudiese dedicar algunas horas a la lectura, porque sabía que me iba a robar horas de sueño. Así ha sido, tres noches seguidas que me he tenido que obligar a mí misma a acostarme si quería ser medio persona al día siguiente.
Es una novela buenísima, que cierra la trilogía de una forma brillante, sin dejar ningún cabo suelto en las tramas de los personajes que empezamos a conocer, queriendo u odiando, en el primer libro “La caricia de Tanatos”.


De Mercedes Lozano poco se puede decir. Como ya he comentado anteriormente, me es difícil ponerle otra cara que no sea la de la propia autora, aunque le quito unos cuantos años por necesidades de la historia.
A Miguel, le he ido cogiendo cariño a lo largo de las tres historias, y a Marta, la secretaria, tan cercana, un miembro más de la familia.
El resto de personajes “buenos”, muy bien perfilados, que nos permiten hacernos una idea de cómo son y cómo actúan en cada momento, imprescindibles en la historia.
De los “malos”, a pesar de que María José nos ha contado en varias ocasiones, que le gusta explicar el motivo de su maldad, para que podamos entenderlos, yo no los entiendo, ni me caen bien en ningún momento, ni empatizo, ni nada de nada.

En cuanto a los temas, me ha dejado muy claro la importancia de los traumas de la infancia y me ha indignado en cada frase leída cuando veo el daño que se le puede hacer a un niño, a sabiendas de que se le está haciendo. Pero luego esos niños, cuando crecen, pueden elegir el bien o el mal, como ella nos plasma perfectamente en sus novelas, sobre todo en la última, en la que los traumas infantiles se superan, o no.
Otro tema escalofriante que nos plantea en este último libro es el ciberacoso a menores, la pedofilia, la perversión que no tiene límites entre personas de nuestro entorno que creemos normales, con familias, con hijos.
En su labor docente, nos plantea el dilema de los padres que no conocen a sus hijos, aunque crean lo contrario, lo que se esconde tras la puerta cerrada de sus dormitorios, el acceso sin control a internet en niños de once y doce años, con una inmadurez total para navegar por la red y por la vida, sin la compañía de un adulto.
Y cuando desaparecen, la mayoría de las veces ya es demasiado tarde y entonces se plantean lo que han hecho mal. Son niños, no se les puede dejar solos y apartarlos de nuestro mundo de adultos por muy ocupados que estemos. Somos sus padres, sus referentes, sus educadores.

Es una novela que te hace pensar, replantearte lo bueno que ha traído la tecnología pero que, como siempre, también ha introducido la maldad en muchos hogares que, de otra forma, no tendrían acceso a ella.
No puedo dejar de valorar lo bien escrita que está, lo cuidada. Sólo los agradecimientos del final nos dan una idea de por la cantidad de personas que ha pasado para llegar al lector de la manera que ha llegado, sin un pero.
Es, en mi opinión, la mejor de las tres, aunque después de leerla recomiendo leerlas en orden para conocer bien a todos los personajes.
También comentar que creo que las personas que hemos seguido a María José desde la publicación de “La caricia de Tánatos”, sus presentaciones, sus entrevistas, leemos la novela desde un prisma muy diferente, porque nos ha permitido adivinar “entre líneas”.

En conclusión, es una novela magnífica. Una trilogía magnífica, que no podéis dejar de leer.



martes, 4 de octubre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (4)

La Quinta Avenida

No puedo decir que la haya recorrido entera, porque tiene casi quince kilómetros y la parte que trascurre por encima de Central Park  no la ví, a excepción de un pequeño paseo por Harlem.
La primera vez accedí a ella por la calle 28, en la que estaba mi hotel y, sinceramente, me decepcionó. Me la imaginaba más ancha, más majestuosa. Pero el hecho de estar en la Quinta Avenida ya me producía un escalofrío.
Cuando ya, más despacio, la fui caminando, mi impresión inicial cambió.
Se pueden apreciar las diferencias que existen dependiendo de la zona de avenida en la que te estés moviendo, y que varían desde las tiendas y hoteles de lujo hasta los comercios de souvenirs y de ropa más asequible y terminando en la zona donde se inicia, con estudiantes y librerías por su cercanía a la Universidad.
Comenzamos el recorrido en el Museo Metropolitam, que cruza con la 82.
Desde el museo, y a través de la verja de Central Park, llegamos a la tienda de Apple, un cubo de cristal con la manzana dorada que esconde el ascensor y las escaleras que permiten el acceso a la tienda que está en el subsuelo. Muy curioso.
Estamos paseando por el tramo más importante y, en el cruce con la 57, está la esquina más cara del mundo, ya que se encuentra la joyería Tiffanys, inolvidable desde que Audrey Hepburn se paró en el escaparate en la película “Desayuno con diamantes”
Por supuesto yo entré, el portero te invita a traspasar la puerta giratoria con una sonrisa, y el interior está lleno de personas admirando unas joyas que, probablemente, no se podrán comprar nunca.
Completan las otras tres esquinas Van Cleef&Arpels, Bulgari y Louis Vuitton.
Glamur no hay mucho, porque los que paseamos somos mayoría turistas que, lógicamente, no vamos elegantemente vestidos y llevamos calzado cómodo.
Continuamos el paseo, admirando escaparates y  grandes edificios como la torre de Trump, con periodistas esperando en la acera, o la torre olímpica, en cuya fachada de espejos se refleja la imponente catedral católica de St. Patricks, un contraste de neogótico entre tanto rascacielos. En su interior se respira paz, se deja atrás el ruido ensordecedor de la avenida y, si se tiene la suerte de escuchar el órgano, te parece imposible que estés en el corazón de Manhattan.
Frente a ella, el impresionante conjunto de edificios del Rockefeller Center, compuesto por diecinueve edificios y una plaza central con muchísimo ambiente.
Aquí me tengo que imaginar la pista de hielo y el árbol de Navidad, tan famoso y que me encantaría poder ver, pero este espacio ahora está ocupado por una agradable terraza.
En uno de los laterales llama la atención la tienda de LEGO, que tiene en el escaparate una maqueta de esta plaza que estamos contemplando, con todos sus edificios. 
Quedo encantada con el castillo de Disneyland, que está expuesto pero todavía no está a la venta.
También me maravilla un enorme dragón verde que extiende sus curvas por todo el techo de la tienda, con una simpática cara.
Llegamos a una bonita tienda de artículos de Navidad, con unos precios, que dejan baratos los artículos de la Plaza Mayor de Madrid, pasamos por delante de Zara, no sabía que tenía tienda en esta avenida y contemplamos la fachada de la Biblioteca Nacional, grandísimo edificio neoclásico con una gran escalinata y cuya entrada presiden dos leones de mármol blanco.
Estamos en la 41, y os aseguro que el paseo está siendo bastante largo.
Es curioso lo que pasa en Nueva York con la numeración de las calles.
Estás en la 41 y piensas, que si tu hotel está en la 28, no merece la pena coger el metro, total, trece calles.
Pero no os engañéis. Primero porque todas las calles no tienen la misma distancia de unas a otras, sobre todo en el centro están bastante separadas. Segundo, porque el hotel no está en la 28 con la quinta, por lo que luego hay que añadir llegar a Park Av., que supone atravesar otras dos avenidas.
Aún así, seguimos caminando porque, un poco más adelante está el Empirte State, que todavía no hemos visto de noche, se asoma el Chrisller, tan bonito, y un largo etcétera que nos lleva caminando hasta el hotel.
Desde la veintiocho, hacia el otro lado, paseamos otro día para acercarnos al Flatiron, con esa fachada triangular y centenaria, tan original. 
Junto al Flatiron, el Madison Square park es una de las plazas más bonitas que me he encontrado en esta ciudad. 
Continuando hasta Washington Square park, plaza frecuentada por los estudiantes, daremos por finalizado nuestro paseo por esta avenida. Aquí comienza y nosotros la utilizamos de fin de trayecto.
En los días que he estado en esta ciudad, han sido numerosas las veces que me he encontrado en la Quinta Avenida, paseando, cogiendo el metro, el autobús y, sobre todo, mirando para arriba, contemplando las alturas. Es, sin discusión, única en el mundo.