Los atardeceres
Una de las cosas que más me han gustado en este viaje ha
sido los espectaculares atardeceres que he contemplado.
La fecha escogida, a caballo entre agosto y septiembre, en
la que la caída del sol se produce a partir de las siete y media, da lugar a
poder contemplar, cada día, el atardecer en un lugar diferente, a una buena
hora.
Manhattan es una isla, rodeada por tres ríos y los reflejos
del sol sobre el agua, son especiales.
El primer atardecer que contemplé, como ya he contado aquí, fue en el piso 102 de la One World Trade Center. Fue especial poder ver como el
sol se escondía en Manhattan al mismo tiempo que se encendía la ciudad.
También, en altura, lo vi desde los pisos 67 a 70 del
Rockefeller Center. Aquí nos trataron mucho peor que en el Word Center, muy
masificado, con una espera que resulta pesada y en la que contemplas un vídeo
de la historia del edificio que, con tanto calor y tan mala organización, no lo
disfrutas. El personal me pareció estúpido, con caras de pocos amigos.
Aún así, había elegido subir a éste y no a otro para ver de
cerca el Empire Estate, de día y de noche, por lo que me centré en este mágico
edificio. La vista del Chrysler, otro de mis preferidos, queda semiescondida
por otro que tiene delante.
Como soy muy romántica, no faltó el beso con mi marido, con
el Empire al fondo, peliculera que es una.
También pudimos ver el atardecer en Central Park, que lo
habíamos visitado por la mañana y merecía la pena verlo desde las alturas.
Mi siguiente atardecer fue desde Brooklyn, contemplando la
otra orilla del East River.
Ya desde el barco que nos había paseado cerca de Liberti
Island, habíamos ido siguiendo la caída del sol, pero al llegar a este animado
barrio, lo pudimos ver todavía reflejado en el rio, haciendo que el puente
brillase, y los edificios tomasen unos coloridos diferentes.
Cuando el atardecer se convirtió en noche, paseamos los 1825 metros que tiene el puente de Brooklyn,
despacio, esquivando bicis y personas, mirando las luces del cercano puente de Manhattan
y de los edificios que, nuevamente, tenían una silueta distinta.
No tan conocido ni frecuentado es el puente de Qeensboro,
también llamado de la calle 59, que une Manhattan con Long Island en Queens.
Nosotros lo íbamos a ver de una forma especial, desde el funicular de
Roosevelt, que lleva a la isla del mismo nombre.
Como curiosidad os diré que sólo existen otros dos
teleféricos en Estados Unidos que se utilicen como trasporte público, uno en
Nueva Orleans que cruza el Mississippi y otro en Portland.
El sol ya caía en la isla y convirtió la
celosía del puente en un contraluz dorado. El sky line de Midtown, que no
habíamos visto desde este lado del East River, nuevamente espectacular y es que
me quedo sin adjetivos. El sol rojizo, el cielo más bonito desde que llegamos
con nubes que anunciaban un cambio de tiempo.
Al fondo, el edificio de Naciones Unidas, el Chrysler y,
sobre todo, el rio.
Y mi último atardecer fue el más inesperado. Realmente
íbamos buscando el High Line, parque urbano elevado que han hecho recientemente
sobre una antigua línea de ferrocarril.
Paseamos por Chelsea, hasta la ribera del río Hudson,
también convertida en un parque con miradores. Al llegar nos encontramos con el
sol cayendo, rodeado de amenazantes nubes, ya que se esperaban los coletazos de
una tormenta tropical, y un espectáculo de color que fotografiamos una y otra
vez. Enfrente New Jersey, oscureciendo frente a nosotros.
Encontramos el High Line y lo recorrimos, ya de noche, con
un ambientazo. Es un paseo diferente que merece la pena.
No puedo acabar esta entrada sin comentar algo que también me
ha impresionado, vivir el amanecer en el avión, que impone, porque te parece
estar formando parte del paisaje.
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