martes, 4 de octubre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (4)

La Quinta Avenida

No puedo decir que la haya recorrido entera, porque tiene casi quince kilómetros y la parte que trascurre por encima de Central Park  no la ví, a excepción de un pequeño paseo por Harlem.
La primera vez accedí a ella por la calle 28, en la que estaba mi hotel y, sinceramente, me decepcionó. Me la imaginaba más ancha, más majestuosa. Pero el hecho de estar en la Quinta Avenida ya me producía un escalofrío.
Cuando ya, más despacio, la fui caminando, mi impresión inicial cambió.
Se pueden apreciar las diferencias que existen dependiendo de la zona de avenida en la que te estés moviendo, y que varían desde las tiendas y hoteles de lujo hasta los comercios de souvenirs y de ropa más asequible y terminando en la zona donde se inicia, con estudiantes y librerías por su cercanía a la Universidad.
Comenzamos el recorrido en el Museo Metropolitam, que cruza con la 82.
Desde el museo, y a través de la verja de Central Park, llegamos a la tienda de Apple, un cubo de cristal con la manzana dorada que esconde el ascensor y las escaleras que permiten el acceso a la tienda que está en el subsuelo. Muy curioso.
Estamos paseando por el tramo más importante y, en el cruce con la 57, está la esquina más cara del mundo, ya que se encuentra la joyería Tiffanys, inolvidable desde que Audrey Hepburn se paró en el escaparate en la película “Desayuno con diamantes”
Por supuesto yo entré, el portero te invita a traspasar la puerta giratoria con una sonrisa, y el interior está lleno de personas admirando unas joyas que, probablemente, no se podrán comprar nunca.
Completan las otras tres esquinas Van Cleef&Arpels, Bulgari y Louis Vuitton.
Glamur no hay mucho, porque los que paseamos somos mayoría turistas que, lógicamente, no vamos elegantemente vestidos y llevamos calzado cómodo.
Continuamos el paseo, admirando escaparates y  grandes edificios como la torre de Trump, con periodistas esperando en la acera, o la torre olímpica, en cuya fachada de espejos se refleja la imponente catedral católica de St. Patricks, un contraste de neogótico entre tanto rascacielos. En su interior se respira paz, se deja atrás el ruido ensordecedor de la avenida y, si se tiene la suerte de escuchar el órgano, te parece imposible que estés en el corazón de Manhattan.
Frente a ella, el impresionante conjunto de edificios del Rockefeller Center, compuesto por diecinueve edificios y una plaza central con muchísimo ambiente.
Aquí me tengo que imaginar la pista de hielo y el árbol de Navidad, tan famoso y que me encantaría poder ver, pero este espacio ahora está ocupado por una agradable terraza.
En uno de los laterales llama la atención la tienda de LEGO, que tiene en el escaparate una maqueta de esta plaza que estamos contemplando, con todos sus edificios. 
Quedo encantada con el castillo de Disneyland, que está expuesto pero todavía no está a la venta.
También me maravilla un enorme dragón verde que extiende sus curvas por todo el techo de la tienda, con una simpática cara.
Llegamos a una bonita tienda de artículos de Navidad, con unos precios, que dejan baratos los artículos de la Plaza Mayor de Madrid, pasamos por delante de Zara, no sabía que tenía tienda en esta avenida y contemplamos la fachada de la Biblioteca Nacional, grandísimo edificio neoclásico con una gran escalinata y cuya entrada presiden dos leones de mármol blanco.
Estamos en la 41, y os aseguro que el paseo está siendo bastante largo.
Es curioso lo que pasa en Nueva York con la numeración de las calles.
Estás en la 41 y piensas, que si tu hotel está en la 28, no merece la pena coger el metro, total, trece calles.
Pero no os engañéis. Primero porque todas las calles no tienen la misma distancia de unas a otras, sobre todo en el centro están bastante separadas. Segundo, porque el hotel no está en la 28 con la quinta, por lo que luego hay que añadir llegar a Park Av., que supone atravesar otras dos avenidas.
Aún así, seguimos caminando porque, un poco más adelante está el Empirte State, que todavía no hemos visto de noche, se asoma el Chrisller, tan bonito, y un largo etcétera que nos lleva caminando hasta el hotel.
Desde la veintiocho, hacia el otro lado, paseamos otro día para acercarnos al Flatiron, con esa fachada triangular y centenaria, tan original. 
Junto al Flatiron, el Madison Square park es una de las plazas más bonitas que me he encontrado en esta ciudad. 
Continuando hasta Washington Square park, plaza frecuentada por los estudiantes, daremos por finalizado nuestro paseo por esta avenida. Aquí comienza y nosotros la utilizamos de fin de trayecto.
En los días que he estado en esta ciudad, han sido numerosas las veces que me he encontrado en la Quinta Avenida, paseando, cogiendo el metro, el autobús y, sobre todo, mirando para arriba, contemplando las alturas. Es, sin discusión, única en el mundo.

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