lunes, 30 de enero de 2017

Entre puntos suspensivos: Mi opinión.


Conocí a Mayte Esteban «Detrás del cristal», me descubrió el mundo de la llamada prensa rosa, con sus falsos robados y esos romances que solo existen en el papel para promocionar una película, en «La chica de las fotos» y me trasladó al Madrid de la Edad Media con «Brianda, el origen del medallón»
Hace unos días y, como aperitivo a su última novela, conocí a Paula y a Javier cuando eran unos jóvenes que desconocían lo que el futuro tenía previsto para ellos en «Su chico de alquiler». Me divertí con sus ocurrencias de juventud y con su historia, que no tenía más final que el que el lector se quisiera imaginar.
¿Pero para que me iba a imaginar un final si Mayte lo había hecho por mí?

Sinopsis:
Mario Aguirre, el padre de Paula, lleva desaparecido unos días. Por más que su hija trata de localizarlo, no logra dar con su paradero y por ello busca la ayuda de Javier Muñoz, inspector de policía. Diez años atrás, Javier y Paula mantuvieron una relación que nunca ha acabado del todo. De vez en cuando sellan treguas que duran solo unos días, y de las que los dos salen siempre heridos.
Paula sabe que estar cerca de Javier no es lo más sensato, porque recuperarse después de estar juntos es cada vez más difícil, pero necesita que sea él el que la ayude a encontrar a su padre y no duda en pedírselo. El magnetismo que existe entre ellos es tal que quizá el viaje que emprenden para encontrar a Mario no sea muy buena idea, quizá exponga demasiado sus sentimientos.

Mi opinión:

Sabía que me iba a encontrar a Paula y a Javier con diez años más, adultos, con sus vidas encauzadas, más o menos.
Javier ya me caía muy bien y a Paula, una joven un poco caprichosa y alocada, que no tenía claro lo que quería, no la conocía lo suficiente para juzgarla.
En esta novela he descubierto como es realmente. Una mujer con un miedo terrible a sufrir por culpa del amor, de ese amor que, algunas veces, duele. Para evitarlo, se disfraza con una coraza y muestra al mundo y, sobre todo a Javier, que no necesita nada, ni a nadie, para ser feliz. Es nerviosa, contestataria, impulsiva y saca de quicio al que tiene enfrente.
Pero según fui leyendo, la fui conociendo mejor y empecé a comprenderla.
Por otro lado Javier, sigue siendo majísimo, guapo, con éxito en su profesión y amigo de sus amigos.
Ambos no dudan en unir sus fuerzas en una causa común, encontrar a Mario, realizando un maravilloso viaje que, si conocéis la zona, no será difícil que recreéis porque están muy bien descritos los lugares y si no, podéis imaginarlo.
Hay muchos personajes secundarios, que nos perfila la autora, contando sus historias. Yo me quedo con el de Silvia, una mujer que imagino maravillosa como persona, como pareja, como madre y como amiga y que será un ejemplo a seguir para Paula, aún cuando ella no lo sabe todavía.

Me ha gustado como se va desarrollando la trama, la búsqueda, sus conversaciones, sus encuentros y desencuentros y los empujones que, a veces, nos da la vida para ayudarnos a tomar las decisiones más difíciles.
Ha sido una lectura fácil, fluida, con la que me he reído, me he emocionado y, sobre todo, me ha parecido una historia real, protagonizada por personas cercanas de las que, cada día, nos encontramos en nuestro entorno.

Es una comedia romántica, sin ñoñeces. La leyenda asiática con la que comienza la historia, la del hilo rojo invisible que une a los que están destinados a encontrarse, nos da una idea de lo que podemos esperar, pero hay mucho más y un final...eso tendréis que leerlo para averiguarlo, merece la pena.


domingo, 29 de enero de 2017

Por favor, educación en el cine.

He ido al cine a ver ¡Canta!
Para quien no la conozca, es una comedia musical de dibujos animados.

La hora elegida, las seis de la tarde, por lo que la sala está llena de niños, como es natural.
A nuestra izquierda se sientan dos amigas, de unos cuarenta años, que afean lo guarros que son los niños, porque hay restos de palomitas en el suelo de la sesión anterior.
A mi derecha, una madre con su hijo de tres años.
Empieza la película.
El niño de tres años, se aburre y le pregunta a su madre cuando termina la película, como entiende que falta mucho, se duerme.
Las mujeres de mi izquierda deciden que se pueden hacer varias cosas a la vez, por lo que encienden su móvil, y wasapean con sus amigos, además de buscar cada una de las canciones en “Shazam”, para conocer el título y el autor.
No os podéis ni imaginar lo molesta que llega a ser la luminosidad de la pantalla de un móvil durante dos horas pegada a tu cara. Mi marido no ha aguantado más y se lo ha dicho. Han guardado el móvil, los diez minutos que quedaban de película y se han marchado antes de que se encendiesen las luces de la sala, probablemente para que nadie las pudiese recriminar nada más.
Al salir, se me ha ocurrido una reflexión. No me ha molestado ni un niño, o han disfrutado la película, magnífica, o se han dormido. Pero los adultos, han molestado, no han apagado sus teléfonos, alguno ha sonado durante la proyección y han jugueteado con ellos como si estuviesen en el salón de su casa.
No tirarán palomitas al suelo, pero no tienen ninguna educación y dejaron atrás la infancia hace mucho tiempo.


Rincones 4 Alpargatería

Alpargatería Hernanz

Hoy os voy a llevar a un rincón especial por su antigüedad, seguidme...

Si accedemos a la calle de Toledo por el Arco de Cofreros de la Plaza Mayor, nada más acabar los soportales nos encontramos con la alpargatería-cordelería Hernanz, una tienda que lleva en el mismo lugar desde 1845. La inauguró Toribio Hernanz, el bisabuelo de los actuales propietarios.
El negocio era, en un principio, de cabestrantes y después se convirtió en alpargatería y cordelería.
A finales del XIX se compraban muchas sogas, cañizos, espuertas y cordeles, empleadas en la construcción. Además, los cestos de fabricación propia eran muy apreciados por la clientela.
Las alpargatas se empezaron a utilizar como calzado fresco y barato para los obreros y la gente de campo. En Madrid era fácil vérselas a los mieleros o a los vendedores de melones que rodeaban el antiguo Mercado de la Cebada.
En los años 30, Dalí o Lorca las calzaron como símbolo de la intelectualidad, después los hippies las hicieron suyas pero, transcurrido el tiempo, cuando este tipo de calzado estaba abocado a desaparecer o quedarse limitado a disfraces o trajes regionales, al modisto Ives Sant Laurent se le ocurrió que, poniéndole cuña, se podían incluir en cualquier pasarela de alta costura.
Desde ese momento, hasta hoy, no han dejado de evolucionar y convertirse en imprescindible en cualquier armario.
Y es aquí donde la familia Hernanz ha sabido mantener su negocio, evolucionar ofreciéndonos todos los colores imaginables, diferentes alturas de cuña, las tradicionales, las infantiles, las económicas para regalar en las bodas y las pensadas para que la novia se quite, por fin, sus preciosos zapatos que le están destrozando los pies.
Desde la talla 16 a la 49 y en alpargatas tradicionales hasta el 56.
Si se acerca el buen tiempo, la fila que se forma en la acera hace preguntar a los transeúntes si regalan algo.
En el interior huele a cuerda porque siguen teniendo de diferentes gruesos y tonalidades, cestos, sacos, espartos y millares de alpargatas.
Me recibe Jesús Hernanz que, junto con su hermano Antonio, son la cuarta generación de la familia regentando el establecimiento.
Está detrás del gran mostrador de madera y me cuenta que trabaja aquí desde los catorce años. Lo compaginaba con sus estudios en el cercano Instituto de San Isidro y después en la Universidad.
Por aquí pasan todo tipo de clientes, asiduos los miembros del equipo de baloncesto del Real Madrid, sobre todo los más mayores y la Infanta Elena. Susan Sarandon, se llevó alpargatas para medio país, me relata entre risas. También son los proveedores de la Casa Imperial de Marruecos, que no imaginaba yo que utilizasen este tipo de calzado.
Durante nuestra conversación me da una exclusiva, entre divertido y emocionado: Creían que con ellos se iba a acabar el negocio, pero su hija Marta ha decidido, recientemente, entrar a formar parte de la empresa. Es la quinta generación y, con esta incorporación, se asegura que este comercio tan entrañable siga con sus puertas abiertas durante muchos años más.
Me alegra poder seguir paseando por aquí y ver los escaparates llenos de color con los cierres levantados.



Revolution Ice de Javier Fernández




El 29 de diciembre, Javier Fernández, el campeón mundial de patinaje sobre hielo, presentó en el Palacio de Vista Alegre de Madrid un espectáculo en el que buscaba unir música en directo y el mejor patinaje, «Revolution Iceۛ».
Por el frío escenario, han patinado Evgenia Medvedeva, vigente campeona del mundo, la japonesa Miki Ando, el canadiense Shawn Sawyer, la pareja italiana de Anna Cappellini y Luca Lanotte y la estadounidense formada por Zachary Donohue y Madison Hubbell, sin olvidar a Vladimir Besedin y Oleksey Polischchuk que interpretaron números prácticamente circenses. También tuvieron cabida las jóvenes promesas españolas del patinaje. Todos ellos con música en directo a cargo de Los Patax, así como los populares artistas Huecco, Henry Méndez, Diana Navarro y Eva Ruiz.

El aforo estaba completo y el público se ha entusiasmado cuando Javier ha aparecido en la pista. Ver patinar a un campeón del mundo, que salude en un perfecto español porque es un chico de Aluche, pone la piel de gallina. Las tres veces que ha actuado, dos en solitario y una acompañado de Miki Ando, los aplausos no han cesado. El público, entregado, le ha brindado todo su cariño.

Los efectos de luz han dado al espectáculo un toque maravilloso, y la complicidad con los asistentes, con palmas, luces de los móviles, olas y aplausos espontáneos han sido constantes. Guiños cómicos, atletas sobre patines, reto publicitario durante el descanso con Javier jugando un partido de fútbol contra el campeón de España de Playstation, campaña contra el bullying, reivindicación de más pistas de hielo y la promesa de que volverá el próximo año, todo ha cabido en las casi tres horas de show.

Al final, y con Henry Méndez al micrófono y todos los patinadores en pista, los espectadores puestos en pie han dedicado una calurosísima ovación a todos los que han hecho posible que hayamos disfrutado de esta exhibición-concierto.

Como dato curioso os diré que Javier Fernández ha presentado recientemente el libro “Bailando el hielo” Con prólogos de su entrenador, Brian Orser, y del multicampeón Evgeny Plushenko, 'Bailando el hielo', narrado en primera persona, no es estrictamente una autobiografía pues se centra en los aspectos psicológicos que le influyeron durante las diferentes etapas de su carrera, desde su inicio, con seis años, hasta conseguir ser lo que es hoy día.
Sus planes futuros, revalidar su quinta corona europea, su tercer título mundial consecutivo y en febrero de 2018 culminar colgándose el oro olímpico.

Por nuestra parte, sólo pedimos que siga entusiasmando como lo ha hecho hoy.

Publicado en el nº 4 de la revista "Tardes en Sepia"



lunes, 23 de enero de 2017

El peligro del wasap

Hace tiempo que me di cuenta de que el wasap es peligroso porque, como decía siempre mi padre, lo escrito, escrito queda.
De las redes sociales he aprendido en estos años, que es mejor no hablar de política, de religión y de temas que, en general, puedan dar lugar a discusiones, porque al estar “dialogando” con personas de muy diferentes ideas y a las que no ves la cara, ni siquiera la expresión de su voz en los comentarios, es bastante arriesgado y puede dar lugar a situaciones embarazosas.

Pero el wasap, la mayoría de nosotros lo consideramos más cercano, porque no vamos dando nuestro teléfono móvil a todo el mundo y, aunque lo hagamos, no wasapeamos con las personas que no conocemos pero, aún así, se han convertido en zona peligrosa.
Pertenecemos a grupos en los que hay gente muy variopinta, a la que nos unen intereses comunes y con la que se establecen agradables relaciones pero hay que tener mucho cuidado con lo que se escribe porque, insisto, no tiene tono, ni cara. De hecho, los emoticonos se inventaron para eso, para dar a la “conversación” la calidez o seriedad que requiere en cada caso.
Esto mismo se puede aplicar para las personas, aunque no estén en grupo. Esas a las que no conocemos tan bien, ni ellas a nosotras, y con las que no es difícil que nos equivoquemos al tratarlas.
Y ya, como colofón, está la posibilidad, que a todos nos ha ocurrido alguna vez, de enviar el mensaje a la persona equivocada con lo que se puede liar aún más el tema.

Pues, a pesar de que todos sabemos estos principios básicos, seguimos escribiendo lo que, estudiado despacio, y fuera de la rapidez del intercambio de mensajes, pueden traer enfados y malentendidos.

Lo hemos visto en las noticias varias veces, mensajes que han dado lugar a divorcios, a poder tirar del hilo en investigaciones estancadas, a pruebas documentales en diferentes juicios y, aún así, seguimos escribiendo sin pensar dos veces lo que he dicho al principio, que lo escrito, escrito queda.

sábado, 21 de enero de 2017

Noche en el Casino



Anoche estuvimos cenando en el Casino Gran Madrid, en Torrelodones.

Esta cena, que se ha convertido en una tradición, se inició hace ya bastantes años para celebrar la Navidad con un grupo de amigos. Los problemas con las fechas disponibles en días tan ajetreados como son los navideños, y la cantidad de gente que llenaba, tanto los restaurantes, como las salas de juego, nos hicieron cambiar nuestra cita al mes de enero y aprovechar para celebrar el cumpleaños de Juancar y beneficiarnos de los detalles que tiene el casino con el homenajeado.

Muchas cosas han cambiado en estos años. Al principio era una noche muy especial porque nos teníamos que vestir para la ocasión, los chicos con traje y corbata y nosotras con nuestras mejores galas, ese vestido que habíamos comprado para una boda o el de “fondo de armario” que utilizamos en las grandes ocasiones, cambiando los complementos. Los que no nos movemos habitualmente en estos ambientes de glamur, nos sentíamos en ese mundo, por una noche.

Con el tiempo, y con la crisis en pleno apogeo, la dirección abrió la mano en su rígida etiqueta, lo que permitió el acceso a turistas, sobre todo orientales, que iban con vaqueros pero se dejaban miles de euros en las mesas de juego.

Después llegaron los jóvenes, esos a los que mirábamos extrañados del dinero que manejaban, a pesar de tener la edad justa para acceder al recinto.
Los últimos años había decaído mucho. La sala de juego se había reformado y había establecido unos precios intocables para personas normales. Nosotros, acostumbrados a hacer un fondo y repartirlo para ruleta, blackjack y máquinas de póker, tuvimos que desistir y limitarnos a degustar una magnífica cena en el bufet “La Cúpula”, y relajarnos tomando un café con esas agradables conversaciones que se tienen con los amigos de siempre.

Porque lo que no ha cambiado es la asistencia a la cena de seis amigos. Hemos vivido bodas, divorcios, nuevas parejas, invitación de amigos comunes, de familiares, pero nosotros, inamovibles. Anoche faltó uno que ha descubierto su vena artística y acude los viernes a clases de teatro, y echamos de menos sus bromas durante la cena.

Pero ayer hubo un antes y un después. El casino se ha modernizado.

Ya nos pareció raro que el parquin estuviese lleno. El vestíbulo, con gente esperando para hacer la filiación de entrada y, en el interior, un ambientazo.

La cena, agradable como siempre, con un personal joven, especialmente amable. A las diez, la espera para ocupar una mesa ya era de setenta minutos.

Cuando entramos en la sala de juego eran casi las doce y estaba como hace años, muchas chicas jóvenes muy bien vestidas y sus parejas, sin traje, pero arreglados. Los orientales, ausentes. El centro ocupado con un campeonato de póker, con gente de todo tipo. Las mesas de ruletas, llenas. El ambiente muy agradable.
Y, cuál fue nuestra sorpresa, cuando vimos que los precios habían vuelto a ser razonables, pero que se habían acabado las fichas y las monedas.
En las máquinas se juega con tiques con códigos de barras y en las mesas de blackjack, las fichas han sido sustituidas por tablet.
Desde luego, no tiene nada que ver, las fichas tenían su encanto y, cuando ganábamos, meterlas en los pequeños bolsos para ir a cambiar por dinero, nos llenaba de satisfacción pero, aún así, nos pareció que le habían dado nueva vida y que nuestra tradición podrá continuar.

Si habéis llegado hasta aquí en vuestra lectura, no ganamos, pero pasamos una noche magnífica.



sábado, 7 de enero de 2017

La tarde de Reyes



Para mí la Navidad es una cadena de tradiciones que me gusta seguir sin darle la espalda a las innovaciones necesarias con los cambios que en toda familia se van produciendo.
La última de mis tradiciones, la que pone punto final a estos días, es recoger todos los adornos navideños la tarde de Reyes. Cuando llega la noche, mi casa ya ha vuelto al aspecto que tiene el resto del año.
Para llegar a esto, han trascurrido muchos días y muchas emociones.
Todo empezó con la decoración de la casa en la que, este año, conté con la ayuda de Victoria. Una ayuda relativa porque, cuando descubrió que las bolas del árbol rodaban, se convirtió en su diversión colarlas debajo del mueble.
La incorporación de un nacimiento de plástico, ha sido otra innovación. El bonito, heredado de mi padre, ha permanecido empaquetado y, en su lugar, he tenido uno en el que Victoria, subida en un banquito, ha jugado cada día, con patos, ovejas, pastores y, sobre todo, con el niño, la mamá y el papá, como ella los llama. Manuela, más pequeñita, no ha estado ajena a esta decoración. El árbol le quedaba a su altura y no dudó en coger unas cuantas bolas y, del nacimiento, eligió una pastora y un pastor y no los soltaba ni para gatear.
El pueblo de papá Noel, todo de madera, les gusta menos pero hoy, al recogerlo, he visto que habían incorporado un caballito de madera roja que es un imán y está en la puerta del frigorífico, o sea que también lo han manipulado, aunque yo no lo haya visto.
Como todas las familias nos hemos reunido para comer y cenar y volver a comer y volver a cenar, hemos cantado villancicos con gorros de papá Noel y panderetas, que Victoria se ha encargado de repartir, intuyendo el tamaño de cada cabeza, porque los tengo de todos los tamaños. Manuela, que se acuesta muy pronto, aguantó como una jabata hasta las doce, a esa hora nos dimos cuenta que la cuna de Victoria estaba llena de regalos, uno para cada uno. Es otra de mis tradiciones, un solo regalo para cada comensal, todos envueltos en el mismo papel y con un adorno dorado.
En Nochevieja no teníamos niñas, pero nos reímos y disfrutamos de una cena de adultos, para dar paso a nuestro cotillón y unas uvas que parecían melones pequeños, del tamaño que tenían.
El primer día del año nos volvimos a reunir, otra vez con niñas, muy graciosas compartiendo juegos y convirtiéndose en el centro de atención.
Hemos paseado por la Plaza Mayor, el Tio Vivo de la plaza de Santa Cruz y el de la plaza de Oriente, Cortylandia, meriendas con churros y porras, hemos entregado la carta a los reyes en el mercado de la Cebada...
Y por fin llegamos al día de hoy, el de Reyes. Ese bonito día lleno de ilusión.
A las doce y un minuto, Juancar y yo nos intercambiamos nuestro regalo y a las once de la mañana, los chicos con las niñas para desayunar chocolate con roscón.
Sus caras cuando han visto el pie del árbol, que había subido en un pedestal, lleno de paquetes de colores, no se puede describir. Manuela se ha sentado delante y no se ha movido hasta que no quedaba ni un paquete. Victoria se ha encargado de ir repartiendo, pero cuando eran, o para ella, o para su prima, los nervios afloraban y no sabía ni que hacer.
A Manuela su primer “nenuco” y su sillita para pasearlo que ella utiliza en modo andador, le han encantado.
A Victoria su “nenuco” bebé, que ella ha decidido llamar Almudena y su capacho para acostarlo,  que le he hecho a mano, buscando la soledad de la madrugada para coserlo, también le han gustado mucho.
Las dos tendrán que asimilar lo vivido y sus madres dosificar juguetes para todo el año.
Manuela se ha ido agotada.
Victoria se ha despedido del nacimiento, aunque le ha costado entender que había que guardarlo hasta el año que viene. Ha hecho hasta “pucheros” de pena.
Según se ha acomodado en el coche, se ha quedado dormida.
Y yo, he recogido la Navidad. Me cuesta mucho trabajo porque, cada año, compro cosas nuevas y me da pena tirar nada, por lo que los adornos cada vez ocupan más espacio.
Han sido unos días maravillosos. Los he disfrutado muchísimo, pero vuelvo la vista atrás y me doy cuenta de que siempre son especiales porque pongo en ellos ilusión y cariño, mucho cariño.