miércoles, 26 de octubre de 2022

Descubre los Centros Municipales de Mayores

Quiero aprovechar esta entrada para mostraros lo que hacen un grupo de mayores, los llamaremos así, porque ya no son jóvenes, eso está claro, que acuden diariamente a los diversos Centros Municipales de Mayores, a los diferentes talleres que se imparten, unos, la mayoría, por voluntarios, otros por profesores cualificados, que contrata el propio Ayuntamiento.

Todos nos hemos dado cuenta, en estos duros meses que nos ha tocado vivir por culpa del dichoso bichito, de lo que han sufrido nuestros mayores. De una forma diferente a la nuestra porque, a la dureza del confinamiento, ellos añadían la soledad y la dificultad para moverse con cierta soltura por las nuevas tecnologías.

Ahora, cuando parece que regresamos a una vida más o menos normal, gracias a las vacunas, intentan volver a los centros, esos que les sirven para socializar, para conversar, para aprender cosas que antes no tuvieron a su alcance, como aprender Inglés, Informática o Historia, hacer tapices de alto lizo, labores de ganchillo, artesanía con materiales reciclados, yoga, baile, dibujo, el difícil arte de los bolillos...—seguro que me dejo alguno—, y se encuentran con que son muy pocos, unos, tristemente, han fallecido, otros han enfermado o se les ha reducido la movilidad, otros tienen miedo porque han somatizado la enfermedad asociándola a los lugares de reunión, y esa disminución de «alumnos» hacen peligrar las clases que necesitan un número mínimo para ser sostenibles.

No vamos a entrar en la viabilidad, porque los voluntarios están dispuestos a seguir trabajando por un proyecto que les ilusiona, aunque sean pocas las personas a las que van dirigidas, pero lo que es una realidad es que cada vez son menos.

¿Por qué? Es muy simple, los mayores son reacios de acudir a estos centros porque son para «viejos», y lo dicen de forma despectiva.

Por ese motivo, han decidido salir a la calle, instalar sus talleres, en el caso de mi barrio, en la céntrica Plaza de los Carros de Madrid, y explicarles a todos los transeúntes, lo bien que se lo pasan y lo mucho que aprenden.

Ha sido una mañana divertida, cargada de anécdotas, pero, sobre todo, de risas, complicidad y compañerismo.

Rafa, informático, nos ha mostrado el tapiz que está haciendo con un diseño de su hijo, motero; Alfonso, lleva 54 años haciendo bolillos como entretenimiento, y ahora es el maestro; Ana, maestra, enseña artesanía con materiales reciclables a unas alumnas entregadas; en la mesa del taller de ganchillo, contemplamos unas preciosas labores; desperdigados por la plaza, los dibujantes plasman en papel los característicos edificios de esta zona y, como colofón, la clase de baile a la que se han sumado, a la salida de clase, los alumnos de un Instituto cercano, uniéndose chavales y abuelos en una improvisada pista de baile.

Mucha gente se ha acercado a preguntar si podían comprar lo que estaba expuesto, no, no se vende, lo único que venden en estos centros es ilusión.

Os animo a que busquéis en vuestros barrios, vuestras ciudades, estos lugares donde compartir momentos, evitar la soledad, aprender y reír y, si todavía no tenéis edad para disfrutar de todo esto, ayudar a encontrarlos a los que os rodean.

La mañana ha acabado en el Centro, con un cocido madrileño en la cafetería y después, alguna partidita de cartas y de dominó.


«Todos deseamos llegar a viejos; y todos negamos que hemos llegado»

Francisco de Quevedo.