sábado, 26 de noviembre de 2016

Black Friday


Ayer una amiga me envió un artículo en el que se contaba el origen del “Black Friday” como el día en el que los comerciantes de esclavos los vendían rebajados para la temporada de invierno.
Esta historia, que ha volado por las redes sociales, invitaba a no comprar nada este viernes nefasto, que recordaba la esclavitud y nos abocaba a la esclavitud moderna, el consumismo, que además viene de los americanos.
Y entonces yo he decidido investigar.
La verdad es que he empezado por buscar el origen de la celebración de la Navidad, que si bien me encanta, como sabéis todos los que me conocéis, no deja de ser curioso que sus inicios se remonten a las fiestas paganas de Los Saturnales y, posteriormente, al Sol Invictus que también se representaba con un bebé.
Juan Pablo II lo reconoció en sus palabras “A los cristianos les pareció lógico y natural sustituir esa fiesta con la celebración del único y verdadero Sol, Jesucristo, que vino al mundo para traer a los hombres la luz de la verdad”
A lo que voy, que nadie se plantea el origen de la Navidad para celebrarla o no, ni afea a aquellos que lo hacen, ni se pregunta de dónde viene.
Y volviendo al Black Friday, la historia de la esclavitud es falsa, no se ha encontrado fundamento alguno que sostenga esta leyenda.
Su verdadero origen hay que buscarlo en Filadelfia, cuando el sábado siguiente a Acción de Gracias se disputaba en esta ciudad un partido de futbol americano entre la Academia Naval (Annapolis) y West Point (Nueva York). Se desplazaban miles de personas interesadas en presenciar este evento que tenía como aliciente la gran rivalidad entre ambas escuelas.
Los comerciantes quisieron aprovechar y decidieron hacer ofertas para que las compras de Navidad se adelantasen y se comprasen en su ciudad.
El viernes previo se sucedían los atascos, los autobuses no podían circular y para los peatones era un caos por lo que la policía lo comenzó a llamar “el viernes negro”, como el día más temido y funesto del año.
El boca a boca hizo el resto y extendió la costumbre de las rebajas este viernes al resto de los Estados. En 1975, el diario “The New York Times” le dio este nombre a la cita anual en un artículo y se pasó a llamar “Black Friday” para todo el mundo.
Hasta aquí, la ración de historia. Y ahora, mis conclusiones.
¿Qué daño hace que los comercios pongan rebajas en unas fechas diferentes a las que hemos conocido siempre?
¿Por qué nadie se plantea el origen de “los 8 días de oro”, “el 3 por 2”, “la semana fantástica”, “los martes locos”, “el día sin IVA”…?
En Madrid, todos los comercios pequeños han decidido, hace tiempo, adelantar las rebajas al mes de diciembre para que los clientes se puedan beneficiar de descuentos en las compras navideñas.

Vamos, que cada uno haga lo que quiera y le parezca bien, venga de quien venga la idea.
Yo personalmente aproveché para comprar varios libros a precios muy reducidos y recomendé otros que ya tenía pero que, me consta, han comprado amigos míos.

Pues si esta idea tan tonta importada de los americanos, sirve para que yo me ahorre unos euritos y que los libros de mis amigos suban en el ranquin y se hagan más visibles, cara a las futuras ventas, me llena de alegría y satisfacción, que decía aquel.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

TU PRIMER AÑO

Querida Manuela:
Hoy cumples un año y no va a ser un día especialmente feliz porque unos virus han decidido hacerle una visita a tu garganta y estás malita.
Pero como esto no se puede elegir, espero que para el fin de semana ya estés buena y podamos disfrutar de ti, darte los regalos y ayudarte a apagar tu primera vela.
Quiero que sepas que ha sido maravilloso poder compartir este primer año contigo.
Te escribí una carta, cuando cumpliste tres meses, pero en este tiempo has cambiado mucho. Ahora eres un trasto al que le gusta más cualquier cosa que no sea un juguete, por lo que te pasas el día trepando a todos los sitios que están a tu alcance.

Todavía no caminas, pero ya te sujetas, lo que añadido a tu velocidad de gateo, hace que te hayas convertido en un peligro, todo lo coges, todo lo quieres y, cuando tu padre te regaña, le miras y te ríes, diciéndole con los ojos «papá, estoy descubriendo el mundo»
Te gustan mis collares, mis abanicos, que te acaricie la cabeza, que te haga cosquillas y que te sople. Tus carcajadas me hacen reír y tus caricias, parecidas a un manotazo, me enternecen aunque, algún día, acabaré con las gafas en el suelo.
Bueno cariño, solo quería trasmitirte con esta carta todo mi cariño, todo mi amor. Los besos, los achuchones y el tirón de orejas, te los daré en breve.


martes, 15 de noviembre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (7)

RESUMIENDO

Pongo, con este capítulo, punto y final a la historia que os he ido narrando de este viaje.
Seguramente podría seguir contando cosas que, si hago memoria, se me vendrán a la cabeza y pensaré que no las he contado, pero da igual, no lo quiero alargar más en el tiempo, así que intentaré resumiros lo que me falta.
La obra de teatro en Broadway:
No creo que pueda ver otro espectáculo que me impresione como este. Elegimos ver Aladdin, porque es una historia conocida. Yo no sé inglés, pero incluso los que sí lo sabían, les costaba mucho trabajo seguir el diálogo y entender las canciones, pero daba igual, lo importante era el espectáculo, la música, la magia, la interpretación, las luces.
Si había moscas, me las comí todas. Estuve con la boca abierta las dos horas que dura la obra. No se puede narrar, de verdad, hay que vivirlo.
La estatua de la Libertad:
Aunque es mucho más pequeña de lo que nos imaginamos, cuando estás debajo haciéndote la famosa fotografía, te parece estar viviendo un sueño.
El barco que te lleva a la isla, no tiene nada que ver con los que hacen el trayecto gratuito, y pasan cerca. Es un barco muy grande, cómodo para hacer fotos, o ir sentado contemplando el paisaje que, a estas alturas, ya nos sabíamos de memoria, pero siempre es distinto, dependiendo de la hora del día y de si está nublado como fue nuestro caso. Yo me imaginaba lo que tenían que pensar los inmigrantes que esperaban en la vecina Isla de Ellis a que les permitiesen entran en Estados Unidos que, para ellos, significaba una nueva vida, viendo continuamente esta imponente estatua.
Las compras:
Nosotros compramos en casi todos los barrios que visitamos. En los famosos almacenes Century 21, outlet de firmas, es fácil encontrar a buen precio las firmas americanas. Las europeas están más caras que en España. De cualquier forma, no puedes llevar una idea de lo que vas a comprar, porque puede que no lo encuentres. Ves algo, te gusta y lo compras.
En los almacenes Macy´s, había ofertas porque era el fin de semana anterior al «día del trabajo», pero en general no me pareció barato.
En Harlem, sin esperarlo, encontramos un outlet de Gap, en el que si hubiésemos ido con más tiempo, habríamos comprado más cosas. Aún así, picamos.
En el Soho y en la avenida Broadway, se puede encontrar casi de todo.
En Chinatown, ya os conté, unas falsificaciones impresionantes, aunque tienes que llevar muy claro lo que quieres y cómo es el original, aun así, es fácil que te engañen.
En Times Square, me enamoré de la tienda de Disney. Lo habría comprado todo. Aquí si se nota la diferencia de precio. Mucho más barato.
Hasta en la Quinta Avenida hicimos alguna comprita, aunque fuese en un puesto callejero.
En resumen, es el paraíso de las compras.
Curiosidades:
No es verdad que sea la ciudad que no duerme. No duerme Times Square pero, el resto, empieza a recoger a las 21 horas, como muy tarde.
Los aseos públicos, están limpísimos en todos los sitios, incluso en los más insospechados.
Es falso que haya wifi en cualquier lugar. Sólo lo tienes asegurado en los Starbucks, eso sí, sin necesidad de entrar y en los lugares oficiales como el MET o la Biblioteca Nacional.
Es una ciudad sucia. A partir de las ocho de la tarde empiezan a sacar inmensas bolsas de basura negra que ponen en las aceras, formando muros.
También me habían contado que encontrabas personas que hablan español en cualquier sitio y no ha sido mi sensación.
La comida es muy variada. Hemos comido riquísimas hamburguesas, perritos calientes en la calle, comida rápida, comida italiana, comida china, incluso nos permitimos cenar en el restaurante de moda de la ciudad «Balthazar». Desde luego, si quieres
comer bien, lo tienes que pagar.
No he visto nunca tantos andamios y tan grandes, muchísimo tráfico, la gente vive corriendo y hay tantos neoyorkinos como turistas, o eso es la sensación que me ha dado.
Los fines de semana, el metro no para en todas las estaciones, por lo que el trayecto se convierte en una aventura, tienes que arriesgar. Si existe un método para saber qué criterio siguen, nosotros nos conseguimos averiguarlo.
Y es, en conclusión, una ciudad de cine, que me ha enamorado y a la que me he prometido a mí misma, que tengo que volver, si puede ser, cuando esté decorada de Navidad.
Espero que os haya gustado este diario, a mí me ha encantado rememorar un viaje maravilloso en el que, por encima de todo, lo mejor han sido las personas que me han acompañado.


FIN



sábado, 12 de noviembre de 2016

Celebración en Sepia


Hace más de un mes que decidimos hacer una degustación-concurso de salmón marinado, en la que Mercedes y Begoña harían su famoso salmón y todas las demás diríamos cuál estaba más bueno.
Aprovechando que, por primera vez en mucho tiempo, íbamos a estar todas, celebraríamos los cumpleaños de Noviembre, el de Elena, el mismo día de la cena, el mío, que había sido tres días antes y el de Begoña, que es a final de mes.
Después de «encarnizadas» discusiones sobre si pagábamos a escote, si llevábamos más comida, si la bebida se compraba con un fondo y hasta si Mercedes se iba a dejar ayudar a recoger la casa, llegó el esperado día.
Debo deciros que no hubo concurso porque, era tal la cantidad de comida que llevó Begoña, de la que cabe destacar sus croquetas y su tortilla de morcilla con cebolla caramelizada y la que añadió Mercedes con unas generosas fuentes de jamón y ensaladas de bonito embotado por ella misma en su visita a Cantabria el pasado verano, que nos pareció absurdo que filetease su salmón, a pesar de estar hecho. 
El salmón de Begoña estaba exquisito y, a última hora, todavía discutían las dos cocineras sobre cuál está más rico.
Fue una cena llena de risas, en la que nos olvidamos de móviles, de problemas, de enfermedades y de todo lo negativo que, por desgracia, nos da la vida.
Con una vela que Gema lleva en el bolso, sorprendiéndonos como tantas otras veces, nos cantaron el cumpleaños feliz y apagamos la velita hasta tres veces para que las fotos saliesen perfectas. 
La tarta, encargada por Elena, con un libro abierto, como no podía ser de otra manera.
Llegó el turno de los regalos y, otra vez Gema, en un arrebato de locura temporal transitoria, fue haciéndose con todos los regalos y colgándoselos, no hemos podido averiguar si con complejo de percha o de árbol de navidad.
Teniendo en cuenta que, había una pashmina para cada una, «pasmosa» para las sepias, a Gema estuvo a punto de darle un «golpe de calor» en pleno mes de noviembre, con tanta lana encima.
Varias anécdotas, en especial la contada por Beatriz cuando, estudiando ESO suspendió siete asignaturas y la reacción de su madre, hicieron que el salón se llenase de carcajadas.
Champagne azul, traído por Cita y que no conocíamos casi ninguna, grabaciones de Nieves, para que no olvidemos el momento, las fotos oficiales de Alicia, con trípode y cámara de profesional, el whisky con coca cola de Elena, que se bebió Carmen, el ron con naranja de Nieves, que era ginebra, la pobre Elena que se pasó la noche buscando su silla y, sobre todo, la hospitalidad de Mercedes.
Hubo un momento serio para hablar de nuestra revista «Tardes en Sepia» y los objetivos que nos hemos marcado, del que seguro Carmen, nuestra secretaria, levantará acta.
Pero lo que quedará para siempre será el recuerdo de una noche inolvidable.
Ah, se me olvidaba, como era once del once, jugamos un cupón de la once y no nos tocó nada. Seguiremos siendo sepias pobres.

La Mallorquina

La Mallorquina es más que una pastelería en Madrid. En plena Puerta del Sol, lleva endulzando a los madrileños desde 1894.
Como ellos mismos dicen en su historia «Fundada en 1894, la historia de La Mallorquina es la de Madrid y España: Alfonso XIII, 2 Guerras Mundiales, la Segunda República, la Guerra Civil, el franquismo, la llegada de la Democracia y ahora, aquí estamos contigo.  Hemos contemplado 3 siglos de historia amasando nuestras propias y dulces memorias, horneando historias de felicidad y espolvoreando momentos de alegría, diaria y artesanalmente.»
Y ahora os cuento mi historia:

El jueves quedé con mi amiga Carmen para merendar y darnos un tirón de orejas mutuo ya que cumplimos los años el día siete y el día 8.
A Carmen la apetecía mucho una ensaimada, que es uno de los dulces más típicos de La Mallorquina.
No eran todavía las seis de la tarde. Nos encontramos una planta baja llena de gente comprando en los mostradores y esperando que hubiese una mesa libre en el salón de la planta superior. Un dispensador de números, como los del mercado, y una pequeña pantalla que te indica cuando puedes subir al salón, es el método elegido, desde luego muy poco glamuroso.
Nuestra espera no llegó a diez minutos y subimos la empinadísima escalera de caracol de 22 escalones.
La mesa que nosotras mismas elegimos, estaba con el servicio anterior sin retirar y necesitamos decírselo a tres camareros diferentes para que nos la limpiasen.
Cuando nos atendieron, pedimos dos cafés y dos ensaimadas, pero ya no había ensaimadas, a una hora en las que, con nuestros horarios, las meriendas están empezando.
Yo pedí un cruasán a la plancha y, cuando me sirvió la mermelada de melocotón, la quise cambiar por fresa o frambuesa, lo que fue imposible porque no tienen de otro sabor.
El café templado, conseguir que me trajese un vaso de agua, tarea complicada y, a la hora de pagar, no hay precio de merienda, como en casi todas las cafeterías. Se paga por cada uno de las cosas consumidas y, sinceramente, más bien caro.
La bajada de las escaleras, respetando la derecha porque hay personas subiendo, es por la parte estrecha, por lo que vi peligrar la estabilidad de mi amiga y la mía propia.
A pesar de todo, la tarde fue de las que se recuerdan con cariño durante mucho tiempo. Nos vemos poco pero eso no impide que, cuando nos reunimos, nuestra conversación sea como si merendásemos cada día. Hablamos de los hijos, los nietos, de la vida, y hasta de la reciente elección de Donald Trump.
No nos gustó la atención de La Mallorquina, ni que descuiden a sus clientes por el mero hecho de que les sobran pero, desde luego no consiguieron empañar nuestra divertida tarde.
Probablemente no volveremos…o sí.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (6)

CONTRASTES


Si algo tiene la ciudad de Nueva York, son contrastes.
Vistas desde el mirador de Boulevard East
Los turistas, normalmente, no salimos de Manhattan, que es uno de los cinco barrios de esta gran ciudad. Los otros, Queens, Brooklyn, Staten Island y Bronx, prácticamente no existen para nosotros.
Por este motivo decidimos contratar la excursión “Contrastes”, que te lleva durante cuatro horas en autocar, con guía, por varios de estos lugares, explicándote curiosidades de los distritos.
Nuestra primera parada fue al otro lado del río Hudson, en el estado de New Jersey, al que llegamos a través del Lincoln Túnel, para admirar las vistas desde el mirador del Boulevard East.
En esta zona de New Jersey, casas señoriales, cochazos aparcados en los jardines porque los garajes están llenos, y grandes avenidas por las que solo vimos obreros de mantenimiento.
De vuelta a Nueva York, nos adentramos en el Bronx, después de atravesar el puente de George Washington. Nos pareció que estábamos en otro mundo a pesar de transitar sólo por las avenidas principales. Aquí no hay rascacielos, ni coches buenos, ni gente elegante, pero tampoco vimos nada de lo que el guía se empeñaba en contarnos como el horror de los horrores. No digo yo que no sea verdad, pero no vimos pandilleros, ni gente rara, sólo personas más humildes, como si hubiésemos retrocedido unos cuantos años en un hipotético túnel del tiempo y grafitis, muchos y muy variados.
En la zona alta del Bronx está el famoso estadio de los yanquis, el zoológico del Bronx y el jardín botánico de Nueva York.
Llegamos a Queens, y atravesamos el inmenso barrio latino, en el que nos parece estar en algún país de Sudamérica, todo en español, muy colorido, pero humilde. Nos cuentan que también están los barrios polacos, griegos, asiáticos, caribeños y, recientemente, los de jóvenes neoyorkinos que buscan compartir piso con alquileres más económicos y bien comunicados con el metro que circula en superficie.
Aquí vemos, de lejos, el Flushing Meadows Park donde se juega el Open de Tenis, que se está celebrando en estos días, por lo que toda la zona está acordonada.
Llegamos a Brooklyn, precioso barrio en el que creo que yo podría vivir, y que se ha puesto de moda entre artistas y gente de la cultura. Paseando por aquí no tienes la sensación de estar en Nueva York, puedes estar en cualquier otra ciudad.
Pero hay una excepción, el barrio de Williamsburg, donde viven los judíos ortodoxos, que me impresionaron.
Los de aquí pertenecen al grupo jasídico Satmar, de origen húngaro y rumano, por si lo queréis buscar.
Esto no es un contraste. Es increíble que exista en pleno siglo XXI.
Los hombres vestidos de negro, con largos tirabuzones laterales y sombreros de terciopelo negro. Los niños varones, con pantalones por la rodilla con tirantes sobre camisa blanca y el típico kipá. Pero las mujeres y las niñas, me horrorizaron. Van vestidas con ropa insulsa, sin formas, de colores neutros, las faldas por debajo de la rodilla y medias tupidas en pleno verano. Las casadas llevan peluca porque su propio pelo sólo lo pueden ver sus maridos. Las niñas igual de tristes que las madres. Por supuesto los colegios no son mixtos, porque la mujer, básicamente, sirve para casarse y procrear.
Pero lo que más me llamó la atención es que parecían felices. Por cierto, son familias adineradas, dueños de las grandes firmas de moda de la ciudad.
En el aeropuerto, cuando volvíamos a España coincidimos con una familia que estaba despidiendo a una de sus hijas, y nos parecieron entrañables, con unas muestras de cariño que nos son fáciles de ver hoy día, que todo se tacha de cursi o sentimental.
De aquí nos trasladamos al barrio chino, otro gran contraste.
El mercado, nada que ver con lo que conocemos. Muchísimos pescados en salazón, verduras que no había visto nunca, frutas diferentes, patos colgados como antiguamente estaban los conejos y los pollos en nuestros mercados y, sobre todo, poca higiene, muy poca.
A pesar de lo que estábamos viendo, buscamos un restaurante para comer, elegimos uno de los caros, de lujo. Reconozco que la comida, pato Pekín entre otras cosas, estaba exquisita.
Después de comer nos zambullimos en la calle de las compras, las falsificaciones malas, las buenas, las trastiendas. El paraíso de las compras baratas, imanes, camisetas, recuerdos de todo tipo y bolsos, relojes y gafas de todas las buenas marcas, cuánto más caros, mejor imitación, hasta llegar a ser casi perfecta.
Otro lugar diferente, al que acudimos el domingo, fue Harlem.
Me pareció un barrio alegre, la gente vestida de domingo, las abuelas con sombreritos muy graciosos.
Harlem
No creáis que aquí solo vive la comunidad negra, hay una zona de latinos y, la que está más cercana a Central Park, tiene casas de alto nivel.
No pudimos ir a ninguna misa góspel porque el primer domingo de septiembre es especial y no permiten la entrada a los turistas.
Central Park
Otro gran contraste es Central Park. En medio del ruido, de los rascacielos, de las grandes avenidas, del incesante tráfico, nos adentramos en un inmenso rectángulo de 4 kilómetros por 800 metros en el que todo es vegetación, lagos y paseos de arena. También hay muchísima gente, bicicletas, carruajes de caballos, el monumento a Lennon, la fuente de Alicia en el país de las maravillas o el castillo de Belvedere. Imposible conocerlo y pasearlo en unas horas.
Y mi último gran contraste se lo dedico a las personas.
Hay una diferencia grandísima entre las clases sociales. En un país con una altísima población negra y latina, no he coincidido con ninguno de ellos sentados en un restaurante, sólo sirviéndome y, os aseguro, que no he ido a sitios lujosos.
Los trabajos más pobres los tienen los hindúes, que trabajan en la calle, vendiendo fruta o perritos calientes, seguidos de los negros, en las grandes cadenas de alimentación o en las cajas de los supermercados, y muy de cerca los latinos, en lugares de comidas preparadas, autoservicios, taquillas del metro o conductores de autobús.
En los lugares cercanos a las universidades, si es más fácil ver estudiantes de todas las razas y colores.
Y cuando la noche oscurece las esquinas, se llenan las calles de con montañas de bolsas de basura negras, aparecen mendigos durmiendo en los parques y es fácil ver alguna rata por la acera.
 Así es Nueva York.