La Mallorquina es más que una pastelería en Madrid. En plena Puerta del Sol, lleva endulzando a los madrileños desde 1894.
Como ellos mismos dicen en su historia «Fundada en 1894, la historia de La Mallorquina es la de Madrid y España: Alfonso XIII, 2 Guerras Mundiales, la Segunda República, la Guerra Civil, el franquismo, la llegada de la Democracia y ahora, aquí estamos contigo. Hemos contemplado 3 siglos de historia amasando nuestras propias y dulces memorias, horneando historias de felicidad y espolvoreando momentos de alegría, diaria y artesanalmente.»
El jueves quedé con mi amiga Carmen para merendar y darnos un tirón de orejas mutuo ya que cumplimos los años el día siete y el día 8.
A Carmen la apetecía mucho una ensaimada, que es uno de los dulces más típicos de La Mallorquina.
No eran todavía las seis de la tarde. Nos encontramos una planta baja llena de gente comprando en los mostradores y esperando que hubiese una mesa libre en el salón de la planta superior. Un dispensador de números, como los del mercado, y una pequeña pantalla que te indica cuando puedes subir al salón, es el método elegido, desde luego muy poco glamuroso.
Nuestra espera no llegó a diez minutos y subimos la empinadísima escalera de caracol de 22 escalones.
La mesa que nosotras mismas elegimos, estaba con el servicio anterior sin retirar y necesitamos decírselo a tres camareros diferentes para que nos la limpiasen.
Cuando nos atendieron, pedimos dos cafés y dos ensaimadas, pero ya no había ensaimadas, a una hora en las que, con nuestros horarios, las meriendas están empezando.
Yo pedí un cruasán a la plancha y, cuando me sirvió la mermelada de melocotón, la quise cambiar por fresa o frambuesa, lo que fue imposible porque no tienen de otro sabor.
El café templado, conseguir que me trajese un vaso de agua, tarea complicada y, a la hora de pagar, no hay precio de merienda, como en casi todas las cafeterías. Se paga por cada uno de las cosas consumidas y, sinceramente, más bien caro.
La bajada de las escaleras, respetando la derecha porque hay personas subiendo, es por la parte estrecha, por lo que vi peligrar la estabilidad de mi amiga y la mía propia.
A pesar de todo, la tarde fue de las que se recuerdan con cariño durante mucho tiempo. Nos vemos poco pero eso no impide que, cuando nos reunimos, nuestra conversación sea como si merendásemos cada día. Hablamos de los hijos, los nietos, de la vida, y hasta de la reciente elección de Donald Trump.
No nos gustó la atención de La Mallorquina, ni que descuiden a sus clientes por el mero hecho de que les sobran pero, desde luego no consiguieron empañar nuestra divertida tarde.
Probablemente no volveremos…o sí.
Pues hacéis bien en no volver, si será por cafeterías en Madrid jajaja
ResponderEliminarUna pena que estos lugares tan tradicionales no cuiden a sus clientes.
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