lunes, 26 de mayo de 2014

Mi narración de una final histórica


No puedo dejar escribir sobre el partido de fútbol de ayer.
Un partido que movió a muchísima gente, porque la afición al fútbol es muy grande y porque la rivalidad entre dos equipos hermanos propiciaba que fuese una final especial.
Conozco personas amigas que se desplazaron a Lisboa, de ambos equipos, algunos pasando toda la noche del viernes durmiendo en un autobús para volver nada más acabar el partido, otros pudiendo disfrutar de la maravillosa ciudad que es Lisboa, durante todo el fin de semana. Un conocido vino desde México, pasó por Madrid, saludó a los amigos y se fue para Lisboa. Una amiga, con entrada y hotel, renunció a vivirlo en directo para quedarse acompañando a su madre, que había enfermado repentinamente, dejando claras sus prioridades y demostrando que el amor a unos colores siempre tiene un límite.
Soy madridista, porque mi padre era blanco hasta la médula y crecí queriendo al Madrid, aunque el fútbol tardó muchos años en interesarme y, aun hoy, no está entre mis prioridades, pero me gustaría poder ser objetiva en esto que estoy contando.
Empieza el partido.
La afición atlética dio una lección durante todo el partido de lo que es animar a su equipo. A los madridistas se les oyó más bien poco.
En el palco, Enrique Cerezo dio otra lección de “saber estar” conteniendo su alegría ante el gol de Godín y limitándose a sonreír a la Reina que le daba la enhorabuena.
Los madridistas desesperaban y los atléticos acariciaban la copa, pero llegó Sergio Ramos y metió un gol de cabeza que iba a cambiarlo todo.
Me pareció graciosa la carrera de Xavi Alonso, desde la grada al campo para abrazar a sus compañeros.
Sin embargo, la celebración de Florentino Pérez, eufórica, dando saltos y saliendo de su asiento a “medio abrazar” a Jose María Aznar estuvo fuera de lugar.
Y llegó la prórroga.
El Atlético agotado, no daba más de sí. El Madrid, al que el empate le había puesto las pilas, dio un empuje final y marcó dos goles más.
El penalti nunca debió de ser pitado. No venía a cuento. Quedaban segundos para acabar, estaba todo decidido y el árbitro se lo podía haber evitado.
Porque el resultado, 4-1, no refleja la realidad de lo que vimos, el Madrid no arroyó al contrario. Sufrió para traspasar la pared de jugadores que le impedían anotar y la suerte, a última hora, se alió con ellos consiguiendo el empate.
El atlético había sido un digno rival, que había llegado imbatido a la final pero no hizo un buen partido.
Una afición contenta y otra triste. Siempre es así, pero duele más cuando los dos son de la misma ciudad.
Hasta aquí, todo normal. Pero entonces entro en facebook, y me empiezo a quedar ojiplática con lo que leo: Que se nota que el árbitro estaba comprado, que todas las tarjetas que le ha sacado al atlético eran inventadas, que “ya se sabe” en este país “pan y circo” los de “derechas” cerrando filas, que el presidente del Real Madrid es un “fascista”, y yo, alucinando.
Porque como ya he dicho otras veces, creo que no se debe mezclar la política con el deporte, que haya que preguntar de qué partido es el presidente de un equipo para ser seguidor de ese equipo, que se “malinterprete” el abrazo de Florentino a Aznar, y que con la lección de deportividad que dieron, dentro y fuera del campo, las dos aficiones, haya gente con ganas de “calentar” la cabeza a quien quiera leerlos o escucharlos.
Hubo quien puso un broche de espinas a una noche inolvidable para el fútbol, una pena……

domingo, 25 de mayo de 2014

La vejez de una madre


Hoy es un día para hablar de madres, para felicitar, para regalar flores, para comer en familia.
Todo esto es precioso, pero a mí me ha dado por pensar en la vejez en general y en la de mi madre, en particular.
Hoy ha estado rodeado de sus tres hijos, su nuera, sus yernos y sus tres nietos, ha recibido regalos, ha comido muy bien y no se ha acordado de sus dolores, ni de su tristeza.
Pero esto solo pasa unos pocos, días al año.
La realidad es que está viejita, llena de achaques, con un montón de operaciones y tratamientos a sus espaldas, y con muy pocas ganas de vivir porque, no nos engañemos, la vejez es muy triste.
Nosotros vivimos cerca, la vemos, uno u otro, todos los días, pero tenemos la vida que nos ha tocado, estresante, ajetreada y con poco tiempo, mucho menos del que tenían las generaciones anteriores en las que las hijas no trabajaban y se hacían cargo de sus mayores y de sus propios hijos.
Su día a día es complicado. Tiene que hacer un esfuerzo para salir, porque no le apetece. Aunque suele salir acompañada, le cuesta caminar y cien metros se convierten en diez kilómetros para sus piernas cansadas.
Ya no tiene ni vista ni manos para coser, que ha sido una de sus grandes pasiones. Su otra pasión, la lectura, también la ha perdido. Ningún libro le entretiene, dice que porque no le gustan, pero la verdad es que se le olvida parte de lo leído y no llega a cogerle el gusto a la historia.
La televisión le gusta poco, nunca le ha gustado mucho, y se empeña en ver programas tristísimos que no sé ni cómo los mantienen en antena, porque deprimen a todos los abuelos, que son sus únicos seguidores.
El comer con poca sal le hace perder gusto por las comidas, que no se le hacen apetecibles.
Y a todo esto debemos añadir lo más importante: la soledad.
Pasa muchísimas horas solas, sin hablar con nadie y dándole vueltas a sus achaques y a cómo le ha cambiado la vida.
Porque si para los demás vivir el deterioro de la persona querida es duro, para uno mismo, tiene que ser durísimo. Ver en lo que nos convertimos, en la incapacidad para hacer lo que antes era sencillo, en la dependencia de otros.
Hoy he visto en mi muro de facebook que muchos ponían una foto de su madre, casi todas de cuando eran jóvenes, a nadie le gusta recrearse en la vejez porque es un día para estar alegre, pero a mí me da por pensar que muchos de nuestros mayores hacen un esfuerzo sobrehumano por sobrevivir cada día, todos esos días que no son el día de la madre, y entiendo que muchas veces piensen que lo que más les apetece es reunirse con los que ya se han ido.

Porque la vejez es triste, pero la de una madre, te rompe el corazón.