viernes, 30 de diciembre de 2016

Presentación "Las imágenes de la Biblia"

1 de diciembre de 2016
Se ha presentado en el Auditorio del Museo del Prado el libro «Las imágenes de la Biblia» a cargo de la escritora María Dueñas.
Después de una breve introducción, María Dueñas ha ido desgranando los entresijos de esta obra que plasma las conferencias impartidas en el Museo durante el curso 2015/2016 y que tienen como nexo común “la Biblia en el Prado”
Diecinueve conferencias que, según la escritora, podrían dar lugar a diecinueve novelas que nos van contando cómo, a través de la pintura, la música o el cine contemporáneo, la Biblia, ese gran libro con mayúsculas que integra infinidad de historias y de relatos, ha estado presente en nuestras vidas a lo largo de veinte siglos, dentro del ámbito de la cultura, dejando de ser, hace tiempo, patrimonio exclusivo de la cristiandad.
En estas conferencias se ha hablado del papel de la mujer en el Antiguo Testamento, de la violencia sobre ella, de los sonidos bíblicos porque los silencios, los gritos o las trompetas, conforman infinidad de sonidos, del influjo en la ópera o en las grandes películas de Hollywood. Y todo esto queda plasmado en este libro, en el que han participado historiadores, músicos, escritores, arquitectos y cineastas y que se convertirá, como cada año, en un referente para los estudiosos del Museo del Prado.
Para los que nos somos estudiosos y simplemente nos gusta la pintura, nos pareció una presentación muy interesante, en la que María Dueñas demostró una oratoria magnífica, repleta de docencia, que invita y convence para adquirir la obra.
Con un aplauso unánime a Miguel Zugaza, que prologa el libro, y que deja su cargo como director del Museo después de catorce años, se cerró el acto.


Publicado en el número 3 de la revista "Tardes en Sepia"

Rincones 3 Mercadillo de Navidad

Mercadillo de Navidad de la Plaza Mayor

Fotografía cedida por Madrid en Blanco y Negro MBN
Hoy mis pasos se dirigen a la Plaza Mayor, en la que se ha instalado el Mercadillo de Navidad.
Este mercado comenzó en la cercana plaza de Santa Cruz en el siglo XVII. En el siglo XIX se regula, dejando la plaza Mayor para pavos, turrones y dulces y la plaza de Santa Cruz para adornos navideños y bromas.
En 1950 se decidió trasladar la venta a la Plaza Mayor, prohibiendo la de productos alimenticios y así ha llegado hasta hoy, sustituyendo toldos por casetas y variando diseños como el de este año, que estrenamos como anticipo a las novedades previstas por la celebración del cuarto centenario de este emblemático lugar.
Voy recorriendo tranquilamente las noventa casetas, en una mañana de un día cualquiera, sin gente, recordando mi infancia, con ese olor a musgo que asocio a la Navidad.
Mis pasos me llevan, sin querer, a la caseta 1. Saludo a Vidal que tiene 61 años y lleva toda la vida vendiendo belenes. Empezó de niño, ayudando a su padre, Esteban, fallecido recientemente. A este mismo lugar venía yo de la mano de mi padre.
Las cosas eran muy diferentes, los puestecillos los fabricaban ellos mismos con palos de madera. La madre cosía las lonas que echaban al suelo para colocar los panderos, cuando la lluvia y la nieve lo permitían.
Sus clientes, variopintos. Los más humildes compraban las figuras más pequeñas y, si se rompían, las pegaban con esmero. Las más grandes, más caras, para los más “pudientes” como se decía entonces.
En mi paseo continúo al número 29, Conchita Serrano tiene 73 años, lo dice con orgullo y lleva aquí desde los doce, ayudaba a su madre. Esta mujer que ha simultaneado su trabajo en hostelería con la venta de belenes, se ha preocupado en aprender la historia, que cuenta con entusiasmo a sus clientes, para que sepan lo que están comprando.
Esta tradición se inició en barro, y las figuras eran burdas y feas. Los artesanos murcianos se interesaron por aprender la técnica de Salzillo, escultor barroco español, e incorporaron la tela a las figuras, dándoles movimiento. Los hijos de aquellos artesanos, han estudiado en la Escuela de Arte y convierten cada pieza en una obra única. Cada ojo, por ejemplo, lleva siete puntos de pintura. Es artesanía pura.
Los clientes de Conchita, vienen a visitarla cada diciembre a comprar la figura que hayan hecho nueva los artesanos, para agregarla a su nacimiento. Son los mismos que venían con sus hijos y ahora los acompañan sus nietos. Ella les cuenta la historia con mimo, enamorada de lo que hace.
Los clientes actuales buscan artesanía, saben y entienden lo que están comprando. Es una costumbre en muchos hogares, que pasa de padres a hijos.
Personas como Vidal y como Conchita consiguen que, cada año, la Plaza Mayor se llene de ilusiones, de risas de niños, de recuerdos y de tradiciones que nunca deberían perderse.
Os invito a visitar este rincón con un encanto tan especial.
¡Feliz Navidad!


Rincones 2 Casa Mateos

Casa Mateos

Nuestro paseo de hoy nos lleva hasta un restaurante pequeño, en la calle del Ángel 7, en pleno barrio de La Latina.
En su rótulo veremos escrito 1947, pero en esa fecha era todavía la Imprenta Carrasco.
Nada más traspasar sus puertas nos daremos cuenta de que estamos rodeados de detalles de otro tiempo. El suelo, los azulejos de la barra, la antigua cocina convertida en saloncito, las estancias de la pequeña vivienda, que hoy son un comedor privado, todo nos evoca otra época.
El 26 de marzo de 1956, Casa Mateos levantó sus cierres con Isidoro Mateos al frente del negocio, ayudado por su hijo Vicente.
Era una taberna y, como tal, despachaba vino a granel, y vendía bebidas para la calle o para tomarse una copa charlando con los parroquianos.
Al fondo, estaba la vivienda familiar.
Me cuenta Vicente que los primeros meses fueron muy duros, tanto que, a sus 26 años, lloraba detrás de la barra pensando que su padre se había equivocado pagando las 150.000 pesetas de traspaso.
Pero, poco a poco, se fue ganando a la clientela y al barrio, hasta convertirse en toda una institución.
Se casó con su prima Rosario, y no tardaron en buscar un piso cercano que los permitiese alejarse de la taberna al echar el cierre.
Cuando don Isidoro se jubiló, ocupó una silla de madera cercana a la puerta donde leía, cada mañana, el ABC y contemplaba como su hijo había levantado el negocio, a base de mucho esfuerzo.
En los comienzos, Vicente se compró un motocarro para hacer portes porque los ingresos de la taberna eran insuficientes.
Entre tanto, Rosario experimentaba en la cocina hasta dar con una salsa para las patatas bravas que consiguió hacer famosa. Las patatas cortadas a cuchillo, ni grandes, ni pequeñas, fritas en sartén de hierro y cocina de gas, y sobre las que echaba su salsa, esa que nadie pudo igualar después de su muerte. Porque nunca midió nada, por lo que resultó imposible elaborarla exactamente igual que lo hacía ella.
Cualquier vecino del barrio recuerda el ruido de los cierres, muy temprano, cuando Vicente abría para servir las copas de aguardiente a los barrenderos, el coche aparcado en la puerta con una funda para que no se llenase de polvo, porque sólo lo movía los jueves, el día que cerraba la taberna y se iba a disfrutar del campo y de su escaso tiempo libre.
Rosario le dejó en julio de 1989, demasiado pronto. Tres años aguantó él sólo con el negocio y, lo que son las cosas, lloró de impotencia al ver su taberna llena de gente y sin posibilidad de atenderla en condiciones.
Quiso hacer un guiño al destino y cerró un 26 de marzo, justo treinta y seis años después de esa primera vez.
En la actualidad, Vicente Mateos sigue viviendo cerca y puede contemplar, cada día, como su taberna se ha convertido en un bar restaurante, guardando el aire antiguo y regentado por una persona que no le es desconocida.
Porque a Alejandra Balsa, la actual propietaria, que ha crecido en este barrio, hija de un afilador del Mercado de la Cebada, no era extraño verla entrar con la bolsa llena de embases vacíos, los famosos cascos, a comprar los encargos que la hacía su madre, en la taberna más cercana, que no era otra que Casa Mateos.
Y un buen día, decidió compaginar su trabajo como productora ejecutiva de exitosas series de televisión y su pasión por escribir, tiene tres libros publicados: Promesas incumplidas (El secreto de Puente Viejo), Antes de ti, y Sofía, con una ilusión de su infancia y se colgó un mandil negro para darle un aire moderno a esta taberna de toda la vida.

Os invito a conocer este rincón que, por su historia, tiene un encanto especial.

Rincones 1 Fomento con Torija

Rincones con encanto
El rincón elegido es el que comprende el esquinazo de la Calle de Fomento y la Calle Torija. Vamos a pasear. 
Para situarnos, nos encontramos entre la plaza de Santo Domingo y la plaza de la Marina Española. Ésta última muy conocida porque en ella tiene su sede principal el Senado, aunque pocas personas se paran a admirar el bello palacio que lo alberga, un edificio del siglo XVI, fundado como Colegio de la Encarnación o de María de Aragón. Aunque la autoría original presenta contradicciones, sí se sabe con certeza que fue reformado por Juan de Villanueva.
Pero volvamos a mi rincón, en el que siempre evoco buenos recuerdos.
El Instituto Santa Teresa de Jesús, en el que yo estudíe, está situado en la calle de Fomento número nueve y fue construido en 1923. 
Comenzó su andadura con el Bachillerato Laboral y después pasó a ofrecer el de 1953 que estuvo en vigor hasta la implantación de la EGB, varios años después de su creación en 1970. Con el cambio de ley, dejó de ser exclusivamente femenino.
El Instituto no quiso quedarse atrás y se convirtió en uno de los que desarrollaron la LOGSE experimental, en los primeros años de la década de los 90.
Y así, formando niños y adolescentes, entre los que nos encontramos mi hija y yo, ha llegado hasta hoy, anexando un edificio moderno al que se entra por la calle Torija y en el que sus alumnos, según me cuentan, escuchan reggaetón durante el recreo.
El edificio de al lado, La Casa Palacio de Elduayen, con vuelta a la calle Torija, es de estilo clásico y, aunque hay pocos datos sobre él, se data en la segunda mitad del siglo XIX. Tiene una peculiar fachada en ladrillo con decoración de piedra blanca y balcones decorados con motivos barrocos.
En sus sótanos está el Café de Chinitas, inaugurado en 1970. Inspirado en el café cantante más antiguo de España, El Café de Chinitas de Málaga y en los versos de García Lorca:
“En el Café de Chinitas
dijo Paquiro a su hermano:
«Soy más valiente que tú
más torero y más gitano”

El escultor Manuel Sanguino, que esculpió las puertas de la Catedral de la Almudena, decoró muchos rincones de este conocido local, parada obligatoria para el turismo extranjero, aunque cada vez acoge más público madrileño, que busca buena cena y un moderno espectáculo flamenco.

Y enfrente, en el número 12 de la calle Torija, está el antiguo Palacio Tribunal de la Inquisición. Aunque se atribuye a Ventura Rodríguez, quien realizó el proyecto como arquitecto de la Inquisición, fue su discípulo Mateo Guill el que lo llevó a cabo a finales del siglo XVIII.
Se aprovechó en su construcción parte de las casas existentes, seguramente para abaratar costes, pero se construyó una gran fachada con un balcón rematado por columnas y con un escudo creado por Carlos III y realizado por Ventura Pérez de los Ríos, con piedra blanca de Colmenar y que está considerado uno de los más bonitos de Madrid.
En su fachada se podía leer la famosa frase “Exurge Domine et judica causam tuam” (Levántate Dios y juzga tu causa)
En 1834, la Inquisición fue suprimida definitivamente y este edificio albergó Ministerios de Fomento, Interior y Gobernación.
Según Mesonero Romanos, también hubo aquí una imprenta y un hotel.
En 1894 el Estado se lo vende a la congregación religiosa de María Reparadora, que acomete unas obras importantes para rehabilitarlo y construir una iglesia con planta de cruz latina y estilo neorrománico.
En esos guiños que da el destino, en 2008, las monjitas se lo devuelven al Estado, vendiéndoselo al Senado por 36 millones de euros, teniendo que intervenir El Vaticano, al ser un bien inmueble propiedad de la Iglesia Católica. A día de hoy, no se han hecho las reformas necesarias para adecuarlo a los señores Senadores, porque la crisis llega a todos los sitios.
Aquí acaba mi rincón pero, si os ha interesado, os invito a que paseéis por esta zona, despacio, relajados, porque oculta otros rincones bellísimos y muy poco conocidos.

Caos en Vistalegre

Ayer estuve en el Palacio de Vistalegre, viendo el espectáculo “Revolution Ice”, sobre el que ya os escribiré, porque merece una entrada en este blog.
Pero lo que vengo a contaros es la aventura que tuvimos, por llamarla de alguna manera, para acceder a las instalaciones.
Ya hace años, en el primer concierto de David Bisbal, después de convertirse en el “triunfito” más famoso, nos ocurrió algo parecido, pero pensé que, trascurrido el tiempo, esto no me podía volver a pasar.
Llegamos a las 19:45, quince minutos antes del comienzo del show, ya que las entradas eran numeradas.
Había una fila inmensa para acceder al recinto y, después de preguntar a unos y a otros, nos dijeron que daba dos vueltas a la plaza porque sólo se había habilitado una puerta de entrada.
Veinte minutos después, no habíamos terminado de dar la primera vuelta, y el personal estaba ya más que calentito a pesar de la fría noche madrileña.
Llegamos a la puerta principal, en la primera vuelta y, muchas personas, al ver factible traspasar las vallas y dándose cuenta de que nos quedaba otro tanto de espera, empezaron a “colarse” masivamente.
Yo, muy educadamente, me dirigí a uno de los vigilantes y le comenté que no me parecía justo lo que estaba ocurriendo, ya que ellos estaban haciendo “la vista gorda” y, cuál fue mi sorpresa, cuando me levantó la cinta y me invitó a pasar, ahorrándome media hora más de espera.
Ya en el interior de la plaza, y encontradas nuestras localidades, pudimos comprobar lo que habíamos intuido por las pantallas: el espectáculo había comenzado a pesar de haber unas dos mil personas en la calle.
Los tendidos que yo tenía enfrente, estaban vacíos y no se ocuparon hasta las 20:45, cuando ya habían salido a pista al menos cuatro actuaciones.
A pesar de lo que disfrutó el público y de que el espectáculo fue fabuloso, a unos pocos no se les olvidó que habían pagado bastante dinero para ver más de media hora menos de lo prometido, por lo que decidieron poner una reclamación.
Por supuesto no les dieron ningún tipo de facilidad, y les advirtieron que no les atenderían hasta que estuviese totalmente desalojado el recinto. Aún así, la paciencia de algunos no tiene límites cuando se tiene la razón de tu lado y a las 23:00 horas les recibieron los propios productores, Javier Fernández y su socio, para entregarles las hojas. Les regalaron el libro que recientemente ha publicado sobre su biografía, y se hicieron fotos con los pocos que habían aguantado estoicamente, no más de diez personas, pero no se libraron de la reclamación.


Es penoso que un evento de esta envergadura, se vea empañado por una mala organización.
Sin querer perjudicar al Javier patinador, es posible que el Javier productor, haya aprendido para una próxima ocasión.

Como curiosidad comento que no he podido encontrar ni una sola mención a este tema, el del caos de entrada,  en la prensa de hoy.

martes, 27 de diciembre de 2016

Mis lecturas de 2016


Venga, aquí están mis lecturas de este año:
Comencé con “Matar al mensajero”, de Mercedes Gallego. En ese momento era la segunda de la tres que tenía publicadas de la saga Candela Luque. Fue la que más me gustó de las tres, pero estaba por leer “Nada será igual” que llegó a mitad de año y superó todo lo leído hasta entonces de esta autora y amiga.
Le segunda lectura del año “Los colores de una vida gris” de Pilar Muñoz, se iba a convertir en uno de las mejores libros que he leído en los últimos tiempos. Me gustó el tema y su forma de narrarlo.
Continué con dos recomendaciones “Planes de boda” de Ana González Luque y “Ángeles de Cartón” de M.A. López Matamoros. Sobre el primero solo puedo decir que es tonto e insulso y no me puedo explicar que tenga buenas críticas, no recuerdo quien me lo recomendó pero, a partir de su lectura, anoto quien me recomienda las cosas para saber si es de gustos parecidos a los míos. Sobre el segundo es una lectura extraña, que estuve a punto de dejar y que me alegré de terminar por su sorprendente final, aún así, no podría invitar a leerlo.
Después de mucho tiempo esperando, Marta Querol publicó el final de su trilogía “Yo que tanto te quiero”. No me decepcionó, me gustó muchísimo y me pareció un magnífico broche de oro para la aventura que inició con “El final del ave Fénix”.
La pieza que faltaba” de Antonia Romero, amena, alegre, divertida, disfruté con su lectura.
Jorge Díaz presentaba libro y decidí leer algo de él antes de conocerle. “Cartas a Palacio” fue todo un descubrimiento. Me gustó muchísimo. Volveré a leer a este autor, sin duda.
El poder de la sombra” lo leí muy rápido para poder hablar de él en la presentación que María José Moreno hizo en Madrid. Me gustó mucho aunque no tanto como el primero de la trilogía del Mal “La caricia de Tánatos”. Casi finalizando el año he tenido la oportunidad de leer “La fuerza de Eros”, con la que la autora ha cerrado la trilogía, y que me ha encantado. Otro broche de oro. Buenísimo.
¿A qué llamas tú amor?” de Pilar Muñoz. Aunque no es el tipo de lectura que me gusta, con tintes eróticos, está escrito con elegancia y sin abusar del erotismo, cuando no es necesario. Muy recomendable, sobre todo, para los amantes del género.
Lágrimas de tequila” de Cita Franco es un conjunto de relatos que me gustaron mucho.
Café y cigarrillos para un funeral” de Roberto Martínez Guzmán, novela corta que me sorprendió gratamente. Le seguiré leyendo.
Después me decidí por “La víspera de casi todo” de Víctor del Árbol, flamante premio Nadal. Novelón, duro, fuerte, magníficamente escrito, de los que dejan huella.
Tras este, era difícil elegir lectura y busqué algo sencillo, “Brianda, el origen del medallón” de Mayte Esteban. Ya había leído “El medallón de la magia”, literatura juvenil, y pensé que éste otro, el origen, era similar. Nada más lejos de la realidad. Brianda es una ficción histórica muy bien ambientada, que me sorprendió en cada página y que he recomendado a todo el que me ha querido escuchar.
Los últimos días de Saint Pierre” de Carolina P. Alcaide, novela romántica con historia real de fondo que yo desconocía y me hizo investigar sobre el tema. Disfruto cuando un libro me hace indagar en la historia y aprender cosas nuevas.
Lo que encontré bajo el sofá” y “El regalo” de Eloy Moreno, fueron dos de mis lecturas de verano que me acompañaron en las noches calurosas de la Sierra de Madrid. Había leído fragmentos que el autor escribe en Facebook, pero nunca pensé que me pudiesen gustar tanto.
Y si no es casualidad” de Sara Ventas, novela fresca, romántica y con unos magníficos paseos por Verona, ciudad que a mí me había enamorado y que he vuelto a recordar gracias a este libro.
También he leído una novela de la que sólo puedo decir que su autora está esperando el momento oportuno para publicarla y que, cuando se decida, será un éxito seguro porque es preciosa.
Y ahora voy a citar las lecturas “diferentes”.
Mercedes Pinto Maldonado nos regaló a sus lectores una novela por entregas semanales “El escritor desahuciado” que esperábamos cada domingo con verdadero interés y que siempre se quedaba en lo más interesante. Cuando tenga tiempo la volveré a leer, para volver a disfrutarla.
Clemente Roibás Blanco también nos regala magníficos relatos en las redes sociales.
Pilar Muñoz, con sus relatos de mujer, sus micro relatos, sus reflexiones y todo lo que escribe, tiene la generosidad de llenar horas de lectura de gran calidad a lo largo de todo el año.
Y dejo para el final a Víctor Fernández Correas. Sus relatos de los miércoles, sus recreaciones históricas, sus ventanas abiertas cada mañana y sus lecciones con su juego “Una vida en diez líneas de Word”, convierten su página de facebook en una lectura obligada cada día.
Como veis, pocas lecturas me han defraudado. Sólo he leído autores españoles y han ganado las chicas, aunque por pura casualidad.
Llevo días sin leer por lo que no he podido terminar el que tengo entre manos. Si lo acabo antes de tomar las uvas, os lo cuento.

¡Os deseo un feliz 2017!

martes, 20 de diciembre de 2016

Carta a mis padres

Queridos padres:

Ya estamos en la semana de Navidad y, por tanto, queda poquito para acabar este 2016, así que os escribo contándoos lo que estoy segura de que habéis podido ver desde allí arriba, por si se os ha pasado algún detalle.

Ha sido un año muy bonito, en el que Victoria y Manuela se han convertido en las protagonistas indiscutibles de la familia, consiguiendo hasta cambiar nuestros hábitos de vida.
Victoria es un polvorín, no para, muy lista, es una esponja que lo absorbe todo, por lo que hay que tener cuidado para que no aprenda lo que no interesa. Cuando se concentra saca la lengua de lado, curiosos genes que la han permitido heredar ese gesto tan tuyo, papá.
Manuela parecía calmada hasta que aprendió a gatear y a ponerse de pie, y un mundo diferente se abrió ante ella. Ahora es una magnífica trepadora que llega a los sitios más insospechados. Le falta un empujoncito para caminar. Tiene el pelo de Carlos, o sea, el tuyo, mamá.
Pero además, estamos muy ilusionados esperando otro bebé, otra niña que será un regalo tardío de Reyes, estoy deseando tener a las dos, madre e hija, entre mis brazos.

Como os digo, nuestras costumbres han cambiado. Este verano necesitábamos ocupar dos sombrillas en la piscina, con las niñas, los juguetes, la piscina hinchable que compartían, toallas, meriendas, cambiadores…de todo. Entenderéis que yo me «escapase» a jugar una partida de canasta con mis amigas. En las reuniones familiares, buscamos restaurantes que tengan espacio para las sillitas y tronas. En mi casa, estamos muy justitos, pero eso no se puede cambiar. Las niñas juegan en el pasillo y se divierten juntas.
Ha sido un año de nuevos trabajos para casi todos los jóvenes,  han mejorado e incluso han cumplido algún sueño.
Nosotros hemos tenido pocas novedades en nuestro día a día. Procuramos reunirnos siempre que podemos, wasapeamos mucho, eso es todo un invento, tenemos un grupo en el que estamos todos y otro sólo de los tres hermanos, buscamos ser felices y, aunque no siempre lo conseguimos, en la balanza gana lo bueno.

Papá, este año no he puesto tu nacimiento, porque he comprado uno de plástico para que las niñas lo disfruten. Victoria, que viene todos los días, juega con él como hacía Carlos cuando era pequeño, ¿te acuerdas? He aprovechado tus patos y tu molino y le he explicado a la niña que eran del bisabuelo y hay que tener un cuidado especial con ellos, creo que lo entiende.
Participo en una revista digital, Tardes en Sepia, que os encantaría y sé que os sentiríais orgullosos de que, por fin, escriba para que alguien me lea, aunque sea un artículo pequeño. Estoy muy ilusionada con ella y con otros proyectos que ya os contaré.
En el número tres te he hecho un guiño, mi artículo va dedicado a ti papá, al montaje de tus nacimientos que se hicieron famosos en el barrio y a que me inculcases ese amor por la Navidad.

También pertenezco a grupos de fotografías de Madrid, antiguas y modernas, en los que cada día aprendo cosas muy interesantes del pasado, vuestro pasado, el de mis abuelos, y que me han convertido en una fotógrafa aficionada.

Bueno, podría seguir contándoos cosas, pero sé que ya las sabéis, porque siempre estáis por aquí conmigo.

Muchísimos besos.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Black Friday


Ayer una amiga me envió un artículo en el que se contaba el origen del “Black Friday” como el día en el que los comerciantes de esclavos los vendían rebajados para la temporada de invierno.
Esta historia, que ha volado por las redes sociales, invitaba a no comprar nada este viernes nefasto, que recordaba la esclavitud y nos abocaba a la esclavitud moderna, el consumismo, que además viene de los americanos.
Y entonces yo he decidido investigar.
La verdad es que he empezado por buscar el origen de la celebración de la Navidad, que si bien me encanta, como sabéis todos los que me conocéis, no deja de ser curioso que sus inicios se remonten a las fiestas paganas de Los Saturnales y, posteriormente, al Sol Invictus que también se representaba con un bebé.
Juan Pablo II lo reconoció en sus palabras “A los cristianos les pareció lógico y natural sustituir esa fiesta con la celebración del único y verdadero Sol, Jesucristo, que vino al mundo para traer a los hombres la luz de la verdad”
A lo que voy, que nadie se plantea el origen de la Navidad para celebrarla o no, ni afea a aquellos que lo hacen, ni se pregunta de dónde viene.
Y volviendo al Black Friday, la historia de la esclavitud es falsa, no se ha encontrado fundamento alguno que sostenga esta leyenda.
Su verdadero origen hay que buscarlo en Filadelfia, cuando el sábado siguiente a Acción de Gracias se disputaba en esta ciudad un partido de futbol americano entre la Academia Naval (Annapolis) y West Point (Nueva York). Se desplazaban miles de personas interesadas en presenciar este evento que tenía como aliciente la gran rivalidad entre ambas escuelas.
Los comerciantes quisieron aprovechar y decidieron hacer ofertas para que las compras de Navidad se adelantasen y se comprasen en su ciudad.
El viernes previo se sucedían los atascos, los autobuses no podían circular y para los peatones era un caos por lo que la policía lo comenzó a llamar “el viernes negro”, como el día más temido y funesto del año.
El boca a boca hizo el resto y extendió la costumbre de las rebajas este viernes al resto de los Estados. En 1975, el diario “The New York Times” le dio este nombre a la cita anual en un artículo y se pasó a llamar “Black Friday” para todo el mundo.
Hasta aquí, la ración de historia. Y ahora, mis conclusiones.
¿Qué daño hace que los comercios pongan rebajas en unas fechas diferentes a las que hemos conocido siempre?
¿Por qué nadie se plantea el origen de “los 8 días de oro”, “el 3 por 2”, “la semana fantástica”, “los martes locos”, “el día sin IVA”…?
En Madrid, todos los comercios pequeños han decidido, hace tiempo, adelantar las rebajas al mes de diciembre para que los clientes se puedan beneficiar de descuentos en las compras navideñas.

Vamos, que cada uno haga lo que quiera y le parezca bien, venga de quien venga la idea.
Yo personalmente aproveché para comprar varios libros a precios muy reducidos y recomendé otros que ya tenía pero que, me consta, han comprado amigos míos.

Pues si esta idea tan tonta importada de los americanos, sirve para que yo me ahorre unos euritos y que los libros de mis amigos suban en el ranquin y se hagan más visibles, cara a las futuras ventas, me llena de alegría y satisfacción, que decía aquel.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

TU PRIMER AÑO

Querida Manuela:
Hoy cumples un año y no va a ser un día especialmente feliz porque unos virus han decidido hacerle una visita a tu garganta y estás malita.
Pero como esto no se puede elegir, espero que para el fin de semana ya estés buena y podamos disfrutar de ti, darte los regalos y ayudarte a apagar tu primera vela.
Quiero que sepas que ha sido maravilloso poder compartir este primer año contigo.
Te escribí una carta, cuando cumpliste tres meses, pero en este tiempo has cambiado mucho. Ahora eres un trasto al que le gusta más cualquier cosa que no sea un juguete, por lo que te pasas el día trepando a todos los sitios que están a tu alcance.

Todavía no caminas, pero ya te sujetas, lo que añadido a tu velocidad de gateo, hace que te hayas convertido en un peligro, todo lo coges, todo lo quieres y, cuando tu padre te regaña, le miras y te ríes, diciéndole con los ojos «papá, estoy descubriendo el mundo»
Te gustan mis collares, mis abanicos, que te acaricie la cabeza, que te haga cosquillas y que te sople. Tus carcajadas me hacen reír y tus caricias, parecidas a un manotazo, me enternecen aunque, algún día, acabaré con las gafas en el suelo.
Bueno cariño, solo quería trasmitirte con esta carta todo mi cariño, todo mi amor. Los besos, los achuchones y el tirón de orejas, te los daré en breve.


martes, 15 de noviembre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (7)

RESUMIENDO

Pongo, con este capítulo, punto y final a la historia que os he ido narrando de este viaje.
Seguramente podría seguir contando cosas que, si hago memoria, se me vendrán a la cabeza y pensaré que no las he contado, pero da igual, no lo quiero alargar más en el tiempo, así que intentaré resumiros lo que me falta.
La obra de teatro en Broadway:
No creo que pueda ver otro espectáculo que me impresione como este. Elegimos ver Aladdin, porque es una historia conocida. Yo no sé inglés, pero incluso los que sí lo sabían, les costaba mucho trabajo seguir el diálogo y entender las canciones, pero daba igual, lo importante era el espectáculo, la música, la magia, la interpretación, las luces.
Si había moscas, me las comí todas. Estuve con la boca abierta las dos horas que dura la obra. No se puede narrar, de verdad, hay que vivirlo.
La estatua de la Libertad:
Aunque es mucho más pequeña de lo que nos imaginamos, cuando estás debajo haciéndote la famosa fotografía, te parece estar viviendo un sueño.
El barco que te lleva a la isla, no tiene nada que ver con los que hacen el trayecto gratuito, y pasan cerca. Es un barco muy grande, cómodo para hacer fotos, o ir sentado contemplando el paisaje que, a estas alturas, ya nos sabíamos de memoria, pero siempre es distinto, dependiendo de la hora del día y de si está nublado como fue nuestro caso. Yo me imaginaba lo que tenían que pensar los inmigrantes que esperaban en la vecina Isla de Ellis a que les permitiesen entran en Estados Unidos que, para ellos, significaba una nueva vida, viendo continuamente esta imponente estatua.
Las compras:
Nosotros compramos en casi todos los barrios que visitamos. En los famosos almacenes Century 21, outlet de firmas, es fácil encontrar a buen precio las firmas americanas. Las europeas están más caras que en España. De cualquier forma, no puedes llevar una idea de lo que vas a comprar, porque puede que no lo encuentres. Ves algo, te gusta y lo compras.
En los almacenes Macy´s, había ofertas porque era el fin de semana anterior al «día del trabajo», pero en general no me pareció barato.
En Harlem, sin esperarlo, encontramos un outlet de Gap, en el que si hubiésemos ido con más tiempo, habríamos comprado más cosas. Aún así, picamos.
En el Soho y en la avenida Broadway, se puede encontrar casi de todo.
En Chinatown, ya os conté, unas falsificaciones impresionantes, aunque tienes que llevar muy claro lo que quieres y cómo es el original, aun así, es fácil que te engañen.
En Times Square, me enamoré de la tienda de Disney. Lo habría comprado todo. Aquí si se nota la diferencia de precio. Mucho más barato.
Hasta en la Quinta Avenida hicimos alguna comprita, aunque fuese en un puesto callejero.
En resumen, es el paraíso de las compras.
Curiosidades:
No es verdad que sea la ciudad que no duerme. No duerme Times Square pero, el resto, empieza a recoger a las 21 horas, como muy tarde.
Los aseos públicos, están limpísimos en todos los sitios, incluso en los más insospechados.
Es falso que haya wifi en cualquier lugar. Sólo lo tienes asegurado en los Starbucks, eso sí, sin necesidad de entrar y en los lugares oficiales como el MET o la Biblioteca Nacional.
Es una ciudad sucia. A partir de las ocho de la tarde empiezan a sacar inmensas bolsas de basura negra que ponen en las aceras, formando muros.
También me habían contado que encontrabas personas que hablan español en cualquier sitio y no ha sido mi sensación.
La comida es muy variada. Hemos comido riquísimas hamburguesas, perritos calientes en la calle, comida rápida, comida italiana, comida china, incluso nos permitimos cenar en el restaurante de moda de la ciudad «Balthazar». Desde luego, si quieres
comer bien, lo tienes que pagar.
No he visto nunca tantos andamios y tan grandes, muchísimo tráfico, la gente vive corriendo y hay tantos neoyorkinos como turistas, o eso es la sensación que me ha dado.
Los fines de semana, el metro no para en todas las estaciones, por lo que el trayecto se convierte en una aventura, tienes que arriesgar. Si existe un método para saber qué criterio siguen, nosotros nos conseguimos averiguarlo.
Y es, en conclusión, una ciudad de cine, que me ha enamorado y a la que me he prometido a mí misma, que tengo que volver, si puede ser, cuando esté decorada de Navidad.
Espero que os haya gustado este diario, a mí me ha encantado rememorar un viaje maravilloso en el que, por encima de todo, lo mejor han sido las personas que me han acompañado.


FIN



sábado, 12 de noviembre de 2016

Celebración en Sepia


Hace más de un mes que decidimos hacer una degustación-concurso de salmón marinado, en la que Mercedes y Begoña harían su famoso salmón y todas las demás diríamos cuál estaba más bueno.
Aprovechando que, por primera vez en mucho tiempo, íbamos a estar todas, celebraríamos los cumpleaños de Noviembre, el de Elena, el mismo día de la cena, el mío, que había sido tres días antes y el de Begoña, que es a final de mes.
Después de «encarnizadas» discusiones sobre si pagábamos a escote, si llevábamos más comida, si la bebida se compraba con un fondo y hasta si Mercedes se iba a dejar ayudar a recoger la casa, llegó el esperado día.
Debo deciros que no hubo concurso porque, era tal la cantidad de comida que llevó Begoña, de la que cabe destacar sus croquetas y su tortilla de morcilla con cebolla caramelizada y la que añadió Mercedes con unas generosas fuentes de jamón y ensaladas de bonito embotado por ella misma en su visita a Cantabria el pasado verano, que nos pareció absurdo que filetease su salmón, a pesar de estar hecho. 
El salmón de Begoña estaba exquisito y, a última hora, todavía discutían las dos cocineras sobre cuál está más rico.
Fue una cena llena de risas, en la que nos olvidamos de móviles, de problemas, de enfermedades y de todo lo negativo que, por desgracia, nos da la vida.
Con una vela que Gema lleva en el bolso, sorprendiéndonos como tantas otras veces, nos cantaron el cumpleaños feliz y apagamos la velita hasta tres veces para que las fotos saliesen perfectas. 
La tarta, encargada por Elena, con un libro abierto, como no podía ser de otra manera.
Llegó el turno de los regalos y, otra vez Gema, en un arrebato de locura temporal transitoria, fue haciéndose con todos los regalos y colgándoselos, no hemos podido averiguar si con complejo de percha o de árbol de navidad.
Teniendo en cuenta que, había una pashmina para cada una, «pasmosa» para las sepias, a Gema estuvo a punto de darle un «golpe de calor» en pleno mes de noviembre, con tanta lana encima.
Varias anécdotas, en especial la contada por Beatriz cuando, estudiando ESO suspendió siete asignaturas y la reacción de su madre, hicieron que el salón se llenase de carcajadas.
Champagne azul, traído por Cita y que no conocíamos casi ninguna, grabaciones de Nieves, para que no olvidemos el momento, las fotos oficiales de Alicia, con trípode y cámara de profesional, el whisky con coca cola de Elena, que se bebió Carmen, el ron con naranja de Nieves, que era ginebra, la pobre Elena que se pasó la noche buscando su silla y, sobre todo, la hospitalidad de Mercedes.
Hubo un momento serio para hablar de nuestra revista «Tardes en Sepia» y los objetivos que nos hemos marcado, del que seguro Carmen, nuestra secretaria, levantará acta.
Pero lo que quedará para siempre será el recuerdo de una noche inolvidable.
Ah, se me olvidaba, como era once del once, jugamos un cupón de la once y no nos tocó nada. Seguiremos siendo sepias pobres.

La Mallorquina

La Mallorquina es más que una pastelería en Madrid. En plena Puerta del Sol, lleva endulzando a los madrileños desde 1894.
Como ellos mismos dicen en su historia «Fundada en 1894, la historia de La Mallorquina es la de Madrid y España: Alfonso XIII, 2 Guerras Mundiales, la Segunda República, la Guerra Civil, el franquismo, la llegada de la Democracia y ahora, aquí estamos contigo.  Hemos contemplado 3 siglos de historia amasando nuestras propias y dulces memorias, horneando historias de felicidad y espolvoreando momentos de alegría, diaria y artesanalmente.»
Y ahora os cuento mi historia:

El jueves quedé con mi amiga Carmen para merendar y darnos un tirón de orejas mutuo ya que cumplimos los años el día siete y el día 8.
A Carmen la apetecía mucho una ensaimada, que es uno de los dulces más típicos de La Mallorquina.
No eran todavía las seis de la tarde. Nos encontramos una planta baja llena de gente comprando en los mostradores y esperando que hubiese una mesa libre en el salón de la planta superior. Un dispensador de números, como los del mercado, y una pequeña pantalla que te indica cuando puedes subir al salón, es el método elegido, desde luego muy poco glamuroso.
Nuestra espera no llegó a diez minutos y subimos la empinadísima escalera de caracol de 22 escalones.
La mesa que nosotras mismas elegimos, estaba con el servicio anterior sin retirar y necesitamos decírselo a tres camareros diferentes para que nos la limpiasen.
Cuando nos atendieron, pedimos dos cafés y dos ensaimadas, pero ya no había ensaimadas, a una hora en las que, con nuestros horarios, las meriendas están empezando.
Yo pedí un cruasán a la plancha y, cuando me sirvió la mermelada de melocotón, la quise cambiar por fresa o frambuesa, lo que fue imposible porque no tienen de otro sabor.
El café templado, conseguir que me trajese un vaso de agua, tarea complicada y, a la hora de pagar, no hay precio de merienda, como en casi todas las cafeterías. Se paga por cada uno de las cosas consumidas y, sinceramente, más bien caro.
La bajada de las escaleras, respetando la derecha porque hay personas subiendo, es por la parte estrecha, por lo que vi peligrar la estabilidad de mi amiga y la mía propia.
A pesar de todo, la tarde fue de las que se recuerdan con cariño durante mucho tiempo. Nos vemos poco pero eso no impide que, cuando nos reunimos, nuestra conversación sea como si merendásemos cada día. Hablamos de los hijos, los nietos, de la vida, y hasta de la reciente elección de Donald Trump.
No nos gustó la atención de La Mallorquina, ni que descuiden a sus clientes por el mero hecho de que les sobran pero, desde luego no consiguieron empañar nuestra divertida tarde.
Probablemente no volveremos…o sí.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (6)

CONTRASTES


Si algo tiene la ciudad de Nueva York, son contrastes.
Vistas desde el mirador de Boulevard East
Los turistas, normalmente, no salimos de Manhattan, que es uno de los cinco barrios de esta gran ciudad. Los otros, Queens, Brooklyn, Staten Island y Bronx, prácticamente no existen para nosotros.
Por este motivo decidimos contratar la excursión “Contrastes”, que te lleva durante cuatro horas en autocar, con guía, por varios de estos lugares, explicándote curiosidades de los distritos.
Nuestra primera parada fue al otro lado del río Hudson, en el estado de New Jersey, al que llegamos a través del Lincoln Túnel, para admirar las vistas desde el mirador del Boulevard East.
En esta zona de New Jersey, casas señoriales, cochazos aparcados en los jardines porque los garajes están llenos, y grandes avenidas por las que solo vimos obreros de mantenimiento.
De vuelta a Nueva York, nos adentramos en el Bronx, después de atravesar el puente de George Washington. Nos pareció que estábamos en otro mundo a pesar de transitar sólo por las avenidas principales. Aquí no hay rascacielos, ni coches buenos, ni gente elegante, pero tampoco vimos nada de lo que el guía se empeñaba en contarnos como el horror de los horrores. No digo yo que no sea verdad, pero no vimos pandilleros, ni gente rara, sólo personas más humildes, como si hubiésemos retrocedido unos cuantos años en un hipotético túnel del tiempo y grafitis, muchos y muy variados.
En la zona alta del Bronx está el famoso estadio de los yanquis, el zoológico del Bronx y el jardín botánico de Nueva York.
Llegamos a Queens, y atravesamos el inmenso barrio latino, en el que nos parece estar en algún país de Sudamérica, todo en español, muy colorido, pero humilde. Nos cuentan que también están los barrios polacos, griegos, asiáticos, caribeños y, recientemente, los de jóvenes neoyorkinos que buscan compartir piso con alquileres más económicos y bien comunicados con el metro que circula en superficie.
Aquí vemos, de lejos, el Flushing Meadows Park donde se juega el Open de Tenis, que se está celebrando en estos días, por lo que toda la zona está acordonada.
Llegamos a Brooklyn, precioso barrio en el que creo que yo podría vivir, y que se ha puesto de moda entre artistas y gente de la cultura. Paseando por aquí no tienes la sensación de estar en Nueva York, puedes estar en cualquier otra ciudad.
Pero hay una excepción, el barrio de Williamsburg, donde viven los judíos ortodoxos, que me impresionaron.
Los de aquí pertenecen al grupo jasídico Satmar, de origen húngaro y rumano, por si lo queréis buscar.
Esto no es un contraste. Es increíble que exista en pleno siglo XXI.
Los hombres vestidos de negro, con largos tirabuzones laterales y sombreros de terciopelo negro. Los niños varones, con pantalones por la rodilla con tirantes sobre camisa blanca y el típico kipá. Pero las mujeres y las niñas, me horrorizaron. Van vestidas con ropa insulsa, sin formas, de colores neutros, las faldas por debajo de la rodilla y medias tupidas en pleno verano. Las casadas llevan peluca porque su propio pelo sólo lo pueden ver sus maridos. Las niñas igual de tristes que las madres. Por supuesto los colegios no son mixtos, porque la mujer, básicamente, sirve para casarse y procrear.
Pero lo que más me llamó la atención es que parecían felices. Por cierto, son familias adineradas, dueños de las grandes firmas de moda de la ciudad.
En el aeropuerto, cuando volvíamos a España coincidimos con una familia que estaba despidiendo a una de sus hijas, y nos parecieron entrañables, con unas muestras de cariño que nos son fáciles de ver hoy día, que todo se tacha de cursi o sentimental.
De aquí nos trasladamos al barrio chino, otro gran contraste.
El mercado, nada que ver con lo que conocemos. Muchísimos pescados en salazón, verduras que no había visto nunca, frutas diferentes, patos colgados como antiguamente estaban los conejos y los pollos en nuestros mercados y, sobre todo, poca higiene, muy poca.
A pesar de lo que estábamos viendo, buscamos un restaurante para comer, elegimos uno de los caros, de lujo. Reconozco que la comida, pato Pekín entre otras cosas, estaba exquisita.
Después de comer nos zambullimos en la calle de las compras, las falsificaciones malas, las buenas, las trastiendas. El paraíso de las compras baratas, imanes, camisetas, recuerdos de todo tipo y bolsos, relojes y gafas de todas las buenas marcas, cuánto más caros, mejor imitación, hasta llegar a ser casi perfecta.
Otro lugar diferente, al que acudimos el domingo, fue Harlem.
Me pareció un barrio alegre, la gente vestida de domingo, las abuelas con sombreritos muy graciosos.
Harlem
No creáis que aquí solo vive la comunidad negra, hay una zona de latinos y, la que está más cercana a Central Park, tiene casas de alto nivel.
No pudimos ir a ninguna misa góspel porque el primer domingo de septiembre es especial y no permiten la entrada a los turistas.
Central Park
Otro gran contraste es Central Park. En medio del ruido, de los rascacielos, de las grandes avenidas, del incesante tráfico, nos adentramos en un inmenso rectángulo de 4 kilómetros por 800 metros en el que todo es vegetación, lagos y paseos de arena. También hay muchísima gente, bicicletas, carruajes de caballos, el monumento a Lennon, la fuente de Alicia en el país de las maravillas o el castillo de Belvedere. Imposible conocerlo y pasearlo en unas horas.
Y mi último gran contraste se lo dedico a las personas.
Hay una diferencia grandísima entre las clases sociales. En un país con una altísima población negra y latina, no he coincidido con ninguno de ellos sentados en un restaurante, sólo sirviéndome y, os aseguro, que no he ido a sitios lujosos.
Los trabajos más pobres los tienen los hindúes, que trabajan en la calle, vendiendo fruta o perritos calientes, seguidos de los negros, en las grandes cadenas de alimentación o en las cajas de los supermercados, y muy de cerca los latinos, en lugares de comidas preparadas, autoservicios, taquillas del metro o conductores de autobús.
En los lugares cercanos a las universidades, si es más fácil ver estudiantes de todas las razas y colores.
Y cuando la noche oscurece las esquinas, se llenan las calles de con montañas de bolsas de basura negras, aparecen mendigos durmiendo en los parques y es fácil ver alguna rata por la acera.
 Así es Nueva York.

miércoles, 26 de octubre de 2016

La encina


Leo con pena la noticia aparecida en prensa sobre las nuevas instrucciones que la iglesia Católica ha dado para los difuntos, en el documento titulado “Instruccion Ad resurgendum cum Christo”
En mi familia, tenemos una tumba familiar en el cementerio de la Almudena, que se acabará perdiendo porque sigue estando a nombre de mi abuelo y cambiarla implica, ya lo he preguntado, que nos presentemos en el notario todos los herederos de mi abuelo, casi nada…
Cuando murió mi padre, su voluntad fue ser incinerado, y la cumplimos, pero mi madre se negó a enterrarle en la tumba familiar porque, llegado el momento, no podríamos enterrarla a ella al no tener el apellido de mi abuelo, por lo que depositamos sus cenizas en un columbario, un nicho pequeñito, en alto, frio e impersonal.
Nunca volví.
Diez años después dejamos las cenizas de mi madre en el mismo sitio, en alto, frio e impersonal.
Tampoco volví.
Los recuerdo cada día, los añoro, los escribo cartas que publico en este mismo blog, y otras que no publico, que quedan solo para mí, pero no voy al cementerio.
Pero tengo unos amigos, grandes amigos, que tienen una casa en un maravilloso valle, con un inmenso jardín, lleno de árboles. Muchos de esos árboles tienen su historia, porque los hemos plantado sus amigos, sus hermanos, hay uno por cada niña de la familia y hay uno muy especial, una encina que guarda en sus raíces las cenizas del abuelo.
Ese abuelo que siempre soñó con tener esa casa, tal y como es y que la disfrutó muy poco tiempo.
Siempre que los visito, envidio ese jardín, esa encina, porque me encantaría tener un lugar así en el que mis padres estuviesen juntos, bajo un árbol, a mi padre le hubiese gustado un madroño, como buen madrileño, y que yo contemplaría con una sonrisa, pensando en ellos.
Ese si sería un lugar para volver.

¿No es bueno? ¿No es de buen católico?

Pues, sinceramente, no lo entiendo.

viernes, 21 de octubre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (5)

Los atardeceres

Una de las cosas que más me han gustado en este viaje ha sido los espectaculares atardeceres que he contemplado.
La fecha escogida, a caballo entre agosto y septiembre, en la que la caída del sol se produce a partir de las siete y media, da lugar a poder contemplar, cada día, el atardecer en un lugar diferente, a una buena hora.
Manhattan es una isla, rodeada por tres ríos y los reflejos del sol sobre el agua, son especiales.
El primer atardecer que contemplé, como ya he contado aquí, fue en el piso 102 de la One World Trade Center. Fue especial poder ver como el sol se escondía en Manhattan al mismo tiempo que se encendía la ciudad.
También, en altura, lo vi desde los pisos 67 a 70 del Rockefeller Center. Aquí nos trataron mucho peor que en el Word Center, muy masificado, con una espera que resulta pesada y en la que contemplas un vídeo de la historia del edificio que, con tanto calor y tan mala organización, no lo disfrutas. El personal me pareció estúpido, con caras de pocos amigos.
Aún así, había elegido subir a éste y no a otro para ver de cerca el Empire Estate, de día y de noche, por lo que me centré en este mágico edificio. La vista del Chrysler, otro de mis preferidos, queda semiescondida por otro que tiene delante.
Como soy muy romántica, no faltó el beso con mi marido, con el Empire al fondo, peliculera que es una.
También pudimos ver el atardecer en Central Park, que lo habíamos visitado por la mañana y merecía la pena verlo desde las alturas.
Mi siguiente atardecer fue desde Brooklyn, contemplando la otra orilla del East River.
Ya desde el barco que nos había paseado cerca de Liberti Island, habíamos ido siguiendo la caída del sol, pero al llegar a este animado barrio, lo pudimos ver todavía reflejado en el rio, haciendo que el puente brillase, y los edificios tomasen unos coloridos diferentes.
Cuando el atardecer se convirtió en noche, paseamos los  1825 metros que tiene el puente de Brooklyn, despacio, esquivando bicis y personas, mirando las luces del cercano puente de Manhattan y de los edificios que, nuevamente, tenían una silueta distinta.

No tan conocido ni frecuentado es el puente de Qeensboro, también llamado de la calle 59, que une Manhattan con Long Island en Queens. Nosotros lo íbamos a ver de una forma especial, desde el funicular de Roosevelt, que lleva a la isla del mismo nombre.
Como curiosidad os diré que sólo existen otros dos teleféricos en Estados Unidos que se utilicen como trasporte público, uno en Nueva Orleans que cruza el Mississippi y otro en Portland.
El sol ya caía en la isla y convirtió la celosía del puente en un contraluz dorado. El sky line de Midtown, que no habíamos visto desde este lado del East River, nuevamente espectacular y es que me quedo sin adjetivos. El sol rojizo, el cielo más bonito desde que llegamos con nubes que anunciaban un cambio de tiempo.
Al fondo, el edificio de Naciones Unidas, el Chrysler y, sobre todo, el rio.

Y mi último atardecer fue el más inesperado. Realmente íbamos buscando el High Line, parque urbano elevado que han hecho recientemente sobre una antigua línea de ferrocarril.
Paseamos por Chelsea, hasta la ribera del río Hudson, también convertida en un parque con miradores. Al llegar nos encontramos con el sol cayendo, rodeado de amenazantes nubes, ya que se esperaban los coletazos de una tormenta tropical, y un espectáculo de color que fotografiamos una y otra vez. Enfrente New Jersey, oscureciendo frente a nosotros.
Encontramos el High Line y lo recorrimos, ya de noche, con un ambientazo. Es un paseo diferente que merece la pena.

No puedo acabar esta entrada sin comentar algo que también me ha impresionado, vivir el amanecer en el avión, que impone, porque te parece estar formando parte del paisaje.