Casa Mateos
Nuestro paseo de hoy nos lleva hasta un restaurante pequeño,
en la calle del Ángel 7, en pleno barrio de La Latina.
En su rótulo veremos escrito 1947, pero en esa fecha era
todavía la Imprenta Carrasco.
Nada más traspasar sus puertas nos daremos cuenta de que
estamos rodeados de detalles de otro tiempo. El suelo, los azulejos de la
barra, la antigua cocina convertida en saloncito, las estancias de la pequeña
vivienda, que hoy son un comedor privado, todo nos evoca otra época.
El 26 de marzo de 1956, Casa Mateos levantó sus cierres con
Isidoro Mateos al frente del negocio, ayudado por su hijo Vicente.
Era una taberna y, como tal, despachaba vino a granel, y
vendía bebidas para la calle o para tomarse una copa charlando con los
parroquianos.
Al fondo, estaba la vivienda familiar.
Me cuenta Vicente que los primeros meses fueron muy duros,
tanto que, a sus 26 años, lloraba detrás de la barra pensando que su padre se
había equivocado pagando las 150.000 pesetas de traspaso.
Pero, poco a poco, se fue ganando a la clientela y al
barrio, hasta convertirse en toda una institución.
Se casó con su prima Rosario, y no tardaron en buscar un
piso cercano que los permitiese alejarse de la taberna al echar el cierre.
Cuando don Isidoro se jubiló, ocupó una silla de madera
cercana a la puerta donde leía, cada mañana, el ABC y contemplaba como su hijo
había levantado el negocio, a base de mucho esfuerzo.
En los comienzos, Vicente se compró un motocarro para hacer
portes porque los ingresos de la taberna eran insuficientes.
Entre tanto, Rosario experimentaba en la cocina hasta dar
con una salsa para las patatas bravas que consiguió hacer famosa. Las patatas
cortadas a cuchillo, ni grandes, ni pequeñas, fritas en sartén de hierro y
cocina de gas, y sobre las que echaba su salsa, esa que nadie pudo igualar
después de su muerte. Porque nunca midió nada, por lo que resultó imposible
elaborarla exactamente igual que lo hacía ella.
Cualquier vecino del barrio recuerda el ruido de los cierres,
muy temprano, cuando Vicente abría para servir las copas de aguardiente a los
barrenderos, el coche aparcado en la puerta con una funda para que no se
llenase de polvo, porque sólo lo movía los jueves, el día que cerraba la
taberna y se iba a disfrutar del campo y de su escaso tiempo libre.
Rosario le dejó en julio de 1989, demasiado pronto. Tres
años aguantó él sólo con el negocio y, lo que son las cosas, lloró de
impotencia al ver su taberna llena de gente y sin posibilidad de atenderla en
condiciones.
Quiso hacer un guiño al destino y cerró un 26 de marzo,
justo treinta y seis años después de esa primera vez.
En la actualidad, Vicente Mateos sigue viviendo cerca y
puede contemplar, cada día, como su taberna se ha convertido en un bar
restaurante, guardando el aire antiguo y regentado por una persona que no le es
desconocida.
Porque a Alejandra Balsa, la actual propietaria, que ha
crecido en este barrio, hija de un afilador del Mercado de la Cebada, no era
extraño verla entrar con la bolsa llena de embases vacíos, los famosos cascos,
a comprar los encargos que la hacía su madre, en la taberna más cercana, que no
era otra que Casa Mateos.
Y un buen día, decidió compaginar su trabajo como productora
ejecutiva de exitosas series de televisión y su pasión por escribir, tiene tres
libros publicados: Promesas incumplidas
(El secreto de Puente Viejo), Antes de ti,
y Sofía, con una ilusión de su
infancia y se colgó un mandil negro para darle un aire moderno a esta taberna
de toda la vida.
Os invito a conocer este rincón que, por su historia, tiene
un encanto especial.
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