Mercadillo de Navidad de la Plaza Mayor
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Fotografía cedida por Madrid en Blanco y Negro MBN |
Hoy mis pasos se
dirigen a la Plaza Mayor, en la que se ha instalado el Mercadillo de Navidad.
Este mercado comenzó en
la cercana plaza de Santa Cruz en el siglo XVII. En el siglo XIX se regula,
dejando la plaza Mayor para pavos, turrones y dulces y la plaza de Santa Cruz
para adornos navideños y bromas.
En 1950 se decidió
trasladar la venta a la Plaza Mayor, prohi biendo la de productos alimenticios y
así ha llegado hasta hoy, sustituyendo toldos por casetas y variando diseños
como el de este año, que estrenamos como anticipo a las novedades previstas por
la celebración del cuarto centenario de este emblemático lugar.
Voy recorriendo
tranquilamente las noventa casetas, en una mañana de un día cualquiera, sin
gente, recordando mi infancia, con ese olor a musgo que asocio a la Navidad.


Las cosas eran muy
diferentes, los puestecillos los fabricaban ellos mismos con palos de madera.
La madre cosía las lonas que echaban al suelo para colocar los panderos, cuando
la lluvia y la nieve lo permitían.
Sus clientes,
variopintos. Los más humildes compraban las figuras más pequeñas y, si se
rompían, las pegaban con esmero. Las más grandes, más caras, para los más
“pudientes” como se decía entonces.
En mi paseo continúo al
número 29, Conchita Serrano tiene 73 años, lo dice con orgullo y lleva aquí
desde los doce, ayudaba a su madre. Esta mujer que ha simultaneado su trabajo
en hostelería con la venta de belenes, se ha preocupado en aprender la
historia, que cuenta con entusiasmo a sus clientes, para que sepan lo que están
comprando.
Esta tradición se
inició en barro, y las figuras eran burdas y feas. Los artesanos murcianos se
interesaron por aprender la técnica de Salzillo, escultor barroco español, e
incorporaron la tela a las figuras, dándoles movimiento. Los hijos de aquellos
artesanos, han estudiado en la Escuela de Arte y convierten cada pieza en una
obra única. Cada ojo, por ejemplo, lleva siete puntos de pintura. Es artesanía
pura.
Los clientes de
Conchita, vienen a visitarla cada diciembre a comprar la figura que hayan hecho
nueva los artesanos, para agregarla a su nacimiento. Son los mismos que venían
con sus hijos y ahora los acompañan sus nietos. Ella les cuenta la historia con
mimo, enamorada de lo que hace.
Los clientes actuales
buscan artesanía, saben y entienden lo que están comprando. Es una costumbre en
muchos hogares, que pasa de padres a hijos.
Personas como Vidal y
como Conchita consiguen que, cada año, la Plaza Mayor se llene de ilusiones, de
risas de niños, de recuerdos y de tradiciones que nunca deberían perderse.
Os invito a visitar
este rincón con un encanto tan especial.
¡Feliz
Navidad!
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