martes, 22 de septiembre de 2015

NACIONALIDAD

Los que me conocen saben que no podía dejar de comentar las declaraciones de Fernando Trueba sobre su “nacionalidad”.
He procurado leer casi todo lo que se ha publicado, tanto en prensa, como en las redes sociales y he conseguido escuchar el discurso completo, para poder asegurarme de si las frases se habían sacado de contexto.
Con los deberes hechos, porque me gusta escribir mis sentimientos pero sin contar falsedades, puedo estar casi segura de que no hay contexto que valga y que lo dicho, está más que estudiado. No fue un premio improvisado, ni un discurso improvisado. Lo que hizo fue aceptar un premio que le venía muy bien para su curriculum, y un dinero nada despreciable para su cuenta corriente, pero haciendo un discurso que dejase contentos a parte de sus amigotes.
No voy a entrar en connotaciones políticas, porque soy de las que opina que la bandera, el himno, la Nación y el país, vamos, España, es de todos los españoles, con independencia de a quien votan o con quien se sienten más identificados.
Aunque algunos los quieran solo para ellos y a otros les de vergüenza enseñar estos símbolos a no ser que esté de por medio una competición deportiva, son de todos.

He estado en varias finales deportivas, porque hay más deportes además del futbol, y me ha emocionado el silencio al escuchar el himno. Cuando ganamos la Eurocopa de futbol en 2012, presencié la final en un hotel de Ámsterdam, y todos los presentes (y éramos los únicos españoles), guardaron un silencio increíble ante el himno de los dos países. Me indigné cuando pitaron el himno en la final de la copa del Rey de fútbol, porque no pido que se sienta, pero sí que se respete.
Desde luego me siento española, llevo mi nacionalidad con honra allí adonde vaya, y me indigna que critiquen las cosas de mi país aunque, en demasiadas ocasiones, tengan razones para las críticas.
Porque el señor Trueba no ha hablado de la pobreza infantil, ni de las familias en paro, ni de los supermercados de la droga, ni del trabajo basura, que podían avergonzarle como español,  ha hablado de la guerra de la Independencia y de los partidos de la selección, que muy poco tienen que ver con la actualidad de España.
Si tanto le molesta ser español, que devuelva todas las subvenciones millonarias que le han dado a sus películas y que no acepte el premio, que está en su derecho.
Es más, puede hasta renunciar a la nacionalidad española y solicitar la francesa que igual, al otro lado de la frontera, les apetece nacionalizar a un esperpento.
Desde luego, señor Trueba, me gusta su trabajo, pero en lo sucesivo no pagaré ni un euro por ver sus películas en el cine, no vaya a ser que llegue a su bolsillo ni un céntimo de mi dinero, que ya se ha llevado bastante. Entre tanto las piratearé, para cobrarme algo de lo que usted nos ha “robado” con los treinta mil euros del premio NACIONAL.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Esas pequeñas cosas...

Leyendo un comentario en Facebook este verano, recordé esas cosas que guardamos porque son un recuerdo, porque las tenemos cariño o porque forman parte de alguna colección de esas raras que algunas personas hacemos.
Yo, por ejemplo, colecciono botellitas de gel de los hoteles y las tengo en una cesta, de adorno, en el cuarto de baño.
La cesta ha ido creciendo para poder acoger tanta botella y ya no le puedo conceder más espacio, por lo que el final de esta colección, es incierto.
También colecciono botellas de cerveza de los países en los que he estado. Cuando he viajado con equipaje de mano, las he tenido que comprar en el aeropuerto, después de pasar los controles.
Mis botellas adornan la parte de arriba de los armarios de cocina, eso sí, vacías, porque el contenido nos lo hemos bebido para que pesen menos.
También tienen un final incierto, porque voy a cambiar los armarios y creo que serán más altos y no cabrán las botellas.
Al deshacer la casa de mis padres, me he traído un montón de cositas, como el libro de cocina antiguo de mamá, libros de mi padre a los que tenía un aprecio especial, jarrones, adornos y hasta parte de una vajilla de mis abuelos de principio del siglo XX.
Para que todo esto entrase en mi casa, que es muy pequeña, me he deshecho de otras cosas menos valiosas, tanto económica, como sentimentalmente.
Y cuento todo esto, porque no dejo de acordarme de una colección que mi padre les hizo a mis hijos de muñequitos pequeños de goma, que ahora se han vuelto a poner de moda.
Empezó con los pitufos y se fue completando con todos los muñecos de Disney.
Los guardábamos en un tambor de detergente, de los grandes, y los volcaban en la alfombra, jugaban con ellos un rato y los volvían a guardar, porque tenerlos expuestos era imposible.

Se sabían de memoria todos los que tenían, que eran muchísimos.
Y mis hijos crecieron y a mí se me ocurrió dejarle la colección a un sobrino.
Nunca más he vuelto a verla. Durante mucho tiempo, cuando el niño al que se la presté creció, la reclamé, pero nadie sabía nada de la colección.
En aquel momento no le di importancia pero cuando, años después, murió mi padre, y vi a mis hijos, que ya no eran niños, llorar desconsolados por la muerte de su abuelo, me dio muchísima rabia que no pudiesen tener ese recuerdo. Esos muñequitos que fueron llegando a mi casa escondidos en la mano ruda, de obrero, del abuelo y que iluminaban la cara de sus nietos.
Ahora que soy abuela, me habría encantado que mi nieta pudiera disfrutar de ella, pero no tengo otro remedio que hacérsela yo, empezando de cero, con el mismo cariño de esa otra que perdí para siempre.