Leyendo un comentario en Facebook este verano, recordé esas
cosas que guardamos porque
son un recuerdo, porque las tenemos cariño o porque forman parte de alguna
colección de esas raras que algunas personas hacemos.
Yo, por ejemplo, colecciono botellitas de gel de los hoteles
y las tengo en una cesta, de adorno, en el cuarto de baño.
La cesta ha ido creciendo para poder acoger tanta botella y
ya no le puedo conceder más espacio, por lo que el final de esta colección, es
incierto.
También colecciono botellas de cerveza de los países en los
que he estado. Cuando he viajado con equipaje de mano, las he tenido que
comprar en el aeropuerto, después de pasar los controles.
Mis botellas adornan la parte de arriba de los armarios de
cocina, eso sí, vacías, porque el contenido nos lo hemos bebido para que pesen
menos.
También tienen un final incierto, porque voy a cambiar los
armarios y creo que serán más altos y no cabrán las botellas.
Al deshacer la casa de mis padres, me he traído un montón de
cositas, como el libro de cocina antiguo de mamá, libros de mi padre a los que
tenía un aprecio especial, jarrones, adornos y hasta parte de una vajilla de
mis abuelos de principio del siglo XX.

Y cuento todo esto, porque no dejo de acordarme de una
colección que mi padre les hizo a mis hijos de muñequitos pequeños de goma, que
ahora se han vuelto a poner de moda.
Empezó con los pitufos y se fue completando con todos los
muñecos de Disney.
Los guardábamos en un tambor de detergente, de los grandes,
y los volcaban en la alfombra, jugaban con ellos un rato y los volvían a guardar, porque tenerlos expuestos era imposible.
Se sabían de memoria todos los que tenían, que eran
muchísimos.
Y mis hijos crecieron y a mí se me ocurrió dejarle la
colección a un sobrino.
Nunca más he vuelto a verla. Durante mucho tiempo, cuando el
niño al que se la presté creció, la reclamé, pero nadie sabía nada de la
colección.

Ahora que soy abuela, me habría encantado que mi nieta
pudiera disfrutar de ella, pero no tengo otro remedio que hacérsela yo, empezando de cero, con el mismo cariño de esa otra que perdí para siempre.
Mala cosa eso de prestar, Almudena. Y menos a la familia. Empieza tú de nuevo la tradición, en los mercadillos y en el Rastro tienen de los antiguos.
ResponderEliminarEse apego te viene por vivir siempre en el mismo sitio, yo he ido dejando recuerdos esparcidos por el mundo. Ahora voy acumulando otros.
He aprendido, ya no presto. De los libros que no me han devuelto también podríamos hablar :(
EliminarEn casa coleccionamos monedas de distintos países, muy poco original el tema, pero muy curioso lo que tenemos. Ninguna tiene valor de verdad, pero hay alguna interesante, como un billete, creo que de Bulgaria, que tiene un valor nominal de un millón.
ResponderEliminarUn beso
Ufff!de libros ni te cuento.A veces reclamas el libro y te dicen "yo no lo tengo,estarás confundida", y se te queda una cara de tonta..
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