jueves, 10 de septiembre de 2015

Esas pequeñas cosas...

Leyendo un comentario en Facebook este verano, recordé esas cosas que guardamos porque son un recuerdo, porque las tenemos cariño o porque forman parte de alguna colección de esas raras que algunas personas hacemos.
Yo, por ejemplo, colecciono botellitas de gel de los hoteles y las tengo en una cesta, de adorno, en el cuarto de baño.
La cesta ha ido creciendo para poder acoger tanta botella y ya no le puedo conceder más espacio, por lo que el final de esta colección, es incierto.
También colecciono botellas de cerveza de los países en los que he estado. Cuando he viajado con equipaje de mano, las he tenido que comprar en el aeropuerto, después de pasar los controles.
Mis botellas adornan la parte de arriba de los armarios de cocina, eso sí, vacías, porque el contenido nos lo hemos bebido para que pesen menos.
También tienen un final incierto, porque voy a cambiar los armarios y creo que serán más altos y no cabrán las botellas.
Al deshacer la casa de mis padres, me he traído un montón de cositas, como el libro de cocina antiguo de mamá, libros de mi padre a los que tenía un aprecio especial, jarrones, adornos y hasta parte de una vajilla de mis abuelos de principio del siglo XX.
Para que todo esto entrase en mi casa, que es muy pequeña, me he deshecho de otras cosas menos valiosas, tanto económica, como sentimentalmente.
Y cuento todo esto, porque no dejo de acordarme de una colección que mi padre les hizo a mis hijos de muñequitos pequeños de goma, que ahora se han vuelto a poner de moda.
Empezó con los pitufos y se fue completando con todos los muñecos de Disney.
Los guardábamos en un tambor de detergente, de los grandes, y los volcaban en la alfombra, jugaban con ellos un rato y los volvían a guardar, porque tenerlos expuestos era imposible.

Se sabían de memoria todos los que tenían, que eran muchísimos.
Y mis hijos crecieron y a mí se me ocurrió dejarle la colección a un sobrino.
Nunca más he vuelto a verla. Durante mucho tiempo, cuando el niño al que se la presté creció, la reclamé, pero nadie sabía nada de la colección.
En aquel momento no le di importancia pero cuando, años después, murió mi padre, y vi a mis hijos, que ya no eran niños, llorar desconsolados por la muerte de su abuelo, me dio muchísima rabia que no pudiesen tener ese recuerdo. Esos muñequitos que fueron llegando a mi casa escondidos en la mano ruda, de obrero, del abuelo y que iluminaban la cara de sus nietos.
Ahora que soy abuela, me habría encantado que mi nieta pudiera disfrutar de ella, pero no tengo otro remedio que hacérsela yo, empezando de cero, con el mismo cariño de esa otra que perdí para siempre.


4 comentarios:

  1. Mala cosa eso de prestar, Almudena. Y menos a la familia. Empieza tú de nuevo la tradición, en los mercadillos y en el Rastro tienen de los antiguos.
    Ese apego te viene por vivir siempre en el mismo sitio, yo he ido dejando recuerdos esparcidos por el mundo. Ahora voy acumulando otros.

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    1. He aprendido, ya no presto. De los libros que no me han devuelto también podríamos hablar :(

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  2. En casa coleccionamos monedas de distintos países, muy poco original el tema, pero muy curioso lo que tenemos. Ninguna tiene valor de verdad, pero hay alguna interesante, como un billete, creo que de Bulgaria, que tiene un valor nominal de un millón.

    Un beso

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  3. Ufff!de libros ni te cuento.A veces reclamas el libro y te dicen "yo no lo tengo,estarás confundida", y se te queda una cara de tonta..

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