martes, 27 de septiembre de 2016

Google

Hay días que le da a uno por escribir cosas tontas, intrascendentes, y ese es uno de esos días.
Hoy es el cumpleaños de Google, y cumple dieciocho años, se nos ha hecho mayor de edad sin que nos demos cuenta.
No sé vosotros, pero para mí es una herramienta imprescindible, sobre todo desde que la puedo manejar desde el móvil.
Cuantas discusiones con amigos, que se quedaban pendientes a llegar a casa, mirarlo en la enciclopedia, llamarle por teléfono a su casa o esperar a una próxima reunión.
Cuantas dudas se nos presentan en el día a día, que resolvemos mirando nuestra pantalla.
Yo no me molesto en estudiarme la zona a la que tengo que ir, si me resulta poco conocida. Cuando salgo del metro o me bajo del autobús, pongo el buscador en google y llego sin problemas.
Por supuesto, ya lo he utilizado previamente para ver la forma más rápida o más cómoda de llegar al lugar al que quiero ir.
En mi reciente viaje, tenía los datos desconectados y no os podéis imaginar cómo lo he echado en falta. Anotaba las cosas para mirarlas en los lugares con wifi, curiosidades, dudas sobre lo que estaba viendo, cientos de cosas.
Cualquier cosa que quiero escribir o publicar, me gusta comprobar que las fuentes son correctas, mías o de otros. 
Lo utilizo para buscar títulos de libros, biografías de autores, frases famosas, música para mi nieta cuando no quiere comer, algún cotilleo de la prensa del corazón, para buscar vuelos baratos, hoteles en el destino que me interese, recetas de cocina, noticias puntuales y, últimamente, para encontrar personajes en el juego que, cada tarde, nos propone el escritor Víctor Fernández en feisbuc.
Os invito a que penséis la de veces que utilizáis esta herramienta que hoy cumple años. Yo lo he estado pensando para escribir esta entrada y me he quedado sorprendida.
Por mi parte, sólo me queda desear a Google cumpleaños feliz.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (3)

Sensaciones en Nueva York 

La segunda parte de este viaje se desarrolla en Nueva York, mayoritariamente en Manhattan.
A lo lejos, desde la autopista que nos acercaba a Nueva York, pudimos ver el famoso sky line, línea del horizonte, tan conocido y tan fotografiado y que nosotros íbamos a admirar desde diferentes puntos durante los próximos siete días.
Cuando empezamos a circular por las calles de la ciudad, nos dio la sensación de un lugar conocido, con mucho tráfico y los edificios de cualquier gran capital.
En nuestro primer paseo, y casi sin darnos cuenta, nos encontramos en la Quinta Avenida, muy cerca del Empire State.
Me sentí emocionada por el lugar en el que me encontraba, tantas veces visto e inimaginable estarlo pisando. Me embobé mirando a mi derecha, y no me di cuenta de que el Flatiron, otro famoso y bello edificio, estaba a mi izquierda, no lo vi hasta el día siguiente.
El metro supuso otra sensación difícil de contar. El calor que hace en el vestíbulo y en los andenes, roza lo insoportable, la antigüedad y la suciedad, pujan por ver quién sale ganando. Controlar las frases “Up town” (para arriba) y “ “Down town” (para abajo) es imprescindible para no irse al lado contrario al que queremos, ya que los andenes comparten varias líneas pero no siempre se puede variar el sentido del destino sin salir a la calle y volver a pagar.
Pero, una vez que has superado el miedo a perderte, y te das cuenta de que es más sencillo de lo que cuentan, recorrer la ciudad en el subsuelo es cómodo y rápido.
Porque se camina mucho, muchísimo, pero hay puntos lejanos a los que no merece la pena ir andando, al menos para iniciar el paseo aunque, probablemente, se haga a la vuelta en ese afán de ver la mayoría de las cosas.
Nuestro primer destino fue el One World Trade Center, que divisamos nada más salir de la moderna estación de metro diseñada por Santiago Calatrava.
Imponente, majestuoso, brillante…no te cansas de mirarlo y admirarlo. Es un edificio precioso.
Subimos al piso 102, en sesenta segundos, con taponamiento de oídos incluido, y una proyección en las paredes de cómo se ha ido creando la ciudad en los últimos 500 años.
Después de una breve charla, se descubren los ventanales y Manhattan está ahí abajo.
La sensación es increíble. Era nuestra primera tarde, no habíamos visto casi nada y lo teníamos todo a nuestros pies. El sol estaba cayendo, paseamos despacio por los 360 grados del mirador, contemplándolo de día y viendo cómo iba iluminándose la ciudad y oscureciéndose la bahía.
Las fuentes del recuerdo que, a esta altura, son dos pequeños cuadrados que te ayudan a imaginar lo que hubo allí hasta que unos locos decidieron acabar con las dos torres y con todas las personas que allí estaban.
Es verdad que nos gusta hacer fotos para inmortalizar los momentos, pero no hay fotografía que semeje lo que vieron nuestros ojos, sin reflejos, sin importar los cristales, ni los patosos que suben hasta aquí a hacer el idiota con selfies absurdos. Se nos pasó el tiempo sin darnos cuenta, hasta ser de los últimos que abandonamos el amplio salón.
La bajada fue igual de espectacular que la subida pero nos esperaba otra impresión al salir a la calle y ver iluminado el imponente edificio que acabábamos de abandonar.
La Plaza del Memorial, por la que habíamos paseado hace muy poco tiempo, se convertía en otra totalmente diferente durante la noche. La iluminación de las fuentes y los edificios, los árboles en penumbra, la paloma blanca diseñada por Calatrava, todo nos trasporta a lo que aquí hubo, y a la preciosidad que han creado para recordarlo.
Nos ensimismamos de tal manera que un policía viene a invitarnos amablemente a abandonar el lugar, que queda cerrado por la noche. Éramos los últimos, nos habíamos quedado solos. 
Un viejo autobús, que nos clavaba los asientos en cada bache, nos trasportó a Times Square.
Contraste, choque, sentimientos encontrados, de todo os podría decir al cambiar el panorama del que veníamos, por este.
Aquí sí que, a pesar de haber visto esta plaza, por llamarla de alguna forma, miles de veces en televisión, cine y fotografías, no me la podía imaginar.
La explosión de luz, los anuncios, los teatros con luminosos de sus musicales, el edificio Time desde el que baja la bola cada comienzo de año, los miles de personas paseando, la tienda Disney, la de Emanems, no sabemos dónde mirar.
Hay obras en todo el centro de la plaza, pero da igual, no se ve el suelo. Al fondo una grada en forma de escaleras, en la que la gente se sienta a contemplar el  increíble espectáculo de luz.
Acaba nuestra primera noche en Nueva York y nos vamos al hotel tan impactados por las sensaciones vividas, que no creemos que puedan ser superadas.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Presentación de "La fuerza de Eros"

María José volvió a Madrid para presentarnos el libro que pone punto y final a su trilogía, "La fuerza de Eros"
El lugar elegido fue el “Espacio Leer”, a espaldas del Reina Sofía, un sitio extraño, aunque acogedor, repleto de libros, con rollos de telas como decoración, y un sofá de terciopelo rojo que ocuparíam la autora y sus dos acompañantes, Consuelo Olaya y David G. Panadero.
Fueron llegando personas, unas conocidas para mí y otras no, compañeros de letras, lectores, amigos y ocuparon todas las sillas, que eran bastantes, teniéndose que quedar público de pie.
Consuelo, que había venido desde Barcelona para acompañar a María José, hizo una breve presentación y David, con esa voz profunda que llena cualquier sala, quiso dejar clarísimo que no creía que esta presentación fuese el final de la trilogía, que él quería más, que los lectores querían más.
Llegó el turno de palabra de la autora. Despacio, explicando como ella sabe hacer, le dejó claro a David y a todos los presentes, que este es el final, que Mercedes Lozano, la protagonista de la trilogía, ha cumplido su papel y no protagonizará más libros pero que cabe la posibilidad de que algún personaje de los que hemos conocido aquí, como la inspectora Susana Salido, pueden perfectamente protagonizar alguna novela policiaca que escriba en un futuro.
¿Futuro cercano?, después de mucho insistir, cree que en enero del próximo año podrían estar hablando de nuevos proyectos, aunque nunca con fechas límites.
María José escribe por placer, porque le gusta hacerlo y puede permitirse decidir cuándo y cómo lo hace para poderlo compaginar con el resto de su vida, laboral y familiar.
Nos contó que su familia no se ha tomado con exagerado entusiasmo su nueva faceta ya que supone que los dedique menos tiempo, aunque por supuesto están orgullosos de ella.
Cree que sus pacientes no han pensado en ningún momento que puedan ser ellos los protagonistas de alguno de los casos, ya que ella ha mezclado tantas personas y tantas patologías que no se puede hablar de nadie en concreto.
Le resulta incómodo que haya pacientes que le llevan su libro a la consulta para que se lo dedique, porque son parcelas diferentes de su vida, que no es amiga de mezclar.
En cuanto a sus alumnos, leen tan poco que sólo la asocian con la escritora si han visto su libro en casa, por supuesto de sus padres, no de ellos.
Hablándonos de su libro y de toda la trilogía en la que el protagonista indiscutible es el Mal, nos explicó que ha querido escribirlos de forma que sepamos no sólo lo que ha hecho “el malo”, si no porqué lo ha hecho.
Tiene claro que no todos los malos son tan “malotes”, ni todos los buenos, buenísimos y que, hay veces, que los motivos que llevan al malo a ser como es, nos hacen empatizar con él, aunque no disculparle.
En fin, una agradable charla que se cerró con un cariñoso aplauso.
Durante las firmas, que fueron muchas, nos obsequiaron con cava y bombones.
María José, con una paciencia infinita, se fotografió con todos nosotros, para todos tuvo una frase de agradecimiento y una sonrisa.
Fue una tarde mágica, celebramos un final, pero tengo la seguridad de que la próxima vez que la acompañemos, nos traerá otro magnífico libro.
¡Hasta cuando te apetezca!
¡Aquí te esperamos!

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (2)

WASHINGTON y alrededores

Como conté en la introducción, disponíamos de coche para movernos, cosa que agradecimos ya que las distancias son enormes.
Nuestro chófer de lujo, Pablo, nos llevaba por las grandes avenidas como si condujese por Cantabria y se lo conociese como la palma de su mano.
La Casa Blanca
Sólo en una ocasión se equivocó, porque cómo cruces el Potomac, dar la vuelta es complicado y nos sirvió para pasar un rato de risas de las muchas que hemos compartido estos días.
Desde primera hora de la mañana nos dimos cuenta de que el calor iba a ser un agravante en nuestros planes.
El coche llegó a marcar 99 grados Fahrenheit de temperatura exterior, que, como teníamos los datos móviles desconectados, tuvimos que esperar a llegar a zona con wifi para ver a cuántos centígrados equivalía, que era a 37 y, os aseguro, que con la humedad relativa, la sensación térmica era sofocante.
Nuestra primera parada fue la Catedral Nacional de Washington, grandísima, en obras por los destrozos de un terremoto reciente, y muy fotografiable, aunque el neogótico cuando se tiene tanto gótico maravilloso en España, no resulta tan bonito.
Eso sí, admiramos pájaros y ardillas difíciles de encontrarnos en cualquier catedral española.
Después, La Casa Blanca y todo lo que la rodea. Me gustó hacerme la foto, que probablemente ponga en un marco, observamos una vigilancia extrema y muchísima gente. Resulta una vista tan conocida como si ya hubiésemos estado allí antes.
Pero me llevé una sorpresa inesperada, en la puerta de la Organización de Estados Americanos, una escultura de Isabel la Católica con la siguiente inscripción “Isabel I la Católica Reina de Castilla, de Aragón, de las islas y de tierra firme y del mar océano”
Paseamos despacio, observando las imponentes fachadas de los edificios federales, como el del Tesoro y dejamos el Mann para cuando bajase el calor.
Visitamos la terraza del hotel Washington, el Museo Aeroespacial y el Capitolio.
En el museo estuvimos tres horas, más porque se estaba fresco que porque nos interesase tanto, aunque reconozco que está muy bien montado y que tiene cosas curiosas, tanto como para ser el museo más visitado del mundo. Desde el avión “El espíritu de San Luis”, el primero que cruzó el Atlántico sin escalas, el módulo Columbia, utilizado por los primeros astronautas que pisaron la Luna, los simuladores del puente de mando de portaviones, las maquetas y un largo etcétera.
Capitolio
Cuando llegamos al famoso obelisco, monumento a Washington, ya caía la tarde y pasear por el césped que lo rodea resultaba agradable. A partir de aquí, todos los memoriales a los caídos en las diferentes guerras, impresionantes de grandes, y el estanque del reflejo hasta llegar al Memorial de Abraham Lincoln.
Las nubes de mosquitos, el ruido ensordecedor de las chicharras, y el calor que, con la caída de la noche se volvió bochornoso, no me hicieron disfrutar de este paseo que reconozco que es bonito, aunque te hace pensar que tienen estos monumentos porque siempre están metidos en alguna guerra.
Al final, el obelisco reflejado en el estanque y la luz amarillenta del Memorial, daban a todo un tono de película. 
El sábado estuvimos a primera hora en el cementerio de Arlington, que pertenece al Estado de Virginia. 
Estanque del reflejo
Memorial Abraham Lincoln
Washington no es un estado, si no un pedazo de tierra en forma de rombo, que cedieron Virginia y Maryland, para formar el distrito de Columbia y, en él, la capital, Washington. 
Volviendo al cementerio, es curioso. Tantas tumbas en una inmensa colina, con una arboleda y unos caminos que invitan a pasear hasta llegar a la tumba del soldado desconocido, con un cambio de guardia con toda la parafernalia que hemos visto en las películas y que, durante nuestra visita, era especial porque habían enterrado a alguien y había intercambio de coronas de flores en una ceremonia larguísima, sobre todo con el calor que ya he comentado.
Desde lo más alto atisbamos El Pentágono, a lo lejos.
Yo no dejé de pensar que la mayoría de los que hay allí enterrados son chavales jóvenes a los que han enviado a diferentes guerras con la promesa de salvar el mundo y que han acabado fotografiados por un grupo de turistas.
Nuestra siguiente parada, Georgetown, me gustó mucho.
Georgetown
Tiene el encanto de una pequeña ciudad europea, con casas bajas, muy cuidada la ribera del Potomac, convertida en un agradable paseo, y la magnífica universidad, la universidad católica más antigua de Estados Unidos.
Si habéis visto la película “El exorcista”, bajamos por la famosa escalera por la que sale despedido el sacerdote, la escalera del diablo.
El domingo lo dedicamos a Maryland.
Primero visitamos la Bahía de Chesapeake, cuyo puente por encima del mar, uno de los más largos del mundo sobre el agua, me impresionó. Todo el lugar me pareció muy bonito.
Continuamos hacia Annapolis, capital del Estado, y pequeña ciudad con un coqueto puerto. Todo muy pequeño, sus calles, sus casas, nada parecido a lo que habíamos visto en Washington el día anterior.
Aquí está la famosa Escuela Naval, que visitamos, en la que Richard Gere nos enamoró con ese uniforme blanco inmaculado. Y tengo que deciros que todos los soldaditos que nos encontramos iban igual de blancos e inmaculados que en la película.
Puente de la Bahía
La escuela es una ciudad en sí misma. Salones enormes, campos de beisbol, de futbol americano, iglesia, puerto y un largo etcétera. Creo que están tan orgullosos de ella que por eso permiten que sea visitada.
Baltimore
Durante la mañana del lunes, y ya de camino hacia Nueva York, visitamos el puerto de Baltimore, que nos sorprendió gratamente.
Subimos a una torre levantada en homenaje a las víctimas del 11S, y las vistas nos parecieron preciosas.
Por supuesto probamos los famosos cangrejos, parecidos en forma a las nécoras, pero no en su sabor, en una típica cena en un restaurante cerca de Arlington. Los embadurnan con unos polvos picantes y, os aseguro, que terminamos con la boca hinchada, a pesar de limpiarlos con servilletas antes de comerlos.
Con la frialdad que da la distancia, Washington es un lugar al que se puede ir, y lo disfrutaréis, pero del que también se puede prescindir.
La compañía de los amigos, las risas, las conversaciones sobre la vida allí que ellos tan bien conocen después de dieciocho años, han sido para mí, lo mejor de esta parte de mi viaje.
Continuará…

viernes, 16 de septiembre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (1)


1 Introducción

Inicio esta sección de mi blog con el último viaje que he hecho, y que ocupará varias entradas.
Tenía la ilusión de viajar a Nueva York desde hacía mucho tiempo, y lo que al principio era sólo cuestión de dinero, se convirtió en una obcecación de mi marido por su miedo a volar tantas horas.
Tanto es así que planeé irme con mi hija, pero la vida se nos fue complicando, más a ella que a mí, y no pudo ser.
Podéis imaginaros la alegría que me dio cuando el año pasado, por estas fechas, en una cena de amigos, de esos amigos de siempre con los que hemos compartido, entre otras cosas, varios viajes, ellos comentaron que en 2016 se irían a Nueva York con sus hijas y que podíamos planearlo juntos. A mi marido no le pareció mal, aunque insistió en que lo hacía como un acto de amor hacia mí.
Bienvenidos sean esos actos de amor, pensé yo.

Y la maquinaria se puso en marcha. Primero para buscar vuelos y hoteles que cubriesen nuestras necesidades pero tuviesen un precio razonable y luego para hacer un itinerario y aprender lo básico para movernos por Manhattan. Porque en todos nuestros viajes, llevamos las cosas muy enhebradas, por lo que disfrutamos mucho con la preparación.

Nunca pensé incluir Washington, pero al vivir allí un amigo de mis amigos, al que nosotros también conocemos, nos apetecía tener la oportunidad de pasar unos días con él y su familia, por lo que añadimos la capital al paquete inicial, dejando en sus manos la preparación de los tres primeros días.

Para los que no hayan cruzado nunca el Atlántico, les diré que el viaje se me hizo mucho más corto de lo que imaginé, a mí y al resto del grupo.
A la ida viajamos de día, algo menos de ocho horas y a la vuelta de noche, siete horas. En estos viajes largos, están tan pendientes de ti, te dan comida, refrescos, ponen a tu disposición películas de estreno y buena música que, a nada que eches una cabezadita, se te pasa rápido. De hecho, a mí casi no me dio tiempo a leer.

Sin pasar por Nueva York, aunque si pudimos atisbar su silueta, cogimos nuestro coche recién alquilado y nos dirigimos a Washington.

Aquí debo decir que, si se tiene pensado hacer esta excursión, se hagan bien las cuentas, porque el tren rápido no es barato, y el alquiler de coche puede ser una muy buena opción, sobre todo mucho más cómoda porque moverse por la capital no es complicado, las distancias son enormes y, teniendo coche, se puede uno plantear hacer noche en Maryland, a pocos kilómetros, en lugar de en el centro de Washington, abaratando mucho el hospedaje. En tiempo, se tarda lo mismo, entre tres horas y media y cuatro.
Nosotros lo hicimos así porque es dónde viven nuestros amigos, buscando una calidad de vida que no tienen en el centro, en el que prácticamente no hay viviendas.
Pero, ojo, hay que tener en cuenta los peajes. Las autopistas son inmensas, siete carriles por cada sentido, pero de peaje. Ir y volver a Nueva York cuesta alrededor de 90 dólares, al menos en nuestro coche que era un Dodge Grand Caravan, por lo que compramos una tarifa plana que nos incluía los puentes de acceso a Manhattan y alguna excursión.
No puedo negar que el viaje se hace largo, porque desde que sales de casa, camino del aeropuerto, hasta que llegas a tu destino final, transcurren casi veinte horas, pero a mí me ha merecido la pena.

Acabo esta entrada de introducción comentando que nos han hecho todos los controles aleatorios posibles y alguno no tan aleatorio.
Control de sustancias prohibidas, registro del equipaje de mano, registro de una de las maletas facturadas (como llevaba un candado homologado, la abrieron sin más y nos encontramos una nota dentro) y, ya en inmigración, un nombre no les gustó y retuvieron a la persona hasta que contrastaron sus datos.
Teniendo en cuenta que viajábamos seis en el mismo avión, el porcentaje de registro es bastante alto.

Continuará…

miércoles, 14 de septiembre de 2016

¿Y si no es casualidad? Mi opinión

¿Y si no es casualidad? de Sara Ventas.

Celia tiene una vida ordenada que comparte desde hace cuatro años con Rubén, su novio, un abogado guapo y trabajador, aunque poco espontáneo y nada detallista. Celia está convencida de que todo lo que ocurre en el universo, lejos de estar escrito en las estrellas, es fruto de la casualidad. El día que cumple treinta años sus amigas le regalan un precioso vestido verde acompañado de una noticia, que parece tener mucho de casualidad: han conseguido la dirección de Marco Ferlini, un antiguo compañero de estudios con el que Celia mantenía una estrecha relación de amistad con derecho a cama. Marco vive ahora en Verona, la ciudad de Romeo y Julieta, y, con la curiosidad de saber qué habrá sido de él, Celia se decide a escribirle una carta. Pero la respuesta no es la que esperaba.

Compré este libro atraída por lo que me divirtió la novela anterior de la autora “Treinta postales de distancia”.
Sin quererlo, se ha convertido en un libro especial para mí.
Primero, porque fue el elegido para leer en el avión en mi primer viaje cruzando el Atlántico, esto merecía una lectura que prometía ser entretenida.
Segundo porque hace unas magníficas descripciones de Verona, una ciudad que me fascinó y de la que disfruté en vísperas de la Navidad, por lo que la lectura me ha hecho recordar sus calles y sus plazas iguales que cuando yo las paseé.
Tercero, hace un guiño a un lugar emblemático para mí y para el club de lectura al que pertenezco “Tardes en Sepia”, que no es otro que la cafetería Rodilla de la plaza de Callao, dónde nos reunimos habitualmente.
Pero todo esto no tendría ninguna importancia si no fuese porque me ha encantado.
Me ha hecho pasar unos ratos muy agradables, con una sonrisa continua.
Siempre me ha gustado escribir cartas, mantengo la costumbre de enviar felicitaciones de Navidad y alguna que otra postal cuando viajo, por este motivo, el modo epistolar que ha elegido la autora para darnos a conocer a los protagonistas, en un tiempo dominado por la informática, me ha cautivado.
Todos los personajes están muy bien perfilados, todos tienen su importancia en la historia, no sobra nada, ni nadie.
Aunque tiene un final previsible, da varios giros que no me esperaba. 
¿Casualidad o destino?
Os invito a leerla, no os defraudará.

BALANCE DE MI VERANO

Los que me conocéis ya sabéis que me gusta hacer balances, así que voy a hacer el de este verano que, para mí, ha llegado a su fin y que, climatológicamente, tiene los días contados.
Como hace ya muchos años, me trasladé a la Sierra huyendo de los calores a los que nos acostumbra Madrid. En esta ocasión, no me fui sola con mi marido, si no acompañada de mi hija, mi yerno y mi nieta, que huían con nosotros, con los paréntesis de sus días en la playa.
El reencuentro con las amigas de cada verano, compañeras de tertulia, partidas de cartas, casi siempre de canasta, porque el mus casi ha pasado a la historia en mi entorno más cercano.
Baños vespertinos que es cuando a mí me gusta disfrutar de la piscina, sólo si tengo calor, y este verano lo he tenido, y mucho.
Las visitas más o menos largas de mi hijo, mi nuera y mi nieta Manuela, de la que he podido disfrutar más que en Madrid, y que ya se ríe conmigo y mis payasadas.
He estado rodeada de niños, porque en esta pequeña urbanización se han roto todas las estadísticas en cuanto a natalidad, y los hijos de los que eran niños en mi juventud, son muy numerosos y alegran la vista, aunque hay veces que alteran demasiado la armonía del lugar.
También viajé a Alicante, para disfrutar de unos días de playa y de la compañía de la familia que vive allí y a la que no veo tanto como me gustaría.
Celebramos el 25 cumpleaños de mi sobrina Arantxa, una más de nuestra pequeña gran familia.
El resto del verano ha trascurrido con tranquilidad, buscando tiempo para rematar la preparación del viaje previsto para finales de agosto y del que ya os contaré porque se merece más de una entrada en este blog.
En contra de la mayoría de la gente, en verano es cuando menos leo, aún así, “Lo que encontré bajo el sofá” y “El regalo” de Eloy Moreno, “Y si no es casualidad” de Sara Ventas y una novela magnífica, sin publicar, que la autora y amiga ha tenido la deferencia de dejarme leer, han ocupado mis escasos momentos de lectura.
He escrito poco y no he hecho mucho caso a las redes sociales.
No me puedo olvidar del mercadillo de los jueves, al que acudo como una tradición más, aunque no compre nada la mayoría de las veces.
También me dieron una sorpresa un grupo de amigas del club de lectura “Tardes en sepia” que me hicieron una visita. Pasamos una tarde-noche muy agradable, llena de risas y rematada con una magnífica cena.
En el plano personal he vivido con alegría las mejoras laborales de mi familia, la confirmación de que mi próximo nieto vuelve a ser niña y la alegría de ver crecer y aprender cosas nuevas cada día a Victoria y a Manuela.
En fin, un balance muy positivo, sin sobresaltos.
Ya en Madrid tengo muchas cosas pendientes: Organizar las fotos del viaje, contároslo en el blog, hacer el diario personal a partir de las notas que voy tomando cuando viajo, darle forma a un par de proyectos…
Pero todo esto, ya será otra historia.