miércoles, 21 de septiembre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (2)

WASHINGTON y alrededores

Como conté en la introducción, disponíamos de coche para movernos, cosa que agradecimos ya que las distancias son enormes.
Nuestro chófer de lujo, Pablo, nos llevaba por las grandes avenidas como si condujese por Cantabria y se lo conociese como la palma de su mano.
La Casa Blanca
Sólo en una ocasión se equivocó, porque cómo cruces el Potomac, dar la vuelta es complicado y nos sirvió para pasar un rato de risas de las muchas que hemos compartido estos días.
Desde primera hora de la mañana nos dimos cuenta de que el calor iba a ser un agravante en nuestros planes.
El coche llegó a marcar 99 grados Fahrenheit de temperatura exterior, que, como teníamos los datos móviles desconectados, tuvimos que esperar a llegar a zona con wifi para ver a cuántos centígrados equivalía, que era a 37 y, os aseguro, que con la humedad relativa, la sensación térmica era sofocante.
Nuestra primera parada fue la Catedral Nacional de Washington, grandísima, en obras por los destrozos de un terremoto reciente, y muy fotografiable, aunque el neogótico cuando se tiene tanto gótico maravilloso en España, no resulta tan bonito.
Eso sí, admiramos pájaros y ardillas difíciles de encontrarnos en cualquier catedral española.
Después, La Casa Blanca y todo lo que la rodea. Me gustó hacerme la foto, que probablemente ponga en un marco, observamos una vigilancia extrema y muchísima gente. Resulta una vista tan conocida como si ya hubiésemos estado allí antes.
Pero me llevé una sorpresa inesperada, en la puerta de la Organización de Estados Americanos, una escultura de Isabel la Católica con la siguiente inscripción “Isabel I la Católica Reina de Castilla, de Aragón, de las islas y de tierra firme y del mar océano”
Paseamos despacio, observando las imponentes fachadas de los edificios federales, como el del Tesoro y dejamos el Mann para cuando bajase el calor.
Visitamos la terraza del hotel Washington, el Museo Aeroespacial y el Capitolio.
En el museo estuvimos tres horas, más porque se estaba fresco que porque nos interesase tanto, aunque reconozco que está muy bien montado y que tiene cosas curiosas, tanto como para ser el museo más visitado del mundo. Desde el avión “El espíritu de San Luis”, el primero que cruzó el Atlántico sin escalas, el módulo Columbia, utilizado por los primeros astronautas que pisaron la Luna, los simuladores del puente de mando de portaviones, las maquetas y un largo etcétera.
Capitolio
Cuando llegamos al famoso obelisco, monumento a Washington, ya caía la tarde y pasear por el césped que lo rodea resultaba agradable. A partir de aquí, todos los memoriales a los caídos en las diferentes guerras, impresionantes de grandes, y el estanque del reflejo hasta llegar al Memorial de Abraham Lincoln.
Las nubes de mosquitos, el ruido ensordecedor de las chicharras, y el calor que, con la caída de la noche se volvió bochornoso, no me hicieron disfrutar de este paseo que reconozco que es bonito, aunque te hace pensar que tienen estos monumentos porque siempre están metidos en alguna guerra.
Al final, el obelisco reflejado en el estanque y la luz amarillenta del Memorial, daban a todo un tono de película. 
El sábado estuvimos a primera hora en el cementerio de Arlington, que pertenece al Estado de Virginia. 
Estanque del reflejo
Memorial Abraham Lincoln
Washington no es un estado, si no un pedazo de tierra en forma de rombo, que cedieron Virginia y Maryland, para formar el distrito de Columbia y, en él, la capital, Washington. 
Volviendo al cementerio, es curioso. Tantas tumbas en una inmensa colina, con una arboleda y unos caminos que invitan a pasear hasta llegar a la tumba del soldado desconocido, con un cambio de guardia con toda la parafernalia que hemos visto en las películas y que, durante nuestra visita, era especial porque habían enterrado a alguien y había intercambio de coronas de flores en una ceremonia larguísima, sobre todo con el calor que ya he comentado.
Desde lo más alto atisbamos El Pentágono, a lo lejos.
Yo no dejé de pensar que la mayoría de los que hay allí enterrados son chavales jóvenes a los que han enviado a diferentes guerras con la promesa de salvar el mundo y que han acabado fotografiados por un grupo de turistas.
Nuestra siguiente parada, Georgetown, me gustó mucho.
Georgetown
Tiene el encanto de una pequeña ciudad europea, con casas bajas, muy cuidada la ribera del Potomac, convertida en un agradable paseo, y la magnífica universidad, la universidad católica más antigua de Estados Unidos.
Si habéis visto la película “El exorcista”, bajamos por la famosa escalera por la que sale despedido el sacerdote, la escalera del diablo.
El domingo lo dedicamos a Maryland.
Primero visitamos la Bahía de Chesapeake, cuyo puente por encima del mar, uno de los más largos del mundo sobre el agua, me impresionó. Todo el lugar me pareció muy bonito.
Continuamos hacia Annapolis, capital del Estado, y pequeña ciudad con un coqueto puerto. Todo muy pequeño, sus calles, sus casas, nada parecido a lo que habíamos visto en Washington el día anterior.
Aquí está la famosa Escuela Naval, que visitamos, en la que Richard Gere nos enamoró con ese uniforme blanco inmaculado. Y tengo que deciros que todos los soldaditos que nos encontramos iban igual de blancos e inmaculados que en la película.
Puente de la Bahía
La escuela es una ciudad en sí misma. Salones enormes, campos de beisbol, de futbol americano, iglesia, puerto y un largo etcétera. Creo que están tan orgullosos de ella que por eso permiten que sea visitada.
Baltimore
Durante la mañana del lunes, y ya de camino hacia Nueva York, visitamos el puerto de Baltimore, que nos sorprendió gratamente.
Subimos a una torre levantada en homenaje a las víctimas del 11S, y las vistas nos parecieron preciosas.
Por supuesto probamos los famosos cangrejos, parecidos en forma a las nécoras, pero no en su sabor, en una típica cena en un restaurante cerca de Arlington. Los embadurnan con unos polvos picantes y, os aseguro, que terminamos con la boca hinchada, a pesar de limpiarlos con servilletas antes de comerlos.
Con la frialdad que da la distancia, Washington es un lugar al que se puede ir, y lo disfrutaréis, pero del que también se puede prescindir.
La compañía de los amigos, las risas, las conversaciones sobre la vida allí que ellos tan bien conocen después de dieciocho años, han sido para mí, lo mejor de esta parte de mi viaje.
Continuará…

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