Sensaciones en Nueva York
La segunda parte de este viaje se desarrolla en Nueva York, mayoritariamente en Manhattan.
A lo lejos, desde la autopista que nos acercaba a Nueva York, pudimos ver el famoso sky line, línea del horizonte, tan conocido y tan fotografiado y que nosotros íbamos a admirar desde diferentes puntos durante los próximos siete días.
Cuando empezamos a circular por las calles de la ciudad, nos dio la sensación de un lugar conocido, con mucho tráfico y los edificios de cualquier gran capital.
En nuestro primer paseo, y casi sin darnos cuenta, nos encontramos en la Quinta Avenida, muy cerca del Empire State.
Me sentí emocionada por el lugar en el que me encontraba, tantas veces visto e inimaginable estarlo pisando. Me embobé mirando a mi derecha, y no me di cuenta de que el Flatiron, otro famoso y bello edificio, estaba a mi izquierda, no lo vi hasta el día siguiente.
El metro supuso otra sensación difícil de contar. El calor que hace en el vestíbulo y en los andenes, roza lo insoportable, la antigüedad y la suciedad, pujan por ver quién sale ganando. Controlar las frases “Up town” (para arriba) y “ “Down town” (para abajo) es imprescindible para no irse al lado contrario al que queremos, ya que los andenes comparten varias líneas pero no siempre se puede variar el sentido del destino sin salir a la calle y volver a pagar.
Pero, una vez que has superado el miedo a perderte, y te das cuenta de que es más sencillo de lo que cuentan, recorrer la ciudad en el subsuelo es cómodo y rápido.
Porque se camina mucho, muchísimo, pero hay puntos lejanos a los que no merece la pena ir andando, al menos para iniciar el paseo aunque, probablemente, se haga a la vuelta en ese afán de ver la mayoría de las cosas.
Nuestro primer destino fue el One World Trade Center, que divisamos nada más salir de la moderna estación de metro diseñada por Santiago Calatrava.
Imponente, majestuoso, brillante…no te cansas de mirarlo y admirarlo. Es un edificio precioso.
Subimos al piso 102, en sesenta segundos, con taponamiento de oídos incluido, y una proyección en las paredes de cómo se ha ido creando la ciudad en los últimos 500 años.
Después de una breve charla, se descubren los ventanales y Manhattan está ahí abajo.
La sensación es increíble. Era nuestra primera tarde, no habíamos visto casi nada y lo teníamos todo a nuestros pies. El sol estaba cayendo, paseamos despacio por los 360 grados del mirador, contemplándolo de día y viendo cómo iba iluminándose la ciudad y oscureciéndose la bahía.
Las fuentes del recuerdo que, a esta altura, son dos pequeños cuadrados que te ayudan a imaginar lo que hubo allí hasta que unos locos decidieron acabar con las dos torres y con todas las personas que allí estaban.
Es verdad que nos gusta hacer fotos para inmortalizar los momentos, pero no hay fotografía que semeje lo que vieron nuestros ojos, sin reflejos, sin importar los cristales, ni los patosos que suben hasta aquí a hacer el idiota con selfies absurdos. Se nos pasó el tiempo sin darnos cuenta, hasta ser de los últimos que abandonamos el amplio salón.
La bajada fue igual de espectacular que la subida pero nos esperaba otra impresión al salir a la calle y ver iluminado el imponente edificio que acabábamos de abandonar.
La Plaza del Memorial, por la que habíamos paseado hace muy poco tiempo, se convertía en otra totalmente diferente durante la noche. La iluminación de las fuentes y los edificios, los árboles en penumbra, la paloma blanca diseñada por Calatrava, todo nos trasporta a lo que aquí hubo, y a la preciosidad que han creado para recordarlo.
Nos ensimismamos de tal manera que un policía viene a invitarnos amablemente a abandonar el lugar, que queda cerrado por la noche. Éramos los últimos, nos habíamos quedado solos.
Un viejo autobús, que nos clavaba los asientos en cada bache, nos trasportó a Times Square.
Contraste, choque, sentimientos encontrados, de todo os podría decir al cambiar el panorama del que veníamos, por este.
Aquí sí que, a pesar de haber visto esta plaza, por llamarla de alguna forma, miles de veces en televisión, cine y fotografías, no me la podía imaginar.
La explosión de luz, los anuncios, los teatros con luminosos de sus musicales, el edificio Time desde el que baja la bola cada comienzo de año, los miles de personas paseando, la tienda Disney, la de Emanems, no sabemos dónde mirar.
Hay obras en todo el centro de la plaza, pero da igual, no se ve el suelo. Al fondo una grada en forma de escaleras, en la que la gente se sienta a contemplar el increíble espectáculo de luz.
Acaba nuestra primera noche en Nueva York y nos vamos al hotel tan impactados por las sensaciones vividas, que no creemos que puedan ser superadas.
Que maravilla leerte, espero el próximo capitulo.
ResponderEliminar¿Subisteis 102 pisos en un minuto? Voy a tener que decir a los de los ascensores que revisen el nuestro. Creo que tarda como medio minuto en superar tres miserables plantas!!!!
ResponderEliminarMe gusta lo que nos cuentas, en primera persona. Esperando el siguiente día.
Besos
Lo cuentas muy bien. Cómo me gusta Nueva York. Besos.
ResponderEliminar