sábado, 8 de octubre de 2016

EL POLLO

Leyendo una receta de cocina con relato incluido, en el blog de cocina de Mayte Esteban, me ha recordado algo que me pasó hace muchos años.

Éramos jóvenes, muy jóvenes. Yo tendría veinte años y los que me acompañaban, mi marido, sus hermanas y los novios de sus hermanas, veintitantos.
Aunque siempre he sido muy de ciudad, en una época en la que nuestra economía siempre andaba muy floja, una solución económica de pasar algún fin de semana o algún puente fuera de Madrid, era ir de acampada al Pantano de El Burguillo, entre los pueblos de El Tiemblo y El Barraco, en la provincia de Ávila.
Ahora la acampada libre está prohibida pero en 1980, estaba permitida y era muy común en la parte del pantano que no estaba casi urbanizada.
Llegamos el viernes, aprovechando un fin de semana primaveral, montamos las dos tiendas, y nos fuimos a tomar algo a El Tiemblo.
La cena la solucionamos con unos bocadillos que traíamos preparados desde Madrid.
Un café de pucherillo, que nunca faltaba en nuestras salidas, conversaciones a la luz de la luna haciendo planes de futuro, algún cigarrito y a dormir.
El sábado pasamos un día agradable, paseamos, jugamos a las cartas, y los chicos se bañaron en el pantano. Nosotras aprovechamos para tomar el sol sin la parte de arriba del bikini, la palabra "top less" no se usaba, nos pareció que el agua estaba demasiado fría para bañarnos.
De madrugada nos sorprendió una tormenta de esas que hacen historia, nos tuvimos que guarecer los seis en la tienda más fuerte, porque la otra quedó inservible cuando se hundió por el peso del agua.
Recoger y marcharnos era impensable con la que estaba cayendo, así que dejamos que fuesen pasando las horas sin dormir, por miedo a que la tienda tampoco resistiese y, por fin, dejó de llover y contemplamos un bellísimo amanecer con arco iris incluido que, con los años que han pasado, todavía recuerdo.
Dedicamos la mañana a secar un poco todos los accesorios de  camping, aunque luego necesitarían estar varios días en el patio de mi cuñado para poderlos plegar y guardar.
Habíamos comprado un pollo que cocinamos en el camping gas, porque nos gustaba hacer comidas caseras, nos servían de entretenimiento y ya teníamos experiencia suficiente para que nos saliesen bastante bien a pesar de los escasos medios con los que contábamos.

Con todo recogido y nuestro pollo al ajillo listo, nos dispusimos a comer para iniciar la vuelta antes de que en la famosa carretera de los pantanos se hiciese una caravana de varias horas.
Un golpe de viento, un traspiés, un codazo, nunca supimos lo que pasó, pero la sartén  se fue al suelo. No teníamos más comida, solo la barra de pan que iba a acompañar el pollo.
Nos miramos, buscamos el culpable, nos enfadamos por la mala suerte del fin de semana...
Yo me agaché, cogí un trocito de pollo, lo limpié de la arena que lo rebozaba y probé a comérmelo.
Hacer lo que queráis, pero la tierra casi ni se nota y no parece que tenga hormigas, les dije.
Todos probaron, todos me dieron la razón y no dejamos ni un trocito de aquel pollo rebozado en arena del pantano.
La anécdota nos sirvió para reírnos durante muchas otras salidas que hicimos juntos en los dos años siguientes, incluso con algún bebé.

No me había vuelto a acordar hasta ahora, tampoco he vuelto a hacer camping y, por muchos motivos, ya no existe esa bonita relación de amistad y camaradería, pero eso ya es otra historia.


2 comentarios:

  1. Pues a mí, aparte de hacerme reír, me has recordado una anécdota de una acampada. Cuando te vea, te la cuento.

    Besos

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