Están acabando estos días de mini-vacaciones que he
disfrutado y, ya en Madrid, me he acercado al cine a ver la muy recomendada
película “Perdiendo el Norte”
Mis expectativas eran muy buenas y esperaba reírme casi
tanto como con “Ocho apellidos vascos”, pero no ha sido así.
La comedia está muy bien hilvanada, muy bien interpretada,
me ha hecho recordar algunos lugares que visité cuando estuve en Berlín, y he
pasado un rato agradable, no lo puedo negar.
Pero me ha dejado una sensación tan agridulce que, cuando he
llegado a casa, he corrido al ordenador a escribir esta entrada en el blog.

Y hasta aquí puedo escribir, sin “reventar” el argumento a
todos los que os apetezca ir al cine.
Y yo, en vez de pasar un rato agradable y reírme a
carcajadas, me ha dado por pensar en nuestros jóvenes.
Que nuestros hijos, la famosa “generación más preparada”
ahora se han convertido en la “generación perdida”.
Y esto no es fruto ni de un gobierno, ni de una crisis, si
no de muchos años de estar rodeados de ladrones a los que no les ha importado
hundir un país.
Algunos, con suerte, tienen trabajo y suficiente dinero para
pagar una hipoteca o un alquiler, si viven con su pareja porque, de lo contrario,
tendrán que compartir piso o seguir viviendo en casa con sus papás.
Formamos magníficos ingenieros, médicos, maestros,
arquitectos o periodistas, para que se conformen con sueldos bajísimos, subsistan a base de guardias o de doblando turnos y, en muchos casos, teniéndose que ir a probar
suerte a Chile, Suecia, Inglaterra, Italia e, incluso a Dubai.
Muchos de los amigos de mis hijos están ya fuera de España y
no porque lo hayan elegido, si no porque no han tenido otra salida.
Los bancos no contratan informáticos, si no empresas de
servicios que les cubran sus necesidades a precios irrisorios que son siempre a
costa de los trabajadores.
Los Ayuntamientos contratan maestros de apoyo un día a la
semana, para acallar a algunos padres, y el maestro, con dos titulaciones,
junta varios colegios, varios días a la semana y alguna clase particular para
poder sufragar sus gastos, pero independizarse, ni soñarlo.
Los ingenieros y los arquitectos, pobrecillos, les ha tocado
la crisis del ladrillo y se tienen que ir a países emergentes.
Y los médicos, para poder salir adelante trabajan cuarenta y
ocho horas seguidas, porque a la dirección del hospital no le importa si están
o no en condiciones de atender a un paciente cuando llevan tantas horas sin
dormir, lo que les importa es que los números cuadren, tanto en la pública,
como en la privada.
En fin, que todo esto que acabo de escribir, es lo que para
mí ha dado de sí esta película.
Una rabia contenida porque he sido consciente de que lo que
satiriza esta comedia, es una tristísima realidad.