Corría el año 1979 y le empezó a crecer un bultito que tenía
en la mama izquierda desde hacía años y al que los médicos no le habían dado
ninguna importancia.
Acudió al ginecólogo y sin ninguna prueba previa, era lo
habitual, decidieron extirpárselo con anestesia local. Al estar despierta,
escuchó perfectamente como el cirujano indicaba a su ayudante, que no estaba
aislado y que había un racimo detrás, del que tiró sin ningún miramiento y
cerraron.
Lo enviaron a anatomía patológica y, quince días después,
cuando acudió a la consulta para que le retirasen los puntos, la enfermera,
hablando en un susurro, mientras la mujer se vestía, le dijo a su acompañante que
volviese a hablar con el doctor, a última hora de la tarde.
Porque en 1979, del cáncer no se hablaba y menos, con el
paciente.
Las noticias eran las peores imaginables. En ese momento
comenzó a moverse una maquinaria silenciosa para ponerla en manos de uno de los
mejores.
Un 19 de marzo, día de San José, festivo, la operaron en un
sanatorio privado, practicándole una cirugía impensable en el siglo XXI, en el
mismo acto quirúrgico le hicieron una mastectomía de la mama izquierda, una
histerectomía y le extirparon la cadena ganglionar.
Al durísimo postoperatorio, que superó con una entereza
increíble, siguió la quimioterapia, una gran desconocida. Se ponía directamente
en vena, y cuando digo directamente es que no se diluía en suero, ni se
administraba mediante goteo. Era una inyección que se introducía despacito.
Los efectos, como ahora, muy malos. La única diferencia es
que no perdió el pelo. De hecho, quisieron hacer un estudio del porqué pero, a
esas alturas, no estaba para más pinchazos, ni para más estudios.
Sesiones quincenales, durante seis meses. Ahí estaba el
límite porque no se tenía certeza los efectos secundarios con más sesiones. Se
revisaba mediante analítica los leucocitos y las plaquetas y, si no estaban
demasiado bajos, el oncólogo daba el visto bueno para la siguiente.
Para poner un ejemplo de lo poco que se conocía de este
tratamiento, en el hospital de Girona, en un desplazamiento de la paciente, por
vacaciones, no sabían administrarlo, y tuvieron que llamar a Madrid para que
les informasen del método a seguir.
Pero todo acabó y se pudo respirar…durante seis meses.
Un día se descubrió un tumor en la otra mama y acudió
rápidamente al ginecólogo que la había operado. Esta vez sí hubo pruebas
previas, una mamografía y una termografía, ambas privadas, porque la sanidad
pública iba demasiado despacio.
Como el diagnóstico no estaba claro, se montó un operativo
de película. Se extirpó el tumor, se llevó en coche particular al hospital
Clínico para hacer una biopsia intraoperatoria de urgencia y, por una línea
privada que el hospital había facilitado para evitar que estuviese ocupada, no
existían los móviles, ni los correos electrónicos, confirmaron que era benigno
y cerraron a la paciente, a la que mantenían sedada pero con anestesia local.
La protagonista de esta historia, murió treinta y cinco años
después, fue una de las excepciones a las estadísticas.
¿Os dais cuenta lo importante que es prevenir, investigar,
hacer donaciones económicas? Entre todos hemos conseguido dar la vuelta a las estadísticas
y que ahora las excepciones sean las mujeres que no lo superan.
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