
Lo que no todos saben cuándo les atiende un médico joven,
un médico interno residente, es su historia.
Primero hay que tener un bachillerato con nota media de
sobresaliente, para que, una vez hecha la selectividad, obtengan una media
final cercana al nueve sobre diez.
Después de una carrera universitaria de seis años, muy
difícil y con muchas horas lectivas, tantas, que es prácticamente imposible que
se pueda compaginar con algún trabajo, acaban la carrera, pero no son nada.
Cómo médico «a secas», a lo más que pueden aspirar es a un
contrato en una residencia de ancianos o en algún hospital de provincia pequeña
haciendo urgencias.
Le permiten colegiarse, pero trabajar es casi imposible,
hay que hacer el MIR.
Durante el último año de carrera, la mayoría de los
estudiantes se matriculan en una academia para a preparar el examen.
Una vez aprobada la última asignatura, hay que empezar a
estudiar, repasar y volver a repasar todo lo aprendido durante los últimos años.
Y en enero, normalmente el último sábado, por la tarde,
se enfrentan a las cinco horas más temidas desde que iniciaron esta aventura. Todos salen diciendo lo mismo, se acabó el suplicio. «La
suerte está echada».
En el tiempo que transcurre desde el examen hasta el día
de la elección, se dedican a visitar los hospitales que les gustan y las
especialidades que podrían elegir.
Hay que llevar las cosas claras y varias opciones, ya que
los anteriores pueden querer lo mismo y no llegar a tu turno.
Todos los médicos de España eligen en Madrid en el
Ministerio de Sanidad. Esto es algo que la tecnología no ha variado.
Las dos semanas que dura la elección, la puerta del
Ministerio, frente al Museo del Prado, es un hervidero de gente joven y de sus
familias.
¡Qué nervios los días previos ante la pantalla del
ordenador viendo en directo cómo desaparecen las plazas más preciadas!
Cuando llega el momento, el día D, hora H, que les han
asignado en función de su nota, entran en el salón, y presencian cómo sus
compañeros de fatigas, los que han sufrido lo mismo para llegar hasta aquí,
durante unos minutos se convierten en sus enemigos, les pueden quitar la plaza
soñada. Y dicen su nombre, sube, elige y le dan su credencial y
la enhorabuena.
Pero no siempre es feliz el elector. En muchas ocasiones
se han roto sus sueños, aunque con su número, ya lo imaginaba.
Será un MIR pero no en el hospital que quería, o en la
especialidad que le habría gustado, o en otra ciudad, lejos de los suyos.
Hay algunos que no acuden al Ministerio. Prefieren
renunciar, volver a intentarlo el próximo enero.
A mediados de mayo se incorporarán a sus puestos de
trabajo. Porque no nos engañemos, son médicos aprendiendo pero, a su vez, mano
de obra barata, muy barata.
Serán el «último mono» al que todos mandan, el que más guardias hace, el que tendrá que esperar un año para tener un «R» pequeño al que poder mandar un poco y poder ser el «penúltimo mono».
Pasarán cuatro o cinco años en el hospital elegido y,
cercanos a la treintena, eso en el mejor de los casos, tendrán que empezar a
buscar trabajo...
Pero eso ya es otra historia.