El club "Tardes en sepia" se reunía, como cada viernes, con la puntualidad que nos
caracteriza, o sea, llegando cada una cuando puede.
Queríamos que fuese una tarde especial porque celebrábamos
el cumpleaños de nuestra querida Gema, y no nos apetecía la frialdad de
Rodilla.

Nos fuimos paseando a la chocolatería San Ginés, que tiene
una terraza cubierta, con estufas de pie, para que las fumonas no tengan
necesidad de estar entrando y saliendo.
Lo que parecía imposible, lo conseguimos nada más llegar,
tres mesas juntas en las que nos pudiésemos acoplar las trece que esperábamos
ser, pleno total.
Pronto nos dimos cuenta que las estufas eran insuficientes,
porque calientan la cabeza, y te dejan helados los pies, pero un buen
chocolate, café para algunas, y un plato lleno de porras y churros, fue
suficiente para calentarnos.
Como siempre, nuestras risas, nuestras tonterías, incluso
hablamos de algún libro: “Yo que tanto te quiero” y “Cartas a Palacio”, de la
próxima presentación de Jorge Díaz, y da la de María José Moreno, a la que
esperamos poder acudir casi todas.
Y así fue transcurriendo la tarde, esperando a Gema y a
Elena, y cambiándonos de mesa hasta cuatro veces porque empezó a caer una
lluvia fina y las que estaban en la última tenían filtraciones de los toldos.
Llegaron las que faltaban, pidieron dos chocolates con un
montón de churros, que les tardaron en servir más de veinte minutos, aquí debo
decir que el servicio de la famosa chocolatería me pareció pésimo y cuando por fin
lo sirvieron empezó a llover.
Primero, nos pusimos en pie para evitar las goteras de los
toldos, que pensamos que eran más fuertes. Cuando la lluvia arreció ya no había
forma de evitar el desastre.
El agua caía en tromba, y bajaba por la calle haciendo un
riachuelo, nos mojábamos cada vez más.
Pasaba por allí un chaval vendiendo paraguas a tres euros, y
le vaciamos la mochila. Al chico le tocó la lotería porque hizo la venta más
rápida de su vida. Todas queríamos un paraguas rojo, porque somos mujeres de
agua, pero no tenía nada más que uno, que compró Chiruca y resultó ser fucsia.
Como todavía no le habíamos dado los regalos a Gema,
cruzamos a la cafetería de enfrente, nos acoplamos, esperamos a que las últimas
en llegar se acabasen el platazo de churros y continuamos la tarde, que ya era
noche.
Ahora sí nos pudimos quitar los abrigos y demostrarle a la
homenajeada que todas llevábamos algo rojo en su honor, porque hasta ese
momento sólo Begoña y Marina que llevaban abrigos rojos, lo habían podido
lucir.
¿Por qué el rojo?
Porque Nieves se había encargado de completar el regalo con
una phasmina, pasmosa para las sepias, y cuando nos envió la foto al grupo, a
algunas no les pareció apropiada por el color rojo, que no era tal, porque era rosa
fuerte sin llegar a fucsia, que para eso las mujeres tenemos una amplia gama de
colores que los hombres no comparten. Me viene a la cabeza que esto también fue
motivo de risas durante la merienda.
Con el cachondeo que se originó, a Mercedes se le ocurrió
que todas llevásemos algo rojo al cumpleaños.
Por fin le pudimos dar los regalos, que no eran libros
porque la pobre ya no sabe dónde meterlos y necesita varias vidas para leerlos
todos, hacer unas cuantas fotos, gansear mucho más y hasta aquí puedo contar,
porque me retiré a mis aposentos.
Yo llegué a casa empapada, mis zapatos eran un charco, y no
es que sea tonta, es que había salido de casa en una tarde de primavera fresquita,
pero sin una nube.
De las que se quedaron, sé por las fotos, que se siguieron
riendo, que es muy necesario.
Fue una tarde inolvidable, que quedará en el recuerdo de
todas las sepias y de alguna en especial.
Loreto, necesitaba nuestro cariño.
Elena, nuestros abrazos.
Marina, sentirse que es una más aunque no pueda venir
siempre que le gustaría.
Y Gema...ella sabe de sobra lo especial que es para todas
nosotras.
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