Sigo con mis historias veraniegas.
Vivimos rodeados de gente de todo tipo y a mí me divierte imaginarme sus vidas sin conocerlos de nada.
La playa es, sin duda, un lugar idóneo para cruzarse con personajes variopintos.
Yo busco un bañador que me sea cómodo, que me tape todo lo que los años me han ido regalando y es posible cubrir. Añado un pareo que haga juego y me lo pongo haciendo una falda graciosa que cubra los muslos y que me sirva, a la vuelta, para cubrirme el escote porque soy alérgica al sol y lo voy a tener de frente. Completo el conjunto con un sombrero de paja de ala ancha, y unas gafas de sol graduadas.
Y así, “monísima”, me dispongo a dar un paseo de una hora. Y empiezo a fijarme en el personal.
Me cruzo a la parejita blanca como la leche que no han visto el sol desde el verano pasado y que han ido a algún hotel de la zona a pasar el fin de semana.
A varias embarazadas con bikini, porque ahora ya no se llevan los bañadores con faldita que nos poníamos hace unos años, tan incómodos y que no se secaban nunca. Ahora lucen barriguita, que es más práctico y además los baños de sol son buenísimos para la piel de la futura madre y para el bebé. La mayoría me parecen bastante mayores para ser madres, pero es lo que nos ha dejado el mundo en el que les ha tocado vivir, la maternidad tardía.
Parejas de mediana edad y piel curtida que, si no tienen apartamento en la playa, viajan mucho, y siempre juntos porque se les nota una complicidad de quien comparte cotidianeidad.
Matrimonios con niños pequeños, que se dejan cubrir de barro, hacen moldes para hacer castillos de arena y se bañan en la orilla, jugando con las olas y disfrutando otra vez de la infancia, al menos por un ratito.
Abuelos con nietos. Tienen casa en la zona, y se los llevan con ellos desde que en los colegios dan vacaciones, hasta que los padres las tengan en sus trabajos y se puedan hacer cargo de sus hijos.
Señoras gordas que, sin ningún tipo de complejo, se visten un bikini sobre el que le cae la carne fofa de la tripa.
Otras que gustan de hacer top-les aunque lo que dejan al descubierto es mejor taparlo, al menos para pasear, ya que las leyes de la gravedad no saben de edades.
Pasé junto a una sombrilla que me trasladó al pasado con un señor con gorra de marinero y una señora con bañador negro con faldita de volante, modelitos que estaban de moda cuando yo era niña.
Un grupo de señoras charlaban animadamente a la orilla, con los pies en el agua y seguían en el mismo lugar cuando regresaba de mi paseo una hora después.
Niños que se echaban bolas de barro y jóvenes que jugaban con palas de playa, más pendientes de las chicas que paseaban junto a ellos que de dar a la pelota.
Toda clase de bañadores, de sombreros, de bolsitos impermeables para no dejar abandonadas las llaves y el móvil durante el paseo, pareos, camisetas, gafas de sol, en un improvisado pase de modelos que transcurre a la orilla del mar, mientras la marea va subiendo, y la playa se va despejando porque se acerca la hora de la comida.
Así transcurrió mi paseo y cuando regresé a la sombrilla me dio por pensar que diría la gente de mí, en qué grupo me metería.
Yo los meto a todos en el mismo saco y os lo cuento.