Hace tres años que tu madre dedicó unas preciosas palabras a mi hija, en el día de su boda, que nos hicieron llorar a todos.
Escribir aquí tiene la ventaja de que, si lloramos, no nos ven doscientas personas.
Llegaste a nuestras vidas hace veinticinco años, un caluroso verano en el que todavía no existían los móviles por lo que yo estaba pendiente de recibir la esperada llamada en el inalámbrico de una vecina que tenía cobertura en la piscina.
Hacía pocos meses que habíamos perdido a la bis, y fuiste un soplo de aire fresco en la familia.
Por el trabajo que entonces tenían tus padres, y como yo estaba en casa, decidimos hacernos cargo de ti durante el día, cuando tenías tan sólo tres meses, por lo que formaste parte de nuestra vida día a día, como un miembro más de la familia.
Tus primos, mis hijos, de diez y siete años, te cuidaron y quisieron como a una hermana pequeña.
Con nosotros empezaste a hablar, a caminar, y a abrir todas las puertas que encontrabas a tu paso y que no tuve más remedio que atar con cuerdas porque no hubo manera de hacerte entrar en razón.
Cuando llegó el momento de comenzar el colegio, te inscribieron en el que estaba al lado de mi casa. Yo te recogía y comías con nosotros. Tu comida preferida: arroz blanco con tomate y salchichas de frankfourt, que le decías a tus compañeros que nadie hacía esa comida más rica que tu tía.
El cambio de domicilio de tus padres acabó con esa relación tan especial pero propició que viviésemos muy cerca, con lo que nos seguíamos viendo muy a menudo.
Hemos seguido compartiendo momentos maravillosos y otros muy tristes y ahora has convertido a mis nietas en tus sobrinas, esas que no tendrás porque eres hija única, aunque nunca te ha faltado esa hermana mayor con la que te une una relación muy especial, de la que fuiste dama de honor en su boda, acompañante durante su embarazo y de las primeras personas que le dieron un beso después de ser madre y de ver la carita de Victoria.
Victoria, que aprendió a decir Ari antes que muchas otras palabras y que se ríe contigo nada más verte.
Te escribo esta carta desde Olmosierra, ese lugar en el que tan bien te lo has pasado, verano tras verano. Aquí celebraste tu primer cumpleaños, porque tus padres estaban de viaje.
Te vestí guapísima, y bajamos a la terraza del club. Invitamos a todos los niños pequeños que estaban por allí a un pedacito de tarta helada y soplaste tu vela. Todas las personas que había en ese momento, jugando a las cartas o bebiendo algo fresco, te cantaron el cumpleaños feliz más multitudinario que hayas tenido hasta ahora.
En fin, que son tantos recuerdos que podría llenar un montón de folios.
Así que acabo diciéndote lo mucho que te quiero y deseándote un cumpleaños feliz.
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