martes, 6 de junio de 2017

Nuestro madroño

El pasado fin de semana he ido a visitar nuestro madroño, el árbol que plantamos, con la ayuda de Pablo, en su finca familiar en el valle del Pisueña.

Han pasado nueve años, le está costando trabajo crecer porque ha tenido dos contratiempos importantes, que casi le cuestan la vida, pero ahora está precioso y parece que ha decidido que merece la pena luchar por vivir en un jardín tan maravilloso y cuidado con tanto cariño.
Verano 2008

Durante este tiempo, no sólo el madroño que plantamos con tanta ilusión ha vivido tiempos difíciles.

Los cuatro que compartimos ese momento, hemos visto cambiar nuestras vidas. Hemos perdido seres queridos, hemos visto crecer y madurar a nuestros hijos. En nuestro caso, hemos aumentado la familia con una nuera y un yerno maravillosos y, sobre todo, con el nacimiento de nuestras tres nietas. Nos hemos apoyado cuando lo hemos necesitado, hemos reído juntos y también hemos llorado.

Cada año regresamos, al menos una vez, a compartir un fin de semana magnífico, que siempre supera al anterior.

¡Qué jóvenes!
Nuestros anfitriones ponen todo su empeño en que nos sintamos como en nuestra casa, formando una gran familia y, por supuesto, lo consiguen.

La climatología no siempre acompaña, como estos días pasados, que se ha empeñado en llover todo lo que no había llovido en los últimos dos meses, pero da igual, porque lo importante es estar, otra vez, todos juntos.

Nuestro madroño sigue en pie como muestra de lo importante que puede ser la verdadera amistad.



Un año más, gracias por todo.

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