El pasado fin de semana he ido a visitar nuestro madroño, el
árbol que plantamos, con la ayuda de Pablo, en su finca familiar en el valle
del Pisueña.
Han pasado nueve años, le está costando trabajo crecer
porque ha tenido dos contratiempos importantes, que casi le cuestan la
vida, pero ahora está precioso y parece que ha decidido que merece la pena
luchar por vivir en un jardín tan maravilloso y cuidado con tanto cariño.
Verano 2008 |
Durante este tiempo, no sólo el madroño que plantamos con
tanta ilusión ha vivido tiempos difíciles.
Los cuatro que compartimos ese momento, hemos visto cambiar
nuestras vidas. Hemos perdido seres queridos, hemos visto crecer y madurar a
nuestros hijos. En nuestro caso, hemos aumentado la familia con una nuera y un
yerno maravillosos y, sobre todo, con el nacimiento de nuestras tres nietas. Nos
hemos apoyado cuando lo hemos necesitado, hemos reído juntos y también hemos
llorado.
Cada año regresamos, al menos una vez, a compartir un fin de
semana magnífico, que siempre supera al anterior.
¡Qué jóvenes! |
Nuestros anfitriones ponen todo su empeño en que nos
sintamos como en nuestra casa, formando una gran familia y, por supuesto, lo
consiguen.
La climatología no siempre acompaña, como estos días
pasados, que se ha empeñado en llover todo lo que no había llovido en los
últimos dos meses, pero da igual, porque lo importante es estar, otra vez,
todos juntos.
Nuestro madroño sigue en pie como muestra de lo importante
que puede ser la verdadera amistad.
Un año más, gracias por todo.
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