lunes, 22 de mayo de 2017

Visita al Oceanográfico de Valencia.




No conocía el Oceanográfico de Valencia y os voy a contar mis sensaciones.
Aunque, en un principio, parece muy grande según el plano que te dan en la entrada, su recorrido resulta sencillo, está muy bien señalizado.
Empiezo con el Mediterráneo, para ver los primeros acuarios con medusas. Unos animales de los que huyes cuando te los encuentras en la playa, porque su picadura es dolorosa y molesta, pero que son bellísimos a través de un cristal.
Los peces que aquí contemplo son conocidos, pequeños, de colores.
En los humedales hay aves preciosas, rojas, con anchos picos, y muy acostumbradas a estar rodeadas de humanos, algunos, como siempre, contraviniendo las indicaciones que prohíben tocarlas.
En la zona de aguas templadas y tropicales, además de seguir viendo medusas, paso por el primer túnel acristalado que te da la sensación de estar en el fondo del mar.
Afuera, los leones marinos juegan entre ellos, mordisqueándose la gruesa piel.
Accedo al pabellón en el que están los tiburones que, aunque me lo habían contado, ya que todo el que pasa por aquí sale impresionado, no me lo imaginaba.
Me espera un nuevo túnel acristalado, lleno de tiburones a los que dos buzos están dando de comer. Siguen muchas precauciones por lo que entiendo que, no por estar aquí metidos, dejan de ser peligrosos.
Fuera, preparado para intervenir, hay un tercer buzo, mujer, que cuenta que los tienen sobrealimentados para evitar problemas y para que no se coman al resto de peces. Presencio como intentan morder a todos los peces que pasan cerca, pero son ahuyentados con el largo palo con el que el buzo les acerca la comida. Sus filas de dientes producen escalofrío a pesar de estar al otro lado del cristal.
Un niño llora porque, le explica a su padre, el techo se puede romper.
La verdad es que salgo de allí sobrecogida, impactada.
En uno de los caminos está el póster, a tamaño natural, de una ballena azul. Me es difícil imaginar que ese pedazo de animal, surque los mares.
En el pabellón ártico las morsas y la beluga, simpática, con cara de estarse riendo del público
Aquí hay muchos niños de una escuela infantil, encantados con el animal que parece que entiende sus aplausos y carantoñas.
Me despido de este pabellón, en el que me he tenido que poner la chaqueta, fotografiando al pingüino Juanito. Curiosamente, nunca se me había ocurrido pensar que los pingüinos tienen plumas, como están mojados, no se aprecian. Las tienen expuestas en una vitrina, son pequeñas y grisáceas.
Agradezco la temperatura exterior. Los flamencos, preciosos, en un lago que consigue que su entorno sea uno de los más bellos para hacer fotos.
Es la hora de la exhibición de los delfines y todo el mundo acude para allí. Entro por ver el delfinario, uno de los más grandes de Europa, la exhibición, muy didáctica, pensada para enseñar a los niños la necesidad de proteger el medio ambiente.
Estoy acabando el recorrido, entro en el mariposario, pensando que cada vez es más difícil ver mariposas en el campo. ¿Os habéis dado cuenta? Las que hay no son muy bonitas, la verdad.
Mi visita ha terminado. He tomado un café, bastante caro, me he paseado por las tiendas con idea de comprar unos peluches, pero los desorbitados precios me han quitado la idea y salgo tres horas después del comienzo de mi recorrido, con muchas fotos y la sensación de haber visto algo diferente.
Me ha gustado mucho. Es muy recomendable.






















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