NUESTRAS RISAS
Podría
haber titulado esta historia “30 historias de nuestros 30”, en honor a los 30
años que va a hacer que nos conocimos aquel verano de 1986, tan lejano. Tú eras
una estudiante universitaria, yo una joven madre de familia a la que un
accidente familiar me llevó a pasar un verano en Olmosierra.
Durante
todos estos años, hemos ido tejiendo nuestra amistad, sin tener que deshacer ni
un solo punto, sin un enfado, sin un reproche.
Volviendo
a nuestras historias, hemos vivido tantas cosas, desde las confidencias
convertidas en secretos nunca mencionados, tus embarazos, con tus miedos, los
nacimientos de tus hijas, el día de tu atípica boda, las comuniones y las bodas
de mis hijos, con las que también se podrían contar anécdotas, el
nacimiento de mis nietas, nuestros maravillosos viajes, y los preparativos, en
los que disfrutábamos tanto como en el viaje, los días de playa en Cantabria,
los inolvidables momentos en Saro, las partidas de mus, en esa liguilla siempre
inacabada con nuestras parejas cambiadas, la pocha en lugar de la siesta, las
tertulias de piscina y las de terraza en las que siempre pagábamos los mismos,
las noches de Casino, las comidas y las cenas, las barbacoas en ese “prado” que
tantas veces hemos añorado y que hemos tenido que sustituir por el chalet de
Marta, punto de encuentro para todo. Cuántos cafés, en tu casa, en el club, en
el porche de Saro…
Nuestras
lecturas, las presentaciones de los libros a las que vamos juntas o las que yo
te cuento, porque hay muchas cosas que, aún haciéndolas una sola, hacen que la
otra las disfrute al contarlas.
Y
ese Mundial, todos con la roja, en tu casa, con el gol de Iniesta con el que
Pablo se quedó casi afónico.
También
momentos tristes, de enfermedad, depresiones, suspensos, problemas laborales,
la muerte de nuestros seres queridos, las crisis familiares, que siempre las
hay, y que hemos compartido como lo hacen los buenos hermanos, los buenos amigos.
Hemos
llegado a compartir hasta el “gobierno” de ese pequeño pueblo que es
Olmosierra, y que ya quisieran muchos políticos de ahora hacerlo ni la mitad de
bien de lo que lo hicimos nosotras.
Pero,
a pesar de tantísimas cosas, y muchas que seguro que se me olvidan, yo me quedo
con las risas compartidas.
Esas
risas que nos salen espontáneas, con una mirada, con una palabra tonta, y que
no podemos reprimir, aunque la gente que nos rodea nos mire raro.
¿Recuerdas
en El Sardinero, mientras Juancar y Pablo jugaban al golf, que nos dio por
reírnos y nos miraban como si nos hubiésemos escapado del manicomio?
¿Y
cuando en la Basílica da Estrela, en Lisboa, se te ocurrió que el interior de
la cúpula parecía un preservativo gigante?
Y
no digamos en El Coliseo, mientras comíamos en la terraza, que nos estuvimos
riendo diez minutos, Juancar nos hizo una serie de fotos para inmortalizarlo,
sin que nos enterásemos, y nunca hemos logrado acordarnos de porqué reíamos.
Reímos
fácil cuando estamos juntas, y eso es lo que creo que puede definir nuestra
amistad y ese es el recuerdo que me apetece que figure en este capítulo de tu
libro y que se puede resumir con una frase que leí hace poco, no sé quién es el
autor pero me gustó para tu historia, nuestra historia:
”La sonrisa es mía, pero la
causa eres tú”
Este escrito forma parte del libro «50 historias de 50» que le regalamos a Marisa, cincuenta amigos o familiares en su cincuenta cumpleaños.
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