La ilusión vivida cuando fui abuela por primera vez, con
Victoria, se vio colmada cuando nació Manuela, hija de mi hijo, tan diferente,
pero tan querida.
Al nacer la tercera, con una diferencia de dos años con la
mayor, las comparaciones estaban servidas. Teníamos muy reciente lo de las
otras dos.
Pero en seis meses se ha ganado su espacio.
Es una niña grande, con una cara preciosa, pelo rubio, ojos
claros y una sonrisa que derrite.
Además es tan buena, que se nos olvidaba que estaba, y las otras dos polvorillas acaparaban toda nuestra atención.
Ahora, que empieza a emitir sonidos para hacerse notar, y a
darse cuenta de que se está muy a gusto en brazos, tenemos que dividirnos para
hacerla partícipe de nuestras vidas, más allá de sus necesidades vitales.
Se ríe en cuanto ve a su hermana y la sigue con la mirada,
mueve mucho las manos, le molesta el sol, el viento y el ruido del mar, pero le
encanta rebozarse en la arena y tocar el césped.
Tiene una relación especial con su madre, recíproca. Nota
cuando se va de casa y empieza a llorar desconsoladamente. Ahora ya hemos
aprendido a calmarla pero, hasta hace poco, la dependencia era absoluta.
El tiempo pasa muy rápido, demasiado, por eso procuro
disfrutar al máximo de esta felicidad que ha supuesto para mí ser abuela por
triplicado.
Continuará…
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