Conocí a Carmela Trujillo cuando ganó el Premio Internacional HQÑ 2019 de Harper Collins
Ibérica por su novela Martina. La hice una pequeña entrevista para la Revista Pasar Página y comenzamos a intercambiar comentarios en Facebook.
Después colaboró conmigo en el artículo Charlas de mesa camilla sobre la maternidad y ahora tenemos una comunicación asidua.
La verdad es que no me esperaba que le pidiese a Erika Araya de Kuei Ediciones, que me enviase este libro del que no conocía nada.
Sinopsis:
Sinopsis:
Tras sufrir un
accidente en una carretera comarcal, el alma de Blanca de los Ríos llega a un
lugar de tránsito con un toque terrenal donde, mirando los espejos de sus
aseos, ella puede ver qué es lo que ocurre al otro lado; qué es lo que ocurre
con quienes se quedaron. Mientras, en el lado de los vivos, todas las personas
con quienes se relacionó Blanca, la recuerdan con más o menos tristeza. Solo su
madre la mantendrá viva e intacta en su memoria, gracias al vínculo especial
que siempre existió en ellas. Un vínculo que no entiende de lugares ni espacios
y que hará que ambas noten sus respectivas presencias.
Mi opinión:
No puedo negar que la empecé a leer con recelo, porque el
tema no me apasionaba, pero fue creciendo mi interés por la historia y por lo
que les va ocurriendo a sus protagonistas.
Con una original forma de narrar, nos va contando la
historia de Blanca, muerta, el lugar en el que se encuentra hasta que resuelva
sus cosas pendientes en el mundo de los vivos, como era su vida y sus
relaciones con los demás, tal y cómo lo percibía ella y cómo era tal y como lo
percibían los demás.
La historia de Candela, Cande, su madre, cómo vive la
pérdida de su hija, el duelo.
Los extraños títulos de los capítulos que se repiten: Son
las dos de la madrugada, y llueve. Los que esperan al otro lado. Y la vida
continua, mientras tanto. La vida colateral. Amistades y amores que dan miedo…
Las magníficas reflexiones de la carpeta roja y la carpeta
azul:
Los sueños hay que nombrarlos para que se conviertan en realidad. Hay
que llamarlos por su propio nombre y en voz alta para que pierdan el miedo y
aparezcan en nuestras vidas.
Y un epílogo maravilloso.
Un canto al amor entre madre e hija, contado de la forma más
dura que se puede contar, desde la pérdida y que, sin embargo, nos permite
imaginar que existe algo más allá, que nuestros seres queridos están en algún
lugar y que podemos sentirlos y también un canto a la vida y a la superación.
Os invito a leerlo.
Reseña original publicada en el Blog de la Revista Pasar Página
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