Hay días especiales, que quedan marcados en el calendario de
nuestros recuerdos y hoy es uno de ellos.
«La vuelta al cole», ese momento que tan lejano vemos en
junio, con un verano lleno de planes por delante, y que luego llega mucho más
rápido de lo que hubiésemos deseado. Sí, porque nunca he sido de esas madres
que estaban deseando que sus hijos se reincorporasen al colegio, siempre hemos
disfrutado de los meses de vacaciones escolares y me ha dado pena que volviesen a la rutina, no por necesaria,
agradable.
Volviendo al día de hoy, para todos ha sido duro cambiar el
desayuno relajado en familia, sin despertador previo, por el madrugón y las
prisas; los juegos en la piscina, por los juegos en la nueva clase, para unos,
o la limpieza de la casa y la recogida de equipaje, para otros; el aperitivo,
la comida, la siesta de los dormilones, la partida de canasta con las amigas,
el parque, irse a la cama sin hora…
Pero ha habido una persona para la que el día de hoy ha sido
especialmente diferente: mi nieta Almudena, que acudía por primera vez al cole,
después de haber disfrutado dos años de la guardería en casa de los abuelos,
con paseos por Madrid, juegos en la plaza de Oriente, mimos, siestas, dibujos
en la tele…
¿Cómo le puedes explicar a una niña de dos años y medio que eso
que hacia se le ha acabado de un plumazo y que el cole es muy guay? Porque los
niños son pequeños, pero no tontos y claro, como era de esperar, ha llorado y
todos los que hemos disfrutado de ella, que es muy traviesa pero muy amorosa,
hemos llorado por dentro, sin lágrimas, porque esa etapa se ha terminado y no
volverá.
Hoy, nueve de septiembre, entra en el carrilito de las
obligaciones.
¡Así es la vida!
Ay, pobre. Da tanta pena dejarles en el cole. En unos dias estará encantada.
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