domingo, 5 de abril de 2020

A Marisa, in memoriam




Mi hija dice que estoy en la luna, la verdad es que no tengo claro dónde estoy, pero sí que me he vuelto a encontrar con mi madre, con Antonio, con Juan… A lo lejos me ha parecido ver a muchos vecinos, los que han ido marchándose a lo largo de los años, y familia, lejana… porque yo nunca tuve hermanos.

No sé si estos pensamientos llegarán a alguien, yo creo que sí, igual que los que tuve en mis últimos días, aunque ni yo fuese consciente de ellos, pero que ahora recuerdo con toda claridad.

Mi hija venía a verme casi todos los días, me hablaba, me contaba cosas, yo nunca le contestaba, me había cansado de hablar. Un buen día, dejó de venir y en la residencia se repetía, una y otra vez, una sola palabra: coronavirus. Ya no venía nadie a vernos, nos lavaban mucho más, nos ponían el termómetro, ¡qué pesados!, llamaban a nuestras familias para decir que estábamos bien, y en la televisión hablaban todos los días unos señores muy serios, diciendo cosas rarísimas de un estado de alarma.

No me podía creer lo que estaba pasando. Yo que nací nada más acabar la guerra, que tuve una infancia y una juventud difíciles, una vida complicada y nunca jamás había oído eso del estado de alarma, no me podía ni imaginar lo que era.

Pasados unos días, comencé a entender por qué mi hija no venía, no la dejaban salir de casa y mucho menos acercarse a una residencia de ancianos, porque dicen que somos ciudadanos de alto riesgo, ¿riesgo de qué? ¿de morirnos? Bueno, a mí sinceramente no me importaría. Me he hartado de los tratamientos, de los médicos, de este deterioro que me tiene postrada en una silla de ruedas sin hablar, casi sin sentir, y haciendo sufrir a los míos.

Tres semanas llevábamos ya así cuando oí a las auxiliares que esto se iba a prolongar, al menos hasta finales de abril. Pues no, no y no. Me quedaban solo dos días para cumplir ochenta años y seguro que Marisita me haría algo especial, ella es así, muy detallista, pendiente de todo y de todos. Iba a cumplir años aquí sola, sin fiesta, sin tarta, sin mis hijos, sin mis nietas… ya no tenía edad de celebraciones virtuales y además siempre he sido muy presumida…«murió a los 79 años» y no por el dichoso bicho, faltaría más.

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