Esa tarde tenía consulta con su ginecólogo y su madre insistió para que metiese en el maletero del coche la pequeña maleta, llevaba un mes preparada, que contenía lo necesario para ella y para su bebé.
Su madre no se equivocó, en un primer reconocimiento le
confirmaron que estaba de parto, que se fuese para el hospital. Apenas tres
horas después, tenía a su hija en brazos. No sabía, hasta que se la pusieron sobre
el pecho, que era una niña, todavía no se hacían ecografías si no se intuía
algún peligro. Era perfecta, pequeñísima, pero perfecta.
Después supo que su madre y su marido, que esperaban en la habitación, se habían abrazado llorando y que su padre, al recibir la esperada llamada telefónica, se asomó a la ventana y gritó por el patio — ¡vecinos, soy abuelo! —
Cuarenta años han pasado desde ese día, madre e hija, amigas, confidentes, sonrisas y lágrimas, una vida compartida, juntas, siempre juntas.
¡Felicidades, princesa!
No hay comentarios:
Publicar un comentario