Treinta y tres es un número muy bonito.
Cuando las edades que se van cumpliendo tienen números que me gustan, escribo
(otras veces también aunque no me guste el número).
Hace treinta y tres años
que nació mi hijo Carlos. Ya conocía lo que era la maternidad pero da igual porque es
una experiencia diferente con cada hijo, que llena tu mundo de felicidad por
varios motivos, el primero de ellos, comprobar que esa cosita que has llevado
nueve meses contigo y a la que ya quieres sin haberla visto, está sana.
La experiencia que has
adquirido con el primero, te sirve para no asustarte con cada hipo, con cada
flema, con cada tos, y disfrutar más de una infancia que acaba rápido.
Se me ha pasado volando el
tiempo, ese en el que hemos compartido muchas cosas, buenas y no tan buenas.
El viernes pasado nos
hicimos una foto los tres, su hermana, él y yo y recordé este poema:
«No sé si te lo he dicho:
mi madre es pequeña
y tiene que ponerse de puntillas
para besarme.
Hace años yo me empinaba, supongo,
para robarle un beso.
Nos hemos pasado la vida
estirándonos y agachándonos
para buscar la medida exacta
donde poder querernos».
Lo importante es
encontrar esa medida exacta, nosotros la llevamos encontrando más de doce mil
días y ahora, se nos mete por medio una pequeña llamada Manuela, su hija, mi
nieta, muy mimosa y muy cariñosa, que nos he hecho modificar nuevamente las
medidas.
¿Qué más puedo decir?
¡FELICIDADES!
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