Me gusta Valencia y la he visitado en varias
ocasiones pero nunca, hasta este fin de semana, en
Fallas.
He cumplido casi todos los clichés que se esperan
de un turista: visitar un buen número de fallas, escuchar la mascletà, ver el desfile de las Ofrenda
a la Virgen, y los fuegos artificiales desde Alameda, comer buñuelos y vestir
el pañuelo fallero al cuello, de cuadros azules y blancos.
Dicho esto, he disfrutado dos días intensos, en
los que he recorrido todo lo que he podido caminando, incluido el paseo desde
mi hotel, en la Ciudad de las Artes, al centro, un paseo que de mañana
resultaba muy agradable, pero de vuelta, con el cansancio acumulado, daba la
sensación de estar mucho más lejos.
Los monumentos falleros me han impactado, tanto
los grandes, los de la Sección Especial y las fallas de 1A, como los más
pequeños que te vas encontrando en cualquier esquina. He disfrutado con las
fallas infantiles, con esas caras tan simpáticas de los pequeños ninots. Son verdaderas obras de arte
efímero. Hay que tener muy presente el sentimiento fallero para entender lo que
pasa por sus cabezas cuando ven su trabajo de un año destruirse pasto de las
llamas para volver a empezar de cero.
Me he llenado del colorido, el de las fallas y el
de los trajes de valenciana y valenciano. Los de ellas tan ricos, con sedas,
encajes y brocados, los de ellos evocando un pasado que solo conocemos a través
de la Historia.
Me ha emocionado la devoción de los falleros, no
solo hacia la Mare de Deu dels Desamparats, si no a su Fiesta, esa para la
que viven con una intensidad digna de elogio.
Tengo que destacar la simpatía de los valencianos:
contestando a todas las preguntas que yo hacía en cuanto tenía oportunidad,
para resolver mis dudas, para sacarme de mi ignorancia, para contarme cosas
interesantísimas, sin necesidad de buscarlas en internet.
He sonreído con los niños que, desde bien pequeños
aguantan estoicamente un día duro, el de la ofrenda, en el que están muchísimas
horas fuera de sus casas, vestidos con ropa incómoda, desfilando junto a sus
padres y sus abuelos, empapándose de la tradición. Una madre joven rompió a
llorar al acercarse a la Plaza de la Virgen y su niña le preguntó porqué
lloraba, —todavía no entiende que se puede llorar de emoción—. Madres con bebés
en brazos o en sillitas de paseo que sustituyen su habitual colchoneta por las
mantas falleras.
Las calles se llenan de música y bailes que
contagian a todos los que estábamos cerca. La buena iluminación de calles y
monumentos ayuda a que al paseante le dé igual contemplar la falla de día o de
noche.
El calor que hizo el domingo, he oído en un canal
de televisión que el termómetro marcó temperaturas históricas, no ayudó en las
visitas a los lugares con más aglomeración de gente, por lo que la mascletà no pude escucharla en el
interior de la plaza y me tuve que conformar con estar cerca.
El ruido está muy presenta en cada esquina, los
niños llevan colgadas cajas de madera con petardos (esto no me ha gustado) que
manipulan con soltura y sin ningún adulto cerca (lo he podido comprobar varias
veces). Me han dado un par de sustos importantes porque cuando empiezan a
gritar ¡cuidado!, ¡cuidado!, ya es demasiado tarde y te explota a menos de un
metro. Este es el único punto negativo que le puedo poner a estas fiestas.
Para rematar un precioso viaje, he podido abrazar
después de nueve años de amistad a través de la red, a Elena, esa persona a la
que conocí un día de marzo, como vecina de la famosa granja virtual de
FarmVille, y con la que fragüé una amistad virtual que ha ido creciendo con el
tiempo. Un emotivo encuentro que nos ha sabido a poco.
Valencia se trasforma de tal manera en Fallas que
te hace olvidar que es una ciudad bañada por el Mediterráneo, pero yo que vivo
lejos del mar no me puedo ir sin verlo, por lo que me he acercado a la playa de
la Malvarrosa. También he hecho una rápida visita al Parque Natural de la
Albufera, buscando un rato de tranquilidad después de tanto ruido.
Me he enamorado de las Fallas, convirtiéndome en
una fiel seguidora, aunque sea por televisión o por fotografías. Anoche,
mientras escribía esta entrada estuve viendo la entrada de la Fallera Mayor, en
la plaza de la Virgen, para hacer su ofrenda, y me emocionó.
Ha sido una experiencia inolvidable que, sin duda,
repetiré.
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