lunes, 3 de febrero de 2020

1917: la película.



En lo más crudo de la Primera Guerra Mundial, dos jóvenes soldados británicos, Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) reciben una misión aparentemente imposible. En una carrera contrarreloj, deberán atravesar el territorio enemigo para entregar un mensaje que evitará un mortífero ataque contra cientos de soldados, entre ellos el propio hermano de Blake.

Empiezo por comentar el aspecto técnico, el tan hablado efecto de un único plano-secuencia, que sumerge al espectador en la pantalla. Yo desde luego me he sumergido en cada una de las escenas, he pisado cadáveres, chapoteado en barro y me han pasado rozando las balas.

En cuanto a la historia, es muy buena, recrea los sentimientos con un realismo que impresiona. El miedo, sobre todo, el miedo, pero también la determinación de cumplir una misión.

El guión huye de las grandes batallas a las que estamos acostumbrados cuando leemos «película bélica», y se fija en las trincheras, en el descanso de los soldados, en los muertos abandonados en el campo arrasado, en la destrucción, todo ello con una enorme dosis de sensibilidad.

Con una magnífica fotografía y una música que acompaña los grandes momentos, durante dos agobiantes y frenéticas horas, vivimos inmersos en la película «desde dentro».

Y, como no podía ser de otra manera, una gran interpretación para no dejar nada a lo que poner un pero.

Muy, muy buena.

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