viernes, 27 de noviembre de 2020

Día del Maestro 2020

 

Hoy es el Día del Maestro y vienen a mi cabeza recuerdos de mi infancia.

Yo fui a un cole que estaba casi en la misma calle en la que vivía, en la continuación, en un piso, con dos aulas y tres balcones. Era el colegio de la señorita Emilia, y en el piso vivía, en la parte interior, su hermana Antonia, soltera, que mantenía la limpieza y el orden. 

En el aula grande estaban las niñas mayores, solo niñas, en pupitres con bancos corridos, una enorme pizarra al fondo y una puerta corredera a la espalda, que daba paso al otro aula, más pequeña, en la que en bancos y mesas más bajitos, estábamos las niñas y niños de menor edad.

Sí, no me he equivocado, en mi clase había niños, compartíamos aula hasta que hacíamos la primera comunión: para ellos, ese era su último curso en el colegio de la señorita Emilia, para nosotras, suponía el paso al aula grande, en la que podíamos continuar hasta finalizar el Bachillerato.

Pero la maestra que ha venido a mi memoria es la señorita Pepita, bajita, regordeta, con cara de buena, y a la que queríamos con locura todos sus alumnos.

Su mesa estaba colocada delante del único balcón y la clase era bastante oscura, pero lo pasábamos muy bien, aprendíamos, jugábamos y hacíamos manualidades. Eran unos maestros muy diferentes a los de ahora. En pocos metros cuadrados, tenían alumnos de cuatro o cinco cursos diferentes y, sin embargo, cada uno nos sentíamos como si toda su atención recayese en nosotros.


No había peor disgusto que la señorita Pepita estuviese enferma o se ausentase por algún asunto personal y la sustituyese la señorita Emilia, que abría la puerta corredera, dejaba a una alumna de las mayores vigilando su clase y se sentaba en el lugar de nuestra maestra. Ese día volvíamos a casa muy tristes.

Hasta tal punto se me quedó grabada esta maestra que, muchísimos años después me compré unos zapatos color avellana con una flor en el empeine, y me vino a la memoria inmediatamente los que ella llevaba cuando iba un poco más arreglada, porque normalmente utilizaba un zapato prácticamente plano y, a nuestro modo de ver, feo.

Cuando mi hija tenía cinco o seis años, nos la encontramos. La señorita Pepita llevaba ya varios años jubilada y dedicaba su tiempo a ayudar a unas monjas de un hospital cercano. Le expliqué a mi hija que era ella la que me había enseñado a leer y lo que más le sorprendió es que yo hubiese necesitado aprender. ¡Cosas de niños!

Sirva este recuerdo para homenajear a todos los maestros en su día.

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