1926 |
Estaba hoy en el mercado, comprando bacalao, y una señora
estaba contando su experiencia en la visita (besapiés) al Cristo de Medinaceli, el primer viernes de marzo, que este año ha sido el pasado día 2.
La devoción que suscita esta imagen, a la que se le piden
tres deseos y concede uno, es bastante antigua, pero lo que me ha llamado la
atención es el negocio que hay detrás.
Me cuenta mi interlocutora, que lleva muchos años haciendo
la larga cola para besar la imagen, junto con un grupo de amigas y familiares,
que ocupaba los primeros puestos de la fila, ya que puso su silla el doce de
febrero y, desde ese momento, hacen, turnos durante unas horas al día, para
mantener el lugar sin problemas.
Las sillas se atan a las verjas de las ventanas del lateral
de la iglesia, en la calle de Jesús, en el barrio de Las Cortes. De ellas
cuelgan unos carteles de cartón con el nombre del propietario de la silla y
cuántas personas le van a acompañar, hasta cuarenta. Todos dicen lo mismo, esto
se respeta. Es una cuestión de confianza, devoción y fe.
Para darnos cuenta de la magnitud de lo que estoy contando,
hay que saber que la fila llega a ocupar cinco kilómetros de recorrido.
Desde el jueves, ya nadie se mueve de allí, pasan toda la
noche, establecen turnos para comer o para ir al baño, pero de no más de una
hora.
Este año ha sido particularmente duro, porque ha llovido
mucho. Hicieron unos toldos con plásticos y palos, para no estar continuamente
sujetando paraguas, pero los vecinos se quejaron del mal aspecto que daban y la
policía municipal ordenó quitarlos.
La iglesia, regentada por capuchinos, no quiere saber nada
porque no les parece bien, pero tampoco se queda atrás de la polémica, porque
los fieles se sienten más atendidos por el bar-restaurante Los Gatos, que por
los frailes de los que dicen los feligreses «ni están, ni se los espera»
Los primeros números, cada año son los mismos, cogen sitio
para decenas de personas de forma que, cuando se abren las puertas a las doce
en punto de la noche, la acera de la fachada de la iglesia, que se respeta sin
cola, se llena con unas cuatrocientas personas que nadie sabe de dónde han
salido. ¿Cómo se permite esto por los que han estado durante días guardando
sitio? Porque cuando han intentado demostrar que había venta de números se han
encontrado con un muro, sin pruebas y con peleas que han necesitado de la
intervención policial.
Por otro lado están los autocares que vienen llenos de gente
que ha comprado el acceso y tienen día y hora para el besapiés. Éstos acceden
por la misma puerta que los miembros de la archicofradía, al lado opuesto.
¿Quién vende estas entradas? Es un misterio.
Por último están los que buscan a personas necesitadas y les
ofrecen dinero para estar en la cola hasta el momento en el que ellos lleguen y
los sustituyan, treinta euros diarios, durante veinte días. Al que hace el
turno de noche, le pagan cincuenta. Guardan sitio para una familia compuesta
por treinta personas. (Legal, pero ¿ético?)
Este año, con la lluvia, el mercadeo de puestos se ha
revalorizado y se rumorea que se han pagado varios miles de euros, pero la
media está en cien euros por persona.
Sinceramente, no sé qué pensar. ¿Se puede comprar la
devoción?
Me dejas de piedra. Mercaderes de lo humano y lo divino. Nada que ver con la fe.
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