jueves, 11 de octubre de 2018

Turégano y sus alrededores



La pasada primavera hicimos una visita que teníamos pendiente a Turégano, un bello pueblo segoviano en el que te transportas a otro tiempo. Situado en un amplio valle, esta villa te hace retroceder a la Edad Media, visitando su bellísima plaza castellana y, sobre todo, su castillo.
Nos esperaba un día soleado de primavera, por lo que el ascenso hasta la parte más alta del castillo, resultó muy agradable Las vistas que se contemplan desde arriba son impresionantes.
En la Posada El Zaguán, en la que teníamos habitación reservada, nos recibieron como si fuésemos de la familia, nos lo enseñaron todo y, en la biblioteca, me sentí «La chica de las fotos». Busqué «Brianda, el origen del medallón» porque es un libro que debería estar en este rinconcito tan diferente a lo que encontramos en los hospedajes, pero no lo encontré.
Por la tarde, y después de una opípara comida preparada por nuestros anfitriones, nos fuimos a Las Hoces del Duratón. Este lugar, del que tanto había oído hablar pero que no conocía, me sorprendió por una belleza increíble. Agua, piedras y árboles en este profundo cañón creado por la naturaleza. Al fondo, la ermita románica de San Frutos. Cuando vas paseando contemplando un paisaje tan precioso y con una entretenida conversación entre amigos, las horas se pasan volando. Los reflejos del sol en el río, los buitres volando tan bajo, algún águila, todo sugería tranquilidad, y te aislaba de la gente que, a esas horas, llenaban toda la zona.
El empinado camino de vuelta, cuesta arriba, invitaba a tomar algo fresco en la cercana villa de Sepúlveda, con su plaza y sus callejuelas milenarias, no sin razón considerado de los pueblos más bonitos de España.
Enclavado en un alto, al abandonar el pueblo no pudimos evitar parar el coche para contemplar una bellísima puesta de sol.
El día acabó con una agradable cena, con comida típica castellana y unas fotos nocturnas.
La sorpresa, al levantarnos, fue el cambio meteorológico. Un manto de nieve cubría los lugares recorridos el día anterior con un sol espléndido. Las mismas fotos parecían hechas en estaciones diferentes. El pueblo nos hacía pensar en la Navidad, ya tan lejana.
El sol consiguió ganar la batalla y nos regaló una preciosa excursión al Molino Grande del Duratón y a la presa en el embalse de Burgomillodo.
Todavía nos quedaba una última sorpresa.
En el Museo del Trillo de Cantalejo, no sólo nos íbamos a despedir de nuestros anfitriones en una coqueta Feria del Libro en la que me agradó ver Entre puntos suspensivos, os cuento: tienen un libro grande, en el que cada vecino escribe unas líneas después de haberse leído lo escrito por los anteriores. El comienzo de la historia lo escribió Mayte Esteban, vecina del pueblo, y yo continué unas páginas después.
«El pobre sonrió. Entró en un agradable salón con la chimenea encendida —este enano está loco, si estamos en primavera— De repente el cielo se oscureció y comenzó a nevar como nunca antes hubiese visto en el mes de mayo»
Me gustará saber cómo continua. Seguro que alguien me lo podrá contar...
Gracias a Mayte y a Alberto, que hicieron lo imposible porque las horas que pasamos en este lugar se convirtiesen en algo inolvidable.
Mayo 2018

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