La pasada
primavera hicimos una visita que teníamos pendiente a Turégano, un bello pueblo
segoviano en el que te transportas a otro tiempo. Situado en un amplio
valle, esta villa te hace retroceder a la Edad Media, visitando su bellísima
plaza castellana y, sobre todo, su castillo.
Nos esperaba un
día soleado de primavera, por lo que el ascenso hasta la parte más alta del
castillo, resultó muy agradable Las vistas que se contemplan desde arriba son
impresionantes.
En la Posada El
Zaguán, en la que teníamos habitación reservada, nos recibieron como si fuésemos
de la familia, nos lo enseñaron todo y, en la biblioteca, me sentí «La chica de
las fotos». Busqué «Brianda, el origen del medallón» porque es un libro que
debería estar en este rinconcito tan diferente a lo que encontramos en los
hospedajes, pero no lo encontré.
Por la tarde, y
después de una opípara comida preparada por nuestros anfitriones, nos fuimos a
Las Hoces del Duratón. Este lugar, del que tanto había oído hablar pero que no
conocía, me sorprendió por una belleza increíble. Agua, piedras y árboles en
este profundo cañón creado por la naturaleza. Al fondo, la ermita románica de
San Frutos. Cuando vas paseando contemplando un paisaje tan precioso y con una entretenida
conversación entre amigos, las horas se pasan volando. Los reflejos del sol en
el río, los buitres volando tan bajo, algún águila, todo sugería tranquilidad,
y te aislaba de la gente que, a esas horas, llenaban toda la zona.
El empinado
camino de vuelta, cuesta arriba, invitaba a tomar algo fresco en la cercana
villa de Sepúlveda, con su plaza y sus callejuelas milenarias, no sin razón considerado de
los pueblos más bonitos de España.
Enclavado en un
alto, al abandonar el pueblo no pudimos evitar parar el coche para contemplar
una bellísima puesta de sol.
El día acabó con
una agradable cena, con comida típica castellana y unas fotos nocturnas.
La sorpresa, al
levantarnos, fue el cambio meteorológico. Un manto de nieve cubría los lugares
recorridos el día anterior con un sol espléndido. Las mismas fotos parecían
hechas en estaciones diferentes. El pueblo nos hacía pensar en la Navidad, ya
tan lejana.
El sol consiguió
ganar la batalla y nos regaló una preciosa excursión al Molino Grande del Duratón
y a la presa en el embalse de Burgomillodo.
Todavía nos
quedaba una última sorpresa.
En el Museo del
Trillo de Cantalejo, no sólo nos íbamos a despedir de nuestros anfitriones en
una coqueta Feria del Libro en la que me agradó ver Entre puntos suspensivos,
os cuento: tienen un libro grande, en el que cada vecino escribe unas líneas
después de haberse leído lo escrito por los anteriores. El comienzo de la
historia lo escribió Mayte Esteban, vecina del pueblo, y yo continué unas páginas
después.
«El pobre
sonrió. Entró en un agradable salón con la chimenea encendida —este enano está
loco, si estamos en primavera— De repente el cielo se oscureció y comenzó a
nevar como nunca antes hubiese visto en el mes de mayo»
Me gustará saber
cómo continua. Seguro que alguien me lo podrá contar...
Gracias a Mayte
y a Alberto, que hicieron lo imposible porque las horas que pasamos en este
lugar se convirtiesen en algo inolvidable.
Mayo
2018
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