viernes, 8 de noviembre de 2019

Erase una vez...

Erase una vez… hace sesenta años.

Estaba esperando ilusionada, pero con miedo, el día en el que por fin pudiese tener a sus hijos gemelos en brazos.

Sabía que eran dos casi desde el comienzo del embarazo, porque su médico de cabecera, un hombre joven, le pidió permiso para ponerle en la tripa la famosa trompetilla y le dijo que escuchaba dos latidos.
El titular de tocología que la reconoció unos días después, tachó de «listo» a su colega, recién salido de la facultad de Medicina. Pero, cuando a los seis meses le hicieron una radiografía, confirmaron que había dos fetos.

Su cuerpo había dejado de ser el de una joven con un tipazo que llamaba la atención. Llevaba encima más de veinte kilos, las piernas inflamadas y problemas de movilidad. Hacía dos meses que lo tenía todo preparado, porque los partos gemelares se solían adelantar, pero este se estaba retrasando.

Por fin, el viernes seis de noviembre se sintió mal y se dirigieron al Sanatorio Nuestra Señora de Fátima, no demasiado alejado de su domicilio.

Nadie podía prever las horas que vinieron después, muchas, demasiadas. Hoy día habría sido inconcebible un parto de cuarenta y ocho horas, pero eran otros tiempos. No tenían ni idea de la mala colocación de una de las niñas, que no podía encajarse en el canal del parto ni dejaba encajarse a su hermana. Bueno, tampoco sabían que eran niñas.
El domingo por la tarde, cuando ya probablemente corrían peligro las tres vidas que había en juego, los médicos decidieron practicarle una cesárea vaginal, un destrozo en toda regla que no se contempla en la medicina moderna.
Lo último que vio antes de que la anestesia la dejase dormida fue la imagen de la Virgen de Fátima y una promesa: si nacía una niña, se llamaría Fátima.

El domingo 8 de noviembre, a las siete de la tarde, nació Fátima y a las siete y diez, Almudena.
Fátima no desplegó los pulmones, no respiraba bien y se la llevaron a una incubadora en estado crítico.
Durante veintiún días, Almudena dormía plácidamente en su cuna mientras Fátima luchaba por vivir. La joven madre, amamantaba a una en casa y a otra en el hospital, cada día, dejándose su salud en ello.

Una mañana, cuando estaba alimentando a Fátima, el pediatra le dijo que, cuando regresase por la tarde, se llevase ropita para la niña, que ya había firmado el alta hospitalaria. No tuvo que volver, se quitó su gruesa chaqueta de lana, la envolvió en ella y se la llevó a casa en un taxi.

En casa la esperaba su hermana. Desde ese día compartieron cuna, luego cama, después literas, colegio, instituto…

Sesenta años compartiendo la vida.
8-11-1959/8-11-2019



4 comentarios:

  1. Buff vaya historia!! Grande tu madre..y felicidades a las dos...bueno a las tres💞

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  2. Debio ser una gran mujer a juzgar por la familia que creó. No sabes los orgullosa que estoy que protagonice mi poartada, porque más allá de la estética, ella representa a esa mujer fuerte que fue y luchadora hasta el infinito. Un beso a las dos.

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  3. Qué bonito Almudena. Afortunadamente la medicina de obstetricia ha avanzado mucho. 1000 besos.

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