Erase una vez… hace sesenta años.
Estaba esperando ilusionada, pero con miedo, el día en el
que por fin pudiese tener a sus hijos gemelos en brazos.
Sabía que eran dos casi desde el comienzo del embarazo,
porque su médico de cabecera, un hombre joven, le pidió permiso para
ponerle en la tripa la famosa trompetilla y le dijo que escuchaba dos latidos.
El titular de tocología que la reconoció unos días después,
tachó de «listo» a su colega, recién salido de la facultad de Medicina. Pero,
cuando a los seis meses le hicieron una radiografía, confirmaron que había dos
fetos.
Su cuerpo había dejado de ser el de una joven con un tipazo
que llamaba la atención. Llevaba encima más de veinte kilos, las piernas
inflamadas y problemas de movilidad. Hacía dos meses que lo tenía todo
preparado, porque los partos gemelares se solían adelantar, pero este se estaba
retrasando.
Por fin, el viernes seis de noviembre se sintió mal y se
dirigieron al Sanatorio Nuestra Señora de Fátima, no demasiado alejado de su
domicilio.
Nadie podía prever las horas que vinieron después, muchas,
demasiadas. Hoy día habría sido inconcebible un parto de cuarenta y ocho horas,
pero eran otros tiempos. No tenían ni idea de la mala colocación de una de las
niñas, que no podía encajarse en el canal del parto ni dejaba encajarse a su hermana. Bueno, tampoco sabían que eran niñas.
El domingo por la tarde, cuando ya probablemente corrían
peligro las tres vidas que había en juego, los médicos decidieron practicarle
una cesárea vaginal, un destrozo en toda regla que no se contempla en la
medicina moderna.
Lo último que vio antes de que la anestesia la dejase
dormida fue la imagen de la Virgen de Fátima y una promesa: si nacía una niña,
se llamaría Fátima.
El domingo 8 de noviembre, a las siete de la tarde, nació
Fátima y a las siete y diez, Almudena.
Fátima no desplegó los pulmones, no respiraba bien y se la
llevaron a una incubadora en estado crítico.
Durante veintiún días, Almudena dormía plácidamente en su
cuna mientras Fátima luchaba por vivir. La joven madre, amamantaba a una en
casa y a otra en el hospital, cada día, dejándose su salud en ello.
Una mañana, cuando estaba alimentando a Fátima, el pediatra
le dijo que, cuando regresase por la tarde, se llevase ropita para la niña, que
ya había firmado el alta hospitalaria. No tuvo que volver, se quitó su gruesa
chaqueta de lana, la envolvió en ella y se la llevó a casa en un taxi.
En casa la esperaba su hermana. Desde ese día compartieron
cuna, luego cama, después literas, colegio, instituto…
Sesenta años compartiendo la vida.
8-11-1959/8-11-2019
Buff vaya historia!! Grande tu madre..y felicidades a las dos...bueno a las tres💞
ResponderEliminarMe encanta, precioso relato IIII. FELICIDADES
EliminarDebio ser una gran mujer a juzgar por la familia que creó. No sabes los orgullosa que estoy que protagonice mi poartada, porque más allá de la estética, ella representa a esa mujer fuerte que fue y luchadora hasta el infinito. Un beso a las dos.
ResponderEliminarQué bonito Almudena. Afortunadamente la medicina de obstetricia ha avanzado mucho. 1000 besos.
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