He necesitado varios días para tener la cabeza fría y
escribir todo lo que ocurrió el fin de semana de mi cumpleaños, que coincide
con el de mi santo. Voy a intentar contarlo, aunque lo que sentí no se puede
explicar con palabras.
Solo habían transcurrido diez segundos del día ocho cuando
mi hija, con un wasap era la primera en felicitarme. Un poco después, mi marido
me dio un beso y una hoja enrollada que contenía un vale-regalo, un viaje.
Poco después de las ocho y media, el portero automático nos
despertaba y un mensajero me traía un desayuno en una bandeja de mimbre con
globos y la felicitación de Charo y Paco, esos amigos de siempre que están
cuando hacen falta.
El resto del día se sucedió contestando mensajes, atendiendo
al teléfono y agradeciendo las muchísimas felicitaciones que recibí en
Facebook. Los viernes son complicados para reunirse y, al ser festivo en Madrid
el día de la Almudena, la celebración con los míos se había pasado al sábado.
Aún así, Juancar y yo comimos fuera, y por la tarde mi hija, mi yerno y dos de
mis nietas vinieron a merendar.
El sábado amaneció un día frío. La comida estaba prevista
para las dos y mi hija tenía mucho interés en que mi hermana y yo llegásemos
juntas al restaurante. Para quien no nos conozca, tengo una hermana gemela y
celebramos nuestro cumpleaños juntas siempre que podemos, pero este año, que
hemos cumplido sesenta, con mayor motivo.
En ese momento pensé que querían recibirnos con unas flores
o alguna sorpresilla similar. De camino, nos avisaron que la reserva estaba
equivocada, que no nos darían nuestra mesa hasta una hora más tarde y que nos
esperaban en una cafetería cercana.
Qué verdad es que no hay más ciego que el que no quiere ver.
Nada nos extrañó, ni que los que suelen llegar los últimos ya estuviesen allí
ni que la cafetería estuviese cerrada y se hubiesen metido con las niñas en un
parque de bolas ni que nos estuviesen esperando en la puerta… Y entramos.
El sueño se hizo realidad. Una sala llena de personas
importantes en nuestra vida gritando ¡SORPRESA!
Besos, abrazos, alguna lágrima de alegría, sentimientos a
flor de piel. Mi familia, los amigos que son familia, mis compañeras en la
revista, que son amigas, los que no pudieron venir pero estuvieron presentes
con un tarjetón y una maleta roja, que sirvió para guardar muchísimos regalos,
no simples regalos, regalos llenos de cariño, detalles para recordar.
Un bufet de comida en el que no faltaba un detalle, una
cuidadísima decoración, toda clase de bebida, un «fotocol» para reírnos y dejar
impresos en una polaroid los momentos más divertidos y una tarta en forma de
sesenta para apagar las velas al son de un entonado Cumpleaños feliz.
Más de tres horas en las que solo cabían las palabras amor,
amistad y gracias.
Y hablando de gracias, quiero dárselas especialmente a mis hijos y a mi sobrina, que idearon la fiesta.
Gracias a todos los que han puesto su granito de arena en la
organización, Carlos, Víctor, Mónica, Mario, Andrés y, por supuesto, Juancar.
A todos los que vinisteis a acompañarnos en un día tan
especial, gracias: mi tía, que vino desde Alicante, Marina, que coordinó un
regalo de personas repartidas por toda la geografía española y que me hizo
llegar, junto con Carmen, todo su cariño y todos los que vinisteis porque mi hermana
es importante en vuestras vidas.
Gracias a todos por conseguir que mi sesenta cumpleaños se
convirtiese en una celebración inolvidable.
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