«El cine, hijo, el cine es la más grande y bella mentira.
Todos aceptamos que nos engañen con una historia bien contada. Que nos lleven a
lugares inexistentes, que nos hagan soñar con besos irreales..., depositamos fe en las palabras de un vaquero, un detective o una mujer fatal que desaparece de nuestras vidas en cuanto regresa la luz en la sala. Es sin duda la mentira más aceptada, ¿no crees?»
Sinopsis:
Barcelona, 1945. Nil
Roig es un chiquillo que se pasa el día en bicicleta transportando de un cine a
otro viejas bobinas de películas. El día de su decimotercer cumpleaños es
testigo de un crimen cometido en el portal de su casa. Mientras el asesino huye
después de haberlo amenazado de muerte en caso de no mantener la boca cerrada,
el moribundo le entrega el misterioso cromo de un actor de cine de la época; un
objeto perseguido y anhelado por un excomandante de la Gestapo y un policía sin
escrúpulos. El hecho de que el moribundo le dé el cromo a Nil pronunciando el
nombre de David, el padre desaparecido del muchacho, arrastrará a este a resolver
un secreto del pasado por el que pagará un alto precio.
En una Barcelona de
claroscuros, El chico de las bobinas nos habla de la incomparable fortaleza de
esas mujeres, víctimas de la guerra, que enseñaron al mundo cómo sobrevivir, y
de esas salas de cine de barrio que permitieron soñar en los años de plomo y se
convirtieron en refugio de infancias maltrechas. Un thriller nostálgico cargado
de emotividad y misterio que nos muestra la fragilidad y la ambigüedad de la
naturaleza humana.
Mi opinión:
Dividida en cuatro partes, 1945, 1947, 1949 y 2021, las tres
primeras narradas en tercera persona y la última, en primera persona.
Empiezo por el final comentando que la última parte me
parece un poco fuera de lugar, es como un gran epílogo pero introduce unos
personajes nuevos que no aportan nada a la narración.
Las otras tres partes, con una narración impecable, nos
cuentan unos hechos durísimos ocurridos en la larguísima posguerra española en
Barcelona.
Hay tres protagonistas indiscutibles, Nil, su madre Soledad
y el policía Víctor Valiente, pero es una novela llena de magníficos
secundarios que aportan muchísimo a la historia. El bueno de Bernardo, es mi
preferido.
En cuanto al argumento, la inocencia de Nil, despertando a
la adolescencia en un mundo tan complicado, aunque esté rodeado de maravillosas
personas que le ayudan, encoge el corazón. Su madre, Soledad, arrastrando la tristeza
de todo lo que lleva vivido y de todo lo que han hecho con ella, tanto física
como psiquicamente los años de guerra y de posguerra, convirtiendo su vida en
una amargura permanente y un miedo que, en algunas ocasiones, se convierte en
terror. Solo hacia su hijo es capaz de volcar su ternura, pero no es suficiente
para que pueda ni siquiera imaginar la felicidad.
Víctor Valiente quizá sea el que mejor ha sabido plasmar el
autor, su maldad, su afán de venganza, sus pesadillas, sus peores pensamientos,
se quedan con el lector durante mucho tiempo. Es increíble que cuando recuerde
esta novela probablemente mi primer pensamiento sea para este hombre, hacia el
que no tengo suficientes adjetivos negativos para describirle. Junto a él, su
esbirro y todo lo que ocurre entre las paredes de la comisaría de la Brigada Político
Social, resulta espeluznante. No por conocido deja de ser horrible.
También muy bien descrito el barrio de Poble Sec, con su
pobreza y su miseria, pero en el que unos vecinos con un pasado común y un
futuro incierto, se ayudaban en lo que podían para intentar salir adelante.
De fondo, una investigación cuyos brazos se extienden hacia
los nazis residentes en España, arropados por el recién estrenado régimen
franquista, los maquis, ese cine en blanco y negro que tanto nos gusta a los
amantes del cine y las mujeres de los perdedores, esas que lo han perdido todo
y que pasan a ser «propiedad» de los vencedores.
Es una buena novela, aunque el ritmo de la primera parte es
lento, demasiado lento, y casi me hace abandonarla, pero decidí continuar y me
ha gustado. Una lectura que deja posos para ser recordada.
«Vivía en un mundo de hombres deprimidos, autoritarios y ausentes.
Un mundo en el que solo las mujeres eran capaces de gestionar la miseria que
ellos habían provocado. Ser soltera, viuda o una mujer abandonada en el nombre
de una bandera perdedora, te convertía en objeto de escarnios, abusos y
chascarrillos»
No hay comentarios:
Publicar un comentario