Hoy, por fin, he entrevistado a este «amigo
escribidor» como le llamo cariñosamente.
Nos conocimos a través de Facebook pero enseguida
comenzamos a tener un trato diario, una relación de amistad en las redes, que
traspasó lo virtual para convertirse en algo personal, alejados del público,
como a él le gusta decir, «a dis creción y con alevosía»
AG — Buenas tardes, Víctor. Ha llegado el momento de
que me cuentes cosas sabiendo que las voy a publicar.
VF — Buenas tardes y bienhallada. Pues aquí estamos,
para lo que gustes mandar. Aunque ya sabes, eso de preguntar a un periodista,
ja, ja, ja…
AG — Naciste en Sant Denís, hijo de la emigración. ¿A qué
edad te viniste a España? ¿A Valverde de la Vera?
VF — En efecto, nací en Saint-Denis, una población del
noreste de París. E hijo de la emigración. Poco trabajo en España y el efecto
llamada, pues mis padres tenían familia y conocidos en Francia. A España volví
con seis años, y directamente a Madrid, aunque a Valverde regresaba todos los
veranos, tanto estando en Francia como ya establecidos aquí. Después he estado
treinta años sin volver a París. La primera vez que lo hice fue por trabajo, y
las siguientes ya por iniciativa propia. Eso sí, no he vuelto a pisar
Saint-Denis, así que es una deuda pendiente que espero cobrarme con el tiempo.
AG — En la actualidad vives en una ciudad cercana a la
capital. ¿Te ves viviendo siempre aquí o volviendo a tus orígenes extremeños?
VF — Es una difícil pregunta. Con Madrid existe una
relación de amor-odio: por un lado, es la ciudad en la que me he criado, en la
que viví durante la mayor parte de mi vida, y eso ya es motivo suficiente para
quererla; por otro, como toda gran ciudad, siempre quieres alejarte de ella en
cuanto tienes oportunidad. No obstante, no tengo claro que sea el lugar en el
que viva siempre, ni siquiera en sus alrededores. Aunque, como todo, la vida es
la que te trae y te lleva. A saber.
AG — Tu primera novela La conspiración de Yuste, comenzó siendo un relato corto, de ahí,
al pedazo de libro en el que se convirtió ¿Cuánto estudio? ¿Cuánto tiempo te
llevó el proyecto?
VF —Ocho páginas. Esa era la extensión de Epílogo Imperial, que es como se llamó
aquel relato que, con el tiempo, se convirtió en La conspiración de Yuste. Me costó cerca de dos años y medio de
documentación y de escritura, y reescribí el comienzo tres veces porque no me
gustaba. Y cuando digo el comienzo me refiero a sus primeras cien páginas hasta
conseguir lo que buscaba. Es la primera novela y, como tal, está llena de
imperfecciones, de deseos de agradar, de la búsqueda de la perfección… Quise
escribir una novela histórica al uso y el resultado fue esa novela. Ahora,
cuando la leo, me cuesta identificarme en sus párrafos, en la manera de contar
la historia. Cosas de la evolución a la hora de escribir, supongo, aunque es la
primera, y como tal le tengo un cariño enorme.
AG — Imagino que este personaje histórico, Carlos I, ya
te gustaba, ¿Por qué?
VF — La figura del Emperador es toda una referencia en
La Vera, en el norte de Cáceres, está en todas partes, lo ves por todos lados.
Eso y que, por entonces —y todavía ahora, en parte— me apasionaba la novela
histórica, y eso me llevó a buscar una figura capital en la historia de España
sobre la que escribir. La tenía a mano, conozco sus últimos meses de vida
porque siempre he oído hablar de ellos y están muy presentes tanto como su
figura en la comarca de La Vera. El resto vino solo, y realmente disfruté
escribiéndola, pero ahora disfruto aún más escribiendo de un personaje al que
ya considero un viejo amigo, como es mi colega Carlos, como le llamo.
AG — Después viajaste mucho más atrás en el tiempo, a
Atapuerca, y novelaste lo que pudo ocurrir con el Homo heidelbergensis. ¿Cómo se te ocurrió esta idea?
VF. — Realmente la idea no fue mía, sino de mi agente
literario por entonces, José Miguel Romaña. Llevaba tiempo rondándole la idea
en la cabeza, pero lo que nunca imaginó es que de mis manos saldría una novela
como aquella, en la que los personajes no hablan sino gruñen, una novela que no
tiene diálogos y sus personajes se acostaban sin saber si al día siguiente
verían amanecer. Su idea iba más bien por una recreación de la Prehistoria pero
vista desde el pasado, pero se topó con mi querencia por investigar hasta el
mínimo detalle, que fue cuando me topé con La Sima de los Huesos de los
yacimientos de la Sierra de Atapuerca. El resto ya es novela.
AG — Volvamos al presente. En Facebook empezaste a ser
conocido por tus juegos. Una vida en diez
líneas de Word, un personaje para adivinar, muchos seguidores buscando,
tarde tras tarde, ser el primero en acertar, algunas veces en cinco minutos
había una respuesta, otras se tardaban horas. ¿Qué te deparaba este juego?
VF — Diversión por encima de todas las cosas. Una de
las máximas del periodista, algo que aprendí en la facultad, es que ha de
informar, formar y entretener en la medida de lo posible. Esas diez líneas me
permitieron, por un lado, cumplir con esa máxima, pero también mejorar a la
hora de escribir, ganar en seguridad, y por qué no, también seguidores, que
llegaban atraídos por esa manera de contar la vida de una persona de manera tan
resumida; y también aprender curiosidades acerca de muchos personajes. Fue,
podríamos decir, una relación en la que todos ganábamos: en mi caso, en seguridad,
en estructurar esas diez líneas, en decir lo máximo en el mínimo espacio
posible; y algunas personas pudieron conocer cosas sobre personajes históricos
de las que, en algunos casos, nunca habían oído hablar, lo que les impulsaba a
conocer mejor a esos personajes, a interesarse más por la historia. Y puedo
asegurar que pocas cosas hay más bonitas que alguien te diga que ha aprendido
algo nuevo gracias a ti.
AG — ¿Qué te hizo abandonarlo?
VF — Digamos que lo abandoné antes de que esas diez
líneas me abandonaran a mí. Las cosas hay que dejarlas antes de que sean ellas
las que lo hagan, e intuí cierto cansancio. Ya sabes que se trataba de un juego
diario, y abusar de algo suele conducir al aburrimiento. No hay más razón que
esa.
AG— Eres un escritor generoso que casi todas las
mañanas nos regalas un microrrelato en forma de buenos días, abriendo una
ventana o recordando un suceso histórico ¿Te reporta alguna satisfacción además
de lo que disfrutas al escribirlo?
VF — Mucha. Más allá del ego que provoca recibir
reacciones positivas a lo que publicas, escribir esos relatos supone una
ventana por la que puedo escaparme del trabajo diario durante unos minutos.
Suelo escribirlos bien al comienzo bien al finalizar mi jornada laboral, de tal
manera que me sirve de relajación antes de empezar o de terminarla. Además,
tengo el tiempo medido, de tal manera que no le dedico más allá de veinte
minutos o media hora, y eso te permite agudizar el ingenio y medir hasta dónde
eres capaz de llegar. La música ayuda, y casi siempre me acompaña una canción
en el trance, canción que suele ser un personaje más del relato o ventana que
tenga entre manos en ese momento.
AG — Siguiendo con Carlos I, estás escribiendo por
capítulos su biografía de una forma muy personal, ¿veremos nuevos libros con
este protagonista?
VF — Sí. Hay un proyecto encima de la mesa, aunque aún
tengo que darle vueltas. Posiblemente me siente una tarde con él, con mi colega
Carlos, nos miremos a la cara, y le demos vueltas hasta ver qué sacamos, pero
sí que volveré a él. A los viejos amigos nunca hay que dejarles de lado, y más
cuando, como es mi caso, le estoy tan agradecido. En parte, si estoy aquí, si
me estás haciendo esta entrevista, es gracias a él.
AG — Eres un gran escritor de relatos, ¿no has pensado
publicarlos?
VF — Lo primero, gracias por lo de gran escritor de
relatos. Lo segundo es que ya tengo recopilados muchos de ellos en una
antología dividida en temáticas y que incluso tiene hasta título. Quién sabe si
algún día…
VF — La culpa es de Carolina Molina, coordinadora de
esa antología y, además, directora de la Asociación Cultural Verde Viento, de
la que formo parte junto a ella y David Yagüe, Olalla García y Eduardo Valero.
Buscaba autores que quisieran escribir un relato dedicado a Don Miguel
destinado a una antología que, finalmente, publicó la editorial granadina
Traspiés con fines benéficos para conmemorar el cuarto centenario de su
nacimiento. Después de cuatro años sin publicar vi el cielo abierto, y como
entonces veía bastante complicado volver hacerlo, me lancé a tumba abierta y
confié en Don Miguel para volver a asomar la cabeza, que no es poco.
AG — Y ahora vamos al presente. Tienes una novela a
punto de publicarse. Una historia ambientada en la posguerra, año 1953. ¿Cómo
has hecho para moverte por el Madrid de esa época?
VF — El 21 de mayo saldrá a la venta, en efecto, y
lleva por título Se llamaba Manuel. Tenía
muchas ganas de escribir una novela de es as características. Es una época que
da para mucho: el régimen político del momento, la manera de vivir, las
estrecheces, la música… Y poco a poco fui recopilando documentación, vídeos,
libros… También encontré un mapa de Madrid de 1951 para ubicar calles, espacios
y lugares, y el resto consistió en imaginar unos personajes y darles vida. Unos
amigos con los que puedo jurar, sin recato alguno, que he pasado unos meses
maravillosos.
AG — El bar de la calle Fomento en el que desayuna
Gonzalo Suárez, ¿un guiño a tu familia?
VF — Lo es. Allí trabajo mi suegro durante cerca de
cuarenta años, y además de contarme historias del bar y de la zona, me apetecía
hacerle un homenaje. De hecho, es un personaje secundario de la novela.
AG — ¿En qué piensas para escribir sobre un tipo como
Arturo Saavedra?
VF — En la época, que era lo que era. Tipos como él
eran muy habituales, y con Arturo Saavedra he ido más allá en lo que a tratar
los personajes se refiere. Seis años sin publicar hace que tengas que
reinventarte para seguir ahí, intentando llegar al lector, y en mi caso lo fie
a los relatos. Eso me permitió experimentar con todo tipo de personajes. De
Arturo Saavedra me siento más que satisfecho: arribista sin escrúpulos, putero,
con demasiada tendencia al alcohol y con alguien siempre dispuesto a salvarle
el culo. Una joya.
AG — ¿Y sobre Marga Uriarte?
VF. — Marga es el odio personificado. Vive con odio
porque no ha conocido otra cosa en su vida, y ese odio recorre su cuerpo, le
permite seguir viva porque sabe que, tarde o temprano, tendrá que darle salida
a través de la venganza, que ansía por encima de cualquier otra cosa. Pero, por
otra parte, es un personaje del que compadecerse por el pasado que tiene, por
cómo le ha tratado la vida. Con Marga me ha pasado como con Adela, la
protagonista de la novela que tengo ahora mismo sobre la mesa: quiso ser, pero
no fue, y eso, ese límite impuesto por el destino y que no le deja ser feliz,
le lleva a ser como es. Marga es el resultado de la vida cuando se ceba con
alguien a conciencia,
AG — Bueno, ya puestos dime lo que sientes cuando te
pones en la piel de Gonzalo Suárez.
VF — Gonzalo es mi debilidad, pero lo diré bajito para
que no se enteren aquellos dos. Además de ser del Aleti, como un servidor, es un tipo con unos ideales, con unos
valores claros y definidos. Gonzalo es un tipo íntegro, y me apetecía contar
con un personaje como él para mostrar mejor cómo fue aquella época y lo
incomodo que podía llegar a ser un tipo como él, un desubicado del momento.
AG — ¿Por qué La
sombra del ciprés es alargada de Delibes es el libro que eliges para que
lea el inspector Suárez?
VF — Es la primera obra de otro Don Miguel, uno de los
escritores por el que siento más aprecio y más he aprendido. No son pocas las
veces que me echo en sus brazos y releo fragmentos de sus obras, ya sean
novelas o ensayos, y me apetecía rendirle homenaje. Lógicamente no pude hacerlo
con La Conspiración de Yuste ni
tampoco con La tribu maldita por
razones obvias, y Se llamaba Manuel
era el mejor momento para hacerlo. La lectura de su sombra del ciprés ayuda a
Gonzalo a entender muchas cosas de la vida, a reconocerse en sus páginas cual
espejo vital.
AG — Cuidas mucho la música en tus obras. En esta
Juanita Reina, Miguel de Molina y seguro que hay más que no recuerdo. ¿Cómo la
eliges?
VF — Depende de la atmósfera, del momento, del lugar de
la novela, pero, sobre todo, de la época. Cada novela, cada relato, cada
ventana tiene su propia banda sonora, y Se
llamaba Manuel la tenía muy clara. Por sus páginas desfilan Antonio Machín,
Jorge Sepúlveda o AmàliaRodrigues además de los que has mencionado. Concibo la
música como un personaje más de todo lo que escribo, y en esta ocasión disfruté
con esas canciones, poniéndolas en boca de los personajes, bailándolas a su
ritmo.
AG — ¿Tienes claro el final cuando comienzas la novela?
VF —En el caso de Se
llamaba Manuel, por completo, y también con La tribu maldita. Salvo que los personajes me líen, lo que nunca es
descartable porque siempre acaban haciendo lo que les da la realísima gana, sí
suelo tener el final previsto de antemano.
AG — De Brujas a Shanghái. Cuéntame lo que más te ha
impresionado de tus viajes.
VF — Por motivos laborales, he conocido bastante mundo,
más de lo que nunca hubiera podido imaginar, y también he tenido la suerte, por
el mismo motivo, de acceder a cosas que, por cuenta propia, hubiera sido
difícil conseguir. He visto un atardecer como el que cierra el episodio III de
la saga de La Guerra de las Galaxias en el mismo lugar donde se rodó, en el
desierto de Túnez, cerca de Tozeur; he visto correr el agua del mar como si de
un río se tratara bajo el Golden Gate de San Francisco; incluso hasta he
levantado el trofeo de la Copa de la UEFA en el reservado del estadio del
Feyenoord de Rotterdam. Momentos que quedan dentro, que vives porque sabes que
son irrepetibles.
AG — ¿Tu comida favorita?
VF — Me contento con cualquier cosa, soy cochinillo de
buen diente, como dicen en Extremadura. Me sería difícil escoger una sola.
AG — Un libro, una película, una banda sonora…
VF — Libro me quedo con Grandes momentos estelares de la humanidad, del Maestro Stefan
Zweig; película, si me lo permites, dos, y son totalmente opuestas: Blade Runner y Volver a empezar. Tan distintas, y a la vez tan sorprendentes. Me
las sé de memoria. Aunque, como broma, siempre digo a quien quiera escucharme
que la mejor película del cine español, y con mucha diferencia, es la mítica Yo hice a Roque Tercero, del no menos
mítico Mariano Ozores; y como banda sonora, Camino
Soria, de Gabinete Caligari, disco de cuyo lanzamiento se cumplen treinta
años este 2018. Y de sus canciones me quedo con La Sangre de tu tristeza.
AG — ¿Quiénes son los primeros en leer tus libros?
VF — Mi mujer. Al menos que tenga recompensa por
aguantarme dándole a la tecla. Luego suelo recurrir a amigos y personas de
confianza, que me aportan puntos de vista que enriquecen los manuscritos.
AG — ¿Libros en el cajón?
VF — Uno, la historia de Adela, que estoy corrigiendo a
la espera de que, algún día, sea una realidad.Y creo que es una historia que gustaría.
AG — ¿Proyectos inmediatos?
VF — Mi colega Carlos, como he dicho con anterioridad,
me reclama, y lo hace con fuerza. Tengo una deuda pendiente con él, y luego
tengo una idea que encontré en una revista de historia a la que me gustaría
darle un par de vueltas para encontrar su sentido y posibilidades.
AG — ¿Te veremos en la Feria del Libro de Madrid?
VF— Espero que sí.
AG — ¿Quieres contarme algo que no te haya preguntado?
VF — ¿Por qué soy del Atleti? ¡Ja, ja, ja!
AG — ¡Ja,ja, ja!…yo soy madridista pero nos queremos y
respetamos. Gracias por concederme tu tiempo.
Si queréis seguir a Víctor Fernández Correas, en su blog podréis encontrar sus obras, relatos, ventanas, la vida de Carlos I y todo lo que se le vaya ocurriendo.
Ha sido una delicia leeros, conocer un poco más a Víctor (y creo que lo has hecho muy bien como entrevistadora, Almudena). Se llamaba Manuel tiene mucha gente esperando para leerla, estoy segura, y también estoy convencida de que será una novela de la que oiremos hablar.
ResponderEliminarFelicidades a ambos!
Me ha encantado cómo ha quedado la entrevista. Gracias por tu tiempo, pero mucho más por tu cariño.
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