miércoles, 25 de abril de 2018

Hablando entre amigos con Víctor Fernández Correas



Hoy, por fin, he entrevistado a este «amigo escribidor» como le llamo cariñosamente.

Nos conocimos a través de Facebook pero enseguida comenzamos a tener un trato diario, una relación de amistad en las redes, que traspasó lo virtual para convertirse en algo personal, alejados del público, como a él le gusta decir, «a discreción y con alevosía»

AG — Buenas tardes, Víctor. Ha llegado el momento de que me cuentes cosas sabiendo que las voy a publicar.
VF — Buenas tardes y bienhallada. Pues aquí estamos, para lo que gustes mandar. Aunque ya sabes, eso de preguntar a un periodista, ja, ja, ja…
AG — Naciste en Sant Denís, hijo de la emigración. ¿A qué edad te viniste a España? ¿A Valverde de la Vera?
VF — En efecto, nací en Saint-Denis, una población del noreste de París. E hijo de la emigración. Poco trabajo en España y el efecto llamada, pues mis padres tenían familia y conocidos en Francia. A España volví con seis años, y directamente a Madrid, aunque a Valverde regresaba todos los veranos, tanto estando en Francia como ya establecidos aquí. Después he estado treinta años sin volver a París. La primera vez que lo hice fue por trabajo, y las siguientes ya por iniciativa propia. Eso sí, no he vuelto a pisar Saint-Denis, así que es una deuda pendiente que espero cobrarme con el tiempo.
AG — En la actualidad vives en una ciudad cercana a la capital. ¿Te ves viviendo siempre aquí o volviendo a tus orígenes extremeños?
VF — Es una difícil pregunta. Con Madrid existe una relación de amor-odio: por un lado, es la ciudad en la que me he criado, en la que viví durante la mayor parte de mi vida, y eso ya es motivo suficiente para quererla; por otro, como toda gran ciudad, siempre quieres alejarte de ella en cuanto tienes oportunidad. No obstante, no tengo claro que sea el lugar en el que viva siempre, ni siquiera en sus alrededores. Aunque, como todo, la vida es la que te trae y te lleva. A saber.
AG — Tu primera novela La conspiración de Yuste, comenzó siendo un relato corto, de ahí, al pedazo de libro en el que se convirtió ¿Cuánto estudio? ¿Cuánto tiempo te llevó el proyecto?
VF —Ocho páginas. Esa era la extensión de Epílogo Imperial, que es como se llamó aquel relato que, con el tiempo, se convirtió en La conspiración de Yuste. Me costó cerca de dos años y medio de documentación y de escritura, y reescribí el comienzo tres veces porque no me gustaba. Y cuando digo el comienzo me refiero a sus primeras cien páginas hasta conseguir lo que buscaba. Es la primera novela y, como tal, está llena de imperfecciones, de deseos de agradar, de la búsqueda de la perfección… Quise escribir una novela histórica al uso y el resultado fue esa novela. Ahora, cuando la leo, me cuesta identificarme en sus párrafos, en la manera de contar la historia. Cosas de la evolución a la hora de escribir, supongo, aunque es la primera, y como tal le tengo un cariño enorme.
AG — Imagino que este personaje histórico, Carlos I, ya te gustaba, ¿Por qué?
VF — La figura del Emperador es toda una referencia en La Vera, en el norte de Cáceres, está en todas partes, lo ves por todos lados. Eso y que, por entonces —y todavía ahora, en parte— me apasionaba la novela histórica, y eso me llevó a buscar una figura capital en la historia de España sobre la que escribir. La tenía a mano, conozco sus últimos meses de vida porque siempre he oído hablar de ellos y están muy presentes tanto como su figura en la comarca de La Vera. El resto vino solo, y realmente disfruté escribiéndola, pero ahora disfruto aún más escribiendo de un personaje al que ya considero un viejo amigo, como es mi colega Carlos, como le llamo.
AG — Después viajaste mucho más atrás en el tiempo, a Atapuerca, y novelaste lo que pudo ocurrir con el Homo heidelbergensis. ¿Cómo se te ocurrió esta idea?
VF. — Realmente la idea no fue mía, sino de mi agente literario por entonces, José Miguel Romaña. Llevaba tiempo rondándole la idea en la cabeza, pero lo que nunca imaginó es que de mis manos saldría una novela como aquella, en la que los personajes no hablan sino gruñen, una novela que no tiene diálogos y sus personajes se acostaban sin saber si al día siguiente verían amanecer. Su idea iba más bien por una recreación de la Prehistoria pero vista desde el pasado, pero se topó con mi querencia por investigar hasta el mínimo detalle, que fue cuando me topé con La Sima de los Huesos de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca. El resto ya es novela.
AG — Volvamos al presente. En Facebook empezaste a ser conocido por tus juegos. Una vida en diez líneas de Word, un personaje para adivinar, muchos seguidores buscando, tarde tras tarde, ser el primero en acertar, algunas veces en cinco minutos había una respuesta, otras se tardaban horas. ¿Qué te deparaba este juego?
VF — Diversión por encima de todas las cosas. Una de las máximas del periodista, algo que aprendí en la facultad, es que ha de informar, formar y entretener en la medida de lo posible. Esas diez líneas me permitieron, por un lado, cumplir con esa máxima, pero también mejorar a la hora de escribir, ganar en seguridad, y por qué no, también seguidores, que llegaban atraídos por esa manera de contar la vida de una persona de manera tan resumida; y también aprender curiosidades acerca de muchos personajes. Fue, podríamos decir, una relación en la que todos ganábamos: en mi caso, en seguridad, en estructurar esas diez líneas, en decir lo máximo en el mínimo espacio posible; y algunas personas pudieron conocer cosas sobre personajes históricos de las que, en algunos casos, nunca habían oído hablar, lo que les impulsaba a conocer mejor a esos personajes, a interesarse más por la historia. Y puedo asegurar que pocas cosas hay más bonitas que alguien te diga que ha aprendido algo nuevo gracias a ti.
AG — ¿Qué te hizo abandonarlo?
VF — Digamos que lo abandoné antes de que esas diez líneas me abandonaran a mí. Las cosas hay que dejarlas antes de que sean ellas las que lo hagan, e intuí cierto cansancio. Ya sabes que se trataba de un juego diario, y abusar de algo suele conducir al aburrimiento. No hay más razón que esa.
AG— Eres un escritor generoso que casi todas las mañanas nos regalas un microrrelato en forma de buenos días, abriendo una ventana o recordando un suceso histórico ¿Te reporta alguna satisfacción además de lo que disfrutas al escribirlo?
VF — Mucha. Más allá del ego que provoca recibir reacciones positivas a lo que publicas, escribir esos relatos supone una ventana por la que puedo escaparme del trabajo diario durante unos minutos. Suelo escribirlos bien al comienzo bien al finalizar mi jornada laboral, de tal manera que me sirve de relajación antes de empezar o de terminarla. Además, tengo el tiempo medido, de tal manera que no le dedico más allá de veinte minutos o media hora, y eso te permite agudizar el ingenio y medir hasta dónde eres capaz de llegar. La música ayuda, y casi siempre me acompaña una canción en el trance, canción que suele ser un personaje más del relato o ventana que tenga entre manos en ese momento.
AG — Siguiendo con Carlos I, estás escribiendo por capítulos su biografía de una forma muy personal, ¿veremos nuevos libros con este protagonista?
VF — Sí. Hay un proyecto encima de la mesa, aunque aún tengo que darle vueltas. Posiblemente me siente una tarde con él, con mi colega Carlos, nos miremos a la cara, y le demos vueltas hasta ver qué sacamos, pero sí que volveré a él. A los viejos amigos nunca hay que dejarles de lado, y más cuando, como es mi caso, le estoy tan agradecido. En parte, si estoy aquí, si me estás haciendo esta entrevista, es gracias a él.
AG — Eres un gran escritor de relatos, ¿no has pensado publicarlos?
VF — Lo primero, gracias por lo de gran escritor de relatos. Lo segundo es que ya tengo recopilados muchos de ellos en una antología dividida en temáticas y que incluso tiene hasta título. Quién sabe si algún día…
AG — ¿Cómo llegaste a encontrarte con Cervantes para escribir La del Alba fue?
VF — La culpa es de Carolina Molina, coordinadora de esa antología y, además, directora de la Asociación Cultural Verde Viento, de la que formo parte junto a ella y David Yagüe, Olalla García y Eduardo Valero. Buscaba autores que quisieran escribir un relato dedicado a Don Miguel destinado a una antología que, finalmente, publicó la editorial granadina Traspiés con fines benéficos para conmemorar el cuarto centenario de su nacimiento. Después de cuatro años sin publicar vi el cielo abierto, y como entonces veía bastante complicado volver hacerlo, me lancé a tumba abierta y confié en Don Miguel para volver a asomar la cabeza, que no es poco.
AG — Y ahora vamos al presente. Tienes una novela a punto de publicarse. Una historia ambientada en la posguerra, año 1953. ¿Cómo has hecho para moverte por el Madrid de esa época?
VF — El 21 de mayo saldrá a la venta, en efecto, y lleva por título Se llamaba Manuel. Tenía muchas ganas de escribir una novela de esas características. Es una época que da para mucho: el régimen político del momento, la manera de vivir, las estrecheces, la música… Y poco a poco fui recopilando documentación, vídeos, libros… También encontré un mapa de Madrid de 1951 para ubicar calles, espacios y lugares, y el resto consistió en imaginar unos personajes y darles vida. Unos amigos con los que puedo jurar, sin recato alguno, que he pasado unos meses maravillosos.
AG — El bar de la calle Fomento en el que desayuna Gonzalo Suárez, ¿un guiño a tu familia?
VF — Lo es. Allí trabajo mi suegro durante cerca de cuarenta años, y además de contarme historias del bar y de la zona, me apetecía hacerle un homenaje. De hecho, es un personaje secundario de la novela.
AG — ¿En qué piensas para escribir sobre un tipo como Arturo Saavedra?
VF — En la época, que era lo que era. Tipos como él eran muy habituales, y con Arturo Saavedra he ido más allá en lo que a tratar los personajes se refiere. Seis años sin publicar hace que tengas que reinventarte para seguir ahí, intentando llegar al lector, y en mi caso lo fie a los relatos. Eso me permitió experimentar con todo tipo de personajes. De Arturo Saavedra me siento más que satisfecho: arribista sin escrúpulos, putero, con demasiada tendencia al alcohol y con alguien siempre dispuesto a salvarle el culo. Una joya.
AG — ¿Y sobre Marga Uriarte?
VF. — Marga es el odio personificado. Vive con odio porque no ha conocido otra cosa en su vida, y ese odio recorre su cuerpo, le permite seguir viva porque sabe que, tarde o temprano, tendrá que darle salida a través de la venganza, que ansía por encima de cualquier otra cosa. Pero, por otra parte, es un personaje del que compadecerse por el pasado que tiene, por cómo le ha tratado la vida. Con Marga me ha pasado como con Adela, la protagonista de la novela que tengo ahora mismo sobre la mesa: quiso ser, pero no fue, y eso, ese límite impuesto por el destino y que no le deja ser feliz, le lleva a ser como es. Marga es el resultado de la vida cuando se ceba con alguien a conciencia,
AG — Bueno, ya puestos dime lo que sientes cuando te pones en la piel de Gonzalo Suárez.
VF — Gonzalo es mi debilidad, pero lo diré bajito para que no se enteren aquellos dos. Además de ser del Aleti, como un servidor, es un tipo con unos ideales, con unos valores claros y definidos. Gonzalo es un tipo íntegro, y me apetecía contar con un personaje como él para mostrar mejor cómo fue aquella época y lo incomodo que podía llegar a ser un tipo como él, un desubicado del momento.
AG — ¿Por qué La sombra del ciprés es alargada de Delibes es el libro que eliges para que lea el inspector Suárez?
VF — Es la primera obra de otro Don Miguel, uno de los escritores por el que siento más aprecio y más he aprendido. No son pocas las veces que me echo en sus brazos y releo fragmentos de sus obras, ya sean novelas o ensayos, y me apetecía rendirle homenaje. Lógicamente no pude hacerlo con La Conspiración de Yuste ni tampoco con La tribu maldita por razones obvias, y Se llamaba Manuel era el mejor momento para hacerlo. La lectura de su sombra del ciprés ayuda a Gonzalo a entender muchas cosas de la vida, a reconocerse en sus páginas cual espejo vital.
AG — Cuidas mucho la música en tus obras. En esta Juanita Reina, Miguel de Molina y seguro que hay más que no recuerdo. ¿Cómo la eliges?
VF — Depende de la atmósfera, del momento, del lugar de la novela, pero, sobre todo, de la época. Cada novela, cada relato, cada ventana tiene su propia banda sonora, y Se llamaba Manuel la tenía muy clara. Por sus páginas desfilan Antonio Machín, Jorge Sepúlveda o AmàliaRodrigues además de los que has mencionado. Concibo la música como un personaje más de todo lo que escribo, y en esta ocasión disfruté con esas canciones, poniéndolas en boca de los personajes, bailándolas a su ritmo.
AG — ¿Tienes claro el final cuando comienzas la novela?
VF —En el caso de Se llamaba Manuel, por completo, y también con La tribu maldita. Salvo que los personajes me líen, lo que nunca es descartable porque siempre acaban haciendo lo que les da la realísima gana, sí suelo tener el final previsto de antemano.
AG — De Brujas a Shanghái. Cuéntame lo que más te ha impresionado de tus viajes.
VF — Por motivos laborales, he conocido bastante mundo, más de lo que nunca hubiera podido imaginar, y también he tenido la suerte, por el mismo motivo, de acceder a cosas que, por cuenta propia, hubiera sido difícil conseguir. He visto un atardecer como el que cierra el episodio III de la saga de La Guerra de las Galaxias en el mismo lugar donde se rodó, en el desierto de Túnez, cerca de Tozeur; he visto correr el agua del mar como si de un río se tratara bajo el Golden Gate de San Francisco; incluso hasta he levantado el trofeo de la Copa de la UEFA en el reservado del estadio del Feyenoord de Rotterdam. Momentos que quedan dentro, que vives porque sabes que son irrepetibles.
AG — ¿Tu comida favorita?
VF — Me contento con cualquier cosa, soy cochinillo de buen diente, como dicen en Extremadura. Me sería difícil escoger una sola.
AG — Un libro, una película, una banda sonora…
VF — Libro me quedo con Grandes momentos estelares de la humanidad, del Maestro Stefan Zweig; película, si me lo permites, dos, y son totalmente opuestas: Blade Runner y Volver a empezar. Tan distintas, y a la vez tan sorprendentes. Me las sé de memoria. Aunque, como broma, siempre digo a quien quiera escucharme que la mejor película del cine español, y con mucha diferencia, es la mítica Yo hice a Roque Tercero, del no menos mítico Mariano Ozores; y como banda sonora, Camino Soria, de Gabinete Caligari, disco de cuyo lanzamiento se cumplen treinta años este 2018. Y de sus canciones me quedo con La Sangre de tu tristeza.
AG — ¿Quiénes son los primeros en leer tus libros?
VF — Mi mujer. Al menos que tenga recompensa por aguantarme dándole a la tecla. Luego suelo recurrir a amigos y personas de confianza, que me aportan puntos de vista que enriquecen los manuscritos.
AG — ¿Libros en el cajón?
VF — Uno, la historia de Adela, que estoy corrigiendo a la espera de que, algún día, sea una realidad.Y creo que es una historia que gustaría.
AG — ¿Proyectos inmediatos?
VF — Mi colega Carlos, como he dicho con anterioridad, me reclama, y lo hace con fuerza. Tengo una deuda pendiente con él, y luego tengo una idea que encontré en una revista de historia a la que me gustaría darle un par de vueltas para encontrar su sentido y posibilidades.
AG — ¿Te veremos en la Feria del Libro de Madrid?
VF— Espero que sí.
AG — ¿Quieres contarme algo que no te haya preguntado?
VF — ¿Por qué soy del Atleti? ¡Ja, ja, ja!
AG — ¡Ja,ja, ja!…yo soy madridista pero nos queremos y respetamos. Gracias por concederme tu tiempo.

Si queréis seguir a Víctor Fernández Correas, en su blog podréis encontrar sus obras, relatos, ventanas, la vida de Carlos I y todo lo que se le vaya ocurriendo.



2 comentarios:

  1. Ha sido una delicia leeros, conocer un poco más a Víctor (y creo que lo has hecho muy bien como entrevistadora, Almudena). Se llamaba Manuel tiene mucha gente esperando para leerla, estoy segura, y también estoy convencida de que será una novela de la que oiremos hablar.

    Felicidades a ambos!

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  2. Me ha encantado cómo ha quedado la entrevista. Gracias por tu tiempo, pero mucho más por tu cariño.

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