El
6 de Diciembre de 1978 se celebró el referéndum de La Constitución, esa que me
hizo mayor de edad de un día para otro y que, por tanto, no pude votar.
Así
fueron las fechas: aprobada por las Cortes el 31 de octubre de 1978, ratificada en referéndum por el
pueblo español el 6 de diciembre de
1978, sancionada por S. M. el Rey Don Juan Carlos I el 27 de diciembre de 1978 y publicada en
el Boletín Oficial del Estado el 29 de diciembre
de 1978.
Se
abría un camino de esperanza para muchos que estaban viviendo la Transición con
el recuerdo de una guerra, porque suponía poder empezar a mirar al futuro sin
tanto miedo.
El
día que fue sancionada por el Rey, la Reina vestía de rosa brillante, parecía
que quería hacer un guiño a esa España en blanco y negro, que iba quedando
atrás.
En
los cuarenta años que han transcurrido desde entonces, nunca había visitado el
Congreso de los Diputados y lo hice el pasado martes.
El
palacio me ha parecido magnífico, con ricas alfombras, lámparas preciosas y un
mobiliario exquisito. No me resulta fácil pensar que este es el lugar de
trabajo de los Diputados. No me encuentro a ninguno, tampoco me ha importado,
pero sí a muchísimo personal con ganas de agradar y de ayudar al numeroso
público que ha accedido en las jornadas de puertas abiertas.
No
puedo negar que me ha emocionado acceder por la puerta principal, esa que sólo
se abre en las grandes ocasiones, porque qué mejor ocasión que abrirla para que
entremos los ciudadanos que somos, o deberíamos ser, los verdaderos protagonistas
de lo que sucede aquí dentro, aunque en demasiadas ocasiones se les olvida a
los que nos están representando.
Otro
tanto me ha ocurrido con el hemiciclo. Yo no me he fijado en los disparos del
23F, aunque un funcionario me los ha señalado sin preguntarle, pero si se
pensado la cantidad de decisiones importantes y de menor calibre, que se han
tomado entre estas bellas paredes. Decisiones que han marcado mi vida y la vida
de mis hijos y que ahora, comienzan a marcar el futuro de mis nietas.
No
hace mucho, el escritor Mario Escobar me contaba que en una reciente visita a
las playas de Normandía, donde sus hijos veían un paisaje bonito para
fotografiar, él solo veía la cantidad de chavales que allí habían muerto para
salvar a Europa. Ayer me pasó un poco lo mismo. Yo no veía solo una tribuna y
unos asientos, sino cuarenta años de leyes, de mirar hacia el futuro, de
aciertos y equivocaciones. También pensé que si nos escuchasen mas antes de
encerrarse en esa inmensa sala para discutir y votar sobre nuestro futuro,
irían mucho mejor las cosas.
El
final del recorrido se hace a través de una sala con un fotocol que te permite
firmar simbólicamente la Constitución con un fondo en el que están los siete
ponentes constitucionales, los llamados «Padres de la Constitución».
Me
regalaron un ejemplar de la Carta Magna y salí pensando que, como yo, se ha
hecho mayor y hay que modificarla, desde el respeto (siempre esta palabra tan
olvidada), con acuerdos de amplias mayorías en los que prime, ante todo, el
bienestar de los españoles.
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