jueves, 6 de diciembre de 2018

Cuarenta años después



El 6 de Diciembre de 1978 se celebró el referéndum de La Constitución, esa que me hizo mayor de edad de un día para otro y que, por tanto, no pude votar.

Así fueron las fechas: aprobada por las Cortes el 31 de octubre de 1978, ratificada en referéndum por el pueblo español el 6 de diciembre de 1978, sancionada por S. M. el Rey Don Juan Carlos I el 27 de diciembre de 1978 y publicada en el Boletín Oficial del Estado el 29 de diciembre de 1978.
Se abría un camino de esperanza para muchos que estaban viviendo la Transición con el recuerdo de una guerra, porque suponía poder empezar a mirar al futuro sin tanto miedo.
El día que fue sancionada por el Rey, la Reina vestía de rosa brillante, parecía que quería hacer un guiño a esa España en blanco y negro, que iba quedando atrás.
En los cuarenta años que han transcurrido desde entonces, nunca había visitado el Congreso de los Diputados y lo hice el pasado martes.
El palacio me ha parecido magnífico, con ricas alfombras, lámparas preciosas y un mobiliario exquisito. No me resulta fácil pensar que este es el lugar de trabajo de los Diputados. No me encuentro a ninguno, tampoco me ha importado, pero sí a muchísimo personal con ganas de agradar y de ayudar al numeroso público que ha accedido en las jornadas de puertas abiertas.
No puedo negar que me ha emocionado acceder por la puerta principal, esa que sólo se abre en las grandes ocasiones, porque qué mejor ocasión que abrirla para que entremos los ciudadanos que somos, o deberíamos ser, los verdaderos protagonistas de lo que sucede aquí dentro, aunque en demasiadas ocasiones se les olvida a los que nos están representando.
Otro tanto me ha ocurrido con el hemiciclo. Yo no me he fijado en los disparos del 23F, aunque un funcionario me los ha señalado sin preguntarle, pero si se pensado la cantidad de decisiones importantes y de menor calibre, que se han tomado entre estas bellas paredes. Decisiones que han marcado mi vida y la vida de mis hijos y que ahora, comienzan a marcar el futuro de mis nietas.
No hace mucho, el escritor Mario Escobar me contaba que en una reciente visita a las playas de Normandía, donde sus hijos veían un paisaje bonito para fotografiar, él solo veía la cantidad de chavales que allí habían muerto para salvar a Europa. Ayer me pasó un poco lo mismo. Yo no veía solo una tribuna y unos asientos, sino cuarenta años de leyes, de mirar hacia el futuro, de aciertos y equivocaciones. También pensé que si nos escuchasen mas antes de encerrarse en esa inmensa sala para discutir y votar sobre nuestro futuro, irían mucho mejor las cosas.
El final del recorrido se hace a través de una sala con un fotocol que te permite firmar simbólicamente la Constitución con un fondo en el que están los siete ponentes constitucionales, los llamados «Padres de la Constitución».
Me regalaron un ejemplar de la Carta Magna y salí pensando que, como yo, se ha hecho mayor y hay que modificarla, desde el respeto (siempre esta palabra tan olvidada), con acuerdos de amplias mayorías en los que prime, ante todo, el bienestar de los españoles.


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