Mary Poppins es de esas películas que
recuerdo de mi infancia y que he vuelto a ver en muchas ocasiones. Nunca me he
planteado que hubiese pasado de moda y he tarareado la famosa canción supercalifragilisticoespialidoso tantas
veces como para no trabarme al decirla, y el Chim chiminey, chim
chiminey, chim chim cher-ee, otras tantas.
Dicho esto, he ido a ver el regreso,
después de convencer a mi marido, esperando encontrar al gran maestro Rob
Marshall dirigiendo una nueva entrega que pasara a la historia.
Pero me he encontrado con una película
que ha cogido la primera y ha ido repitiendo el mismo guión con pequeños
cambios: Baile de los deshollinadores en los tejados/baile de los faroleros en
las alcantarillas; la niñera y los niños se meten en un cuadro para vivir una
aventura de dibujos animados/en ésta se meten en una sopera; la madre
sufragista/la hija sufragista y así podría continuar. Hasta la vieja cometa
tiene su papel estelar.
Por supuesto Emily Blunt no es, ni de
lejos, Julie Andrews, y Lin Manuel Miranda no le llega a Dick van Dyke ni a la
suela de los zapatos.
Esta historia está forzada, no aporta
nada nuevo. Mary Poppins pierde el protagonismo que debería tener y el farolero
tiene una cara insulsa, tontorrona, que no llena la pantalla.
Y luego está la banda sonora, demasiado
lenta, sin ninguna canción que pueda recordar, ni siquiera el estribillo, al
terminar la película, y eso en un musical, no es buena señal.
Lo mejor la parte de dibujos animados,
pero no le encuentro mucho mérito cuando han pasado cincuenta años de la
primera cinta y la tecnología actual hace maravillas.
En resumen, me parece que se han
preocupado más por hacernos recordar la película de 1964 que por hacer una
nueva película, porque no olvidemos que no es un remake, sino una nueva historia.
Si no se ha visto la primera, podrá parecer
entretenida, pero si se compara, saldremos del cine muy decepcionados.
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