lunes, 4 de febrero de 2019

Un 4 de febrero

Hace tiempo escribí una entrada (os la copio a continuación) porque leí a alguien que aseguraba que la investigación del cáncer no había avanzado nada.
Yo lo he vivido en primera persona con mis padres, de muy diferente manera.
Mi madre lo superó y murió muchos años después; mi padre, cuando el cáncer mostró signos externos de que estaba ahí, duró quince días. Su cuerpo estaba invadido.
Lo he vivido de cerca con muchas más personas cercanas, ahora mismo estamos compartiendo la alegría de las buenas noticias con dos familiares, pero también he tenido que despedir amigos o vecinos que no han tenido tanta suerte.
Por eso os pido vuestra colaboración para que, al menos los niños, puedan sonreír si les toca vivir una experiencia tan dura. Mis padres, desde su estrella, os lo piden también.

Hoy es un buen día para ayudar comprando este libro Un 4 de febrero y, además, disfrutaréis de doce relatos de unos magníficos autores que han regalado lo mejor que saben hacer: sus letras.


«Historia de una superviviente
Corría el año 1979 y le empezó a crecer un bultito que tenía en la mama izquierda desde hacía años y al que los médicos no le habían dado ninguna importancia.
Acudió al ginecólogo y sin ninguna prueba previa, era lo habitual, decidieron extirpárselo con anestesia local. Al estar despierta, escuchó perfectamente como el cirujano indicaba a su ayudante, que no estaba aislado y que había un racimo detrás, del que tiró sin ningún miramiento y cerraron.
Lo enviaron a anatomía patológica y, quince días después, cuando acudió a la consulta para que le retirasen los puntos, la enfermera, hablando en un susurro, mientras la mujer se vestía, le dijo a su acompañante que volviese a hablar con el doctor, a última hora de la tarde.
Porque en 1979, del cáncer no se hablaba y menos, con el paciente.
Las noticias eran las peores imaginables. En ese momento comenzó a moverse una maquinaria silenciosa para ponerla en manos de uno de los mejores.
Un 19 de marzo, día de San José, festivo, la operaron en un sanatorio privado, practicándole una cirugía impensable en el siglo XXI, en el mismo acto quirúrgico le hicieron una mastectomía de la mama izquierda, una histerectomía y le extirparon la cadena ganglionar de las dos axilas.
Al durísimo postoperatorio, que superó con una entereza increíble, siguió la quimioterapia, una gran desconocida. Se ponía directamente en vena, y cuando digo directamente es que no se diluía en suero, ni se administraba mediante goteo. Era una inyección que se introducía despacito.
Los efectos, como ahora, muy malos. La única diferencia es que no perdió el pelo. De hecho, quisieron hacer un estudio del porqué pero, a esas alturas, no estaba para más pinchazos, ni para más estudios. 
Sesiones quincenales, durante seis meses. Ahí estaba el límite porque no se tenía certeza de los efectos secundarios con más sesiones. Se revisaban, mediante analítica, los leucocitos y las plaquetas y, si no estaban demasiado bajos, el oncólogo daba el visto bueno para la siguiente sesión.
Para poner un ejemplo de lo poco que se conocía de este tratamiento, en el hospital de Girona, en un desplazamiento de la paciente, por vacaciones, no sabían administrarlo, y tuvieron que llamar a Madrid para que les informasen del método a seguir.
Pero todo acabó y se pudo respirar…durante seis meses.
Un día se descubrió un bulto en la otra mama y acudió rápidamente al ginecólogo que la había operado. Esta vez sí hubo pruebas previas, una mamografía y una termografía, ambas privadas, porque la sanidad pública iba demasiado despacio.
Como el diagnóstico no estaba claro, se montó un operativo de película. Se extirpó el tumor, se llevó en coche particular al hospital Clínico para hacer una biopsia intraoperatoria de urgencia y, por una línea privada que el hospital había facilitado para evitar que estuviese ocupada, no existían los móviles, ni los correos electrónicos, confirmaron que era benigno y cerraron a la paciente, a la que mantenían sedada pero con anestesia local.
La protagonista de esta historia era mi madre, que murió treinta y cinco años después, fue una de las excepciones a las estadísticas.


¿Os dais cuenta lo importante que es prevenir, investigar, hacer donaciones económicas? Entre todos hemos conseguido dar la vuelta a las estadísticas y que ahora las excepciones sean las mujeres que no lo superan»

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