(Agrupación Los Castizos) |
Tras una breve presentación sobre la historia de su agrupación, pasaron a contarnos en detalle el traje goyesco que ellos mismos lucían.
El vestido de maja o goyesca lo usaban las mujeres del pueblo llano para los días festivos, ya que para los días de labor se vestían ropas más cómodas y menos ostentosas.
La gallina ciega (Goya) |
Las damas nobles no lo utilizaban aunque, si querían pasar desapercibidas, se vestían de majas, se cubrían con el velo y podían acudir a la Ribera del Manzanares, a encontrarse con algún caballero, sin que se pusiese en duda su reputación.
La Pradera de San Isidro (Goya) |
El traje de goyesca era caro, por las telas y brocados, y el dinero escaso, por lo que pasaban de una generación a otra.
Vestían una camisa larga de retor en color natural, no tenía que ser bonita, no se veía. Las mangas y el cuello, se hacían de algodón con bordados, ya que eran las partes que se lucían. Esta camisa se utilizaba también para dormir y era la parte del traje que se lavaba.
Sobre la camisa se ponían unas enaguas, rematadas con puntillas de ganchillo o de bolillos.
El quitasol (Goya) |
Goya y las Majas (Gárate) |
Sobre la camisa se ponía un chaleco, de algodón o de seda. Aunque estas telas sean conocidas en la actualidad, no tienen nada que ver, ya que eran más bastas, más burdas, confeccionadas en pequeños telares en las casas, pero no por eso les restaba belleza. Conseguían unos algodones tornasolados, introduciendo hilos de diferentes tonos a los hilos base.
Sobre el guardapiés, un delantal. De batista, de encaje, de algodón, también con bordados y puntillas.
Se completa el traje con la chaquetilla, porque en el Madrid del siglo XVIII hacía frío, mucho frío.
No podemos olvidarnos de las medias, tejidas a ganchillo o punto de media, que también se bordaban y los borceguís, que así se llamaban los zapatos de la época, con punta y medio tacón. Ambos complementos se cuidaban mucho porque se lucían, al ser el largo de la falda por encima del tobillo.
Este largo no era una moda, si no pura cuestión práctica.
Las calles estaban sucias, hasta el reinado de Carlos III, sin pavimentar, era todo un barrizal, y las mujeres no iban en carruaje como las damas, si no caminando, por lo que no se podían permitir que los bajos de sus faldas recogiesen toda la suciedad.
En la parte de abajo llevaban un bies, que adornaba la falda y era fácil de cambiar cuando se estropeaba por el roce.
Se tocaban con la redecilla. Las menos elegantes eran de malla, pero las de los eventos especiales eran de tela y tenían como función sujetar el cabello. Eran largas rematadas con una pequeña bola y adornadas con lazos, carambas, puntillas o flores. Sobre la redecilla se colocaba el velo, que cubría la cabeza aunque en verano descansaba sobre los hombros.
La vendimia (Goya) |
No puedo acabar este pormenorizado detalle del vestido de maja sin contar que no se llevaban bragas, ni pololos.
No existían aseos, servicios o como queramos llamarlos, y era impensable llevar nada que supusiese un estorbo.
El traje de los majos, mucho más sencillo, se componía de camisa larga, que también utilizaban para dormir, calzones, chaleco y faja. La faja, enrollable, podía ser de lana, seda o algodón y de diferentes colores.
Completaban el atuendo con chaquetilla, capa y castoreño.
Carlos III intentó recortar el largo de la capa e imponer el sombrero de tres picos para evitar los embozados que cometían toda case de tropelías sin poder ser nunca reconocidos, pero no lo consiguió.
La cometa (Goya) |
Los madroños que vemos en los actuales trajes de goyesca no se introdujeron como ornamento hasta el siglo XIX; eran de seda, del tamaño de un garbanzo.
Las mujeres y los hombres de esta época, utilizaban abanicos. Los de ellos, pequeños, oscuros y discretos, los de ellas, un complemento más del atuendo, algunos verdaderas joyas que pasaban, como el traje, de una generación a otra.
Hoy día es difícil conseguir un vestido de estas características que se parezca al que acabo de describir porque no existen los materiales para confeccionarlo.
Y quiero dejar muy claro que no es un disfraz, si no un vestido, un traje que se utilizó durante más de dos siglos, que quedó inmortalizado en cuadros y tapices y que ha llegado hasta nuestros días como parte de nuestras tradiciones.
(Mi agradecimiento a María Dolores Álvarez, que me ha atendido y resuelto todas mis dudas y a Víctor Fernández Correas que me ha puesto en contacto con ella)
(Mi agradecimiento a María Dolores Álvarez, que me ha atendido y resuelto todas mis dudas y a Víctor Fernández Correas que me ha puesto en contacto con ella)
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