miércoles, 26 de abril de 2017

II Jornadas Madrileñas de Novela histórica: El traje goyesco



 (Agrupación Los Castizos)
En las II Jornadas Madrileñas de Novela Histórica estuvieron invitados María Dolores y José Luis, de la Agrupación Los Castizos (fundada el 11 de julio de 1984).
Tras una breve presentación sobre la historia de su agrupación, pasaron a contarnos en detalle el traje goyesco que ellos mismos lucían.

El vestido de maja o goyesca lo usaban las mujeres del pueblo llano para los días festivos, ya que para los días de labor se vestían ropas más cómodas y menos ostentosas.

La gallina ciega (Goya)
Se conoce su utilización desde el siglo XVII, teniendo en el siglo XVIII su máximo esplendor y en el que fue inmortalizado por Goya en muchos de sus cuadros y tapices.

Las damas nobles no lo utilizaban aunque, si querían pasar desapercibidas, se vestían de majas, se cubrían con el velo y podían acudir a la Ribera del Manzanares, a encontrarse con algún caballero, sin que se pusiese en duda su reputación.

La Pradera de San Isidro (Goya)
También lo hacían los señores que, embozados con la capa y tocados con sombrero de ala ancha, el castoreño, gozaban del preciado anonimato. La Ribera del Manzanares era para la gente del pueblo su lugar de paseo y esparcimiento, al igual que lo era para la nobleza el Salón del Prado y gustaban de ir ataviados, unos y otros, con sus mejores galas.
La merienda a orillas del Manzanares (Goya)

El traje de goyesca era caro, por las telas y brocados, y el dinero escaso, por lo que pasaban de una generación a otra.

Vestían una camisa larga de retor en color natural, no tenía que ser bonita, no se veía. Las mangas y el cuello, se hacían de algodón con bordados, ya que eran las partes que se lucían. Esta camisa se utilizaba también para dormir y era la parte del traje que se lavaba.

Sobre la camisa se ponían unas enaguas, rematadas con puntillas de ganchillo o de bolillos.

El quitasol (Goya)
El guardapiés (falda) se confeccionaba en telas que ahora no existen, pero que podrían asemejarse al tafetán y a la sarga. Si quisiésemos hacer un guardapiés tendríamos que buscar telas de tapicería para que se pareciesen algo a las que lucían nuestras antepasadas. Eran de vivos colores. También se hacían de paño, dependiendo de la estación en la que se fuese a lucir.

Goya y las Majas (Gárate)
Curiosamente se cortaba en tres cuerpos que se unían con cintas fruncidas en la cintura. Esto tenía una doble función: El vestido heredado podía no ser de nuestra talla, y las mujeres embarazadas no tenían ropa exclusiva para su estado, por lo que la falda tenía que ir ensanchando según iba avanzando la gestación.

Sobre la camisa se ponía un chaleco, de algodón o de seda. Aunque estas telas sean conocidas en la actualidad, no tienen nada que ver, ya que eran más bastas, más burdas, confeccionadas en pequeños telares en las casas, pero no por eso les restaba belleza. Conseguían unos algodones tornasolados, introduciendo hilos de diferentes tonos a los hilos base. 

Sobre el guardapiés, un delantal. De batista, de encaje, de algodón, también con bordados y puntillas.
La boda (Goya)

Se completa el traje con la chaquetilla, porque en el Madrid del siglo XVIII hacía frío, mucho frío.

No podemos olvidarnos de las medias, tejidas a ganchillo o punto de media, que también se bordaban y los borceguís, que así se llamaban los zapatos de la época, con punta y medio tacón. Ambos complementos se cuidaban mucho porque se lucían, al ser el largo de la falda por encima del tobillo.
La maja y los embozados (Goya)

Este largo no era una moda, si no pura cuestión práctica.

Las calles estaban sucias, hasta el reinado de Carlos III, sin pavimentar, era todo un barrizal, y las mujeres no iban en carruaje como las damas, si no caminando, por lo que no se podían permitir que los bajos de sus faldas recogiesen toda la suciedad.

En la parte de abajo llevaban un bies, que adornaba la falda y era fácil de cambiar cuando se estropeaba por el roce.

Se tocaban con la redecilla. Las menos elegantes eran de malla, pero las de los eventos especiales eran de tela y tenían como función sujetar el cabello. Eran largas rematadas con una pequeña bola y adornadas con lazos, carambas, puntillas o flores. Sobre la redecilla se colocaba el velo, que cubría la cabeza aunque en verano descansaba sobre los hombros.

La vendimia (Goya)
Como las telas de estos vestidos no se lavaban, se utilizaban unas sobrefaldas negras llamadas «basquiñas», que se colocaban sobre la falda para ir por la calle, era fácil ser salpicada de barro u otras cosas peores, y para arrodillarse en la iglesia, ya que solo las nobles tenían reclinatorio, que portaban sus criados, el resto de las personas se arrodillaban en un suelo en el que se iba acumulando toda la suciedad que los pies arrastraban desde la calle.

No puedo acabar este pormenorizado detalle del vestido de maja sin contar que no se llevaban bragas, ni pololos.
No existían aseos, servicios o como queramos llamarlos, y era impensable llevar nada que supusiese un estorbo.

El traje de los majos, mucho más sencillo, se componía de camisa larga, que también utilizaban para dormir, calzones, chaleco y faja. La faja, enrollable, podía ser de lana, seda o algodón y de diferentes colores.

Completaban el atuendo con chaquetilla, capa y castoreño. 

Carlos III intentó recortar el largo de la capa e imponer el sombrero de tres picos para evitar los embozados que cometían toda case de tropelías sin poder ser nunca reconocidos, pero no lo consiguió.

La cometa (Goya)
Al igual que las mujeres, recogían el pelo con una redecilla, siempre de malla y mucho más corta, aunque la remataban con una borla muy larga, de unos quince centímetros. Esta borla iba siempre muy adornada.

Los madroños que vemos en los actuales trajes de goyesca no se introdujeron como ornamento hasta el siglo XIX; eran de seda, del tamaño de un garbanzo.

Las mujeres y los hombres de esta época, utilizaban abanicos. Los de ellos, pequeños, oscuros y discretos, los de ellas, un complemento más del atuendo, algunos verdaderas joyas que pasaban, como el traje, de una generación a otra.

Hoy día es difícil conseguir un vestido de estas características que se parezca al que acabo de describir porque no existen los materiales para confeccionarlo.

Y quiero dejar muy claro que no es un disfraz, si no un vestido, un traje que se utilizó durante más de dos siglos, que quedó inmortalizado en cuadros y tapices y que ha llegado hasta nuestros días como parte de nuestras tradiciones.

(Mi agradecimiento a María Dolores Álvarez, que me ha atendido y resuelto todas mis dudas y a Víctor Fernández Correas que me ha puesto en contacto con ella)

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